Escribiendo Hojas En Un Libro “Escribir es como mostrar una huella digital del alma” Mario Bellatín, |
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| Apuesta Arriesgada | |
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Autor | Mensaje |
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Ione_nav Miembro junior
Mensajes : 153 Fecha de inscripción : 18/08/2011 Edad : 36 Localización : Estella, Navarra, Spain
| Tema: Re: Apuesta Arriesgada Miér Mayo 23, 2012 8:06 am | |
| [b]Capítulo 6 [/b] —No lo sabía, Lali, te juro por Dios que no tenía ni idea. Lali no levantó la vista de su copa de champán. —Y te creo, Pablo, ya te lo he dicho. Déjalo estar, anda. Él se la quedó mirando un largo instante, maravillado por su presencia de ánimo. —No me puedo creer que te lo estés tomando tan bien. Entendería que quisieras tirarme esa copa a la cara. Lali hizo una mueca. —Ahora que se ha aclarado todo, la verdad es que no es tan malo como parecía al principio, Pablo. —Debe haber unas quinientas personas en esa fiesta —dijo Pablo—, y todos se te han quedado mirando, no me digas que eso no es tan malo... —Te lo repito una vez más: no es culpa tuya que yo haya decidido ponerme un vestido rojo. Y no es culpa tuya que no recordaras que el Bailé Sheffield también seconoce como el Baile en Blanco y Negro de los Ángeles porque... —Porque todo el mundo viste de blanco o de negro —dijo Pablo meneando la cabeza con tristeza—. ¿Por qué nadie me lo dijo antes? —Supongo que lo ponía en esa invitación que no leíste —sugirió Lali—. Después de todo, puede que tengas algo de culpa... desde luego, eres el único responsable de que ahora esté sentada bajo un foco en la mesa principal, pero aparte de eso... Con un gemido Pablo enterró la cabeza entre las manos. —Eso, venga —rio Lali—, siéntete culpable. Te lo mereces. —Te debo una Lali, de verdad. —Pablo, te aseguro que después de lo que he tenido que pasar esta semana, lo que ha ocurrido no me preocupa nada. Recordó el terrible momento en el que al entrar en la sala una multitud ataviada en blanco y negro, quinientos pares de ojos para ser exactos, se la quedó mirando como si fuera una marciana. Le pareció estar viviendo aquella pesadilla que solía asaltarla en sus años de universidad, cuando se veía a sí misma en un desfile de modas ataviada con su ropa más vieja. Su primer impulso fue dar media vuelta y salir corriendo, arrancarle las llaves del coche al aparcacoches y salir disparada hasta su casa. Pero no lo hizo. En vez de eso mantuvo la cabeza muy alta y la sonrisa radiante. Aunque sospechaba que tenía la cara más roja que el vestido, por nada del mundo haría ver lo humillante que le resultaba aquella experiencia. A decir verdad, le encantaba aquel vestido, y aquella era la primera vez en su vida que podía decir semejante cosa. No podía haber encontrado nada más distinto a los diseños color pastel con los que Derek, su ex novio, solía martirizarla, ni más diferente tampoco a los sutiles vestiditos de muñeca que Rochi había elegido para ella. Aquel sencillo diseño de un vivo color burdeos la había cautivado por completo. Cuando lo encontró en la tienda, se lanzó al probador, haciendo caso omiso de las protestas de su amiga y del montón de vestidos color rosa o melocotón que había insistido en que se probara. Cuando salió con él puesto tuvo la satisfacción de ver cómo Rochi y la dependienta se quedaban literalmente con la boca abierta. No solo la favorecía y le quedaba' como un guante, sino que con él se sentía como una auténtica reina. —¡Menudo vestido! —comentó una mujer al pasar delante de su mesa. —Gracias, ¿no es precioso? —dijo Lali tranquilamente—. El rojo contrasta de maravilla sobre este fondo blanco y negro. ¿No le parece? —Estaba a punto de decírselo —intervino el hombre que iba con la señora, mirando a Lali de arriba abajo. La mujer dio un respingo antes de alejarse de la mesa, siseando indignada entre dientes a su atribulado acompañante. Lali se volvió hacia Pablo, que reía a mandíbula batiente. —¿Qué te pasa? —Ahora mismo vas a decirme quién eres y qué has hecho con mi amiga Lali Esposito —bromeó. —Sí, me siento como en la película La invasión de los cuerpos, aunque en versión cómica. —Me tienes asombrado, Lali —confesó Pablo meneando la cabeza—. No te pareces en absoluto a la chica con la que cené hace dos días. Ella reflexionó un instante. —¿Y te, parece mal? —No, nada de eso —dijo el joven rápidamente—. Solo que parece que alguien ha apretado un interruptor dentro de ti. —¿Y se supone que eso es bueno? —replicó Lali enarcando una ceja. Pablo sonrió y le acarició con la punta del dedo la línea de la mandíbula. —Sí, lo es cuando hacía falta que salieras por fin a la luz, preciosa. Ella sonrió otra vez. Si continuaban por ese camino, acabaría con agujetas en la mandíbula. —Tengo que dar una vueltecita por la sala para charlar con los patrocinadores —dijo Pablo—. ¿Quieres venir conmigo? —No —replicó Lali—. He hablado ya con más desconocidos esta noche que en toda mi vida. Me quedaré mirando desde un rinconcito, para variar. —Muy bien, princesa —dijo Pablo—. En media hora te llevaré a casa. —Estupendo. Pablo le acarició la mejilla y se levantó, siendo abducido de inmediato por un nutrido grupo de hombres de negocios. Lali, por su parte, se dirigió a una de las sillas que había a los lados de la sala, deseando beber un vaso de agua fresca. Pablo le parecía un tipo realmente majo. Tras haber pasado tantos años sin quedar con nadie, era una auténtica suerte que en su primera cita se hubiera topado con alguien como él. La única persona que conocía que fuera más atenta y amable era... Peter, por supuesto. Aunque como Peter era su amigo, en realidad no contaba. Una chica rubia se cruzó con ella y se la quedó mirando. —Bonito vestido —dijo con expresión sincera. Parecía mucho más amable que las mujeres con las que había hablado a lo largo de la velada. —Gracias —replicó con una sonrisa—. No tenía ni idea de que había que vestir en blanco o en negro. —¿De verdad? —la mujer le devolvió una cálida sonrisa. Lali se dio cuenta de que la había visto en alguna película—. Te he estado mirando desde mi mesa, muerta de envidia, y deseando matar a mi agente por no habérsele ocurrido que viniera vestida de rojo. Todo el mundo ha estado hablando de ti, así que debes ser actriz. —No, qué va —le explicó Lali disgustada—. Soy diseñadora. —Eso lo explica todo —dijo la mujer—. Lo llevas escrito en la cara. ¿Cuándo presentaste la colección de otoño? A Lali le costó un tanto entender lo que le estaba preguntando. —¡No, te equivocas! —exclamó meneando la cabeza—. No soy diseñadora de modas, sino diseñadora gráfica. Hace mil años que no, me dedico a la moda. —Pues deberías planteártelo. Ese vestido te sienta de maravilla... es increíble. Es como un modelo de Versace adaptado a Grace Kelly. Lali se quedó mirando su atuendo sin saber qué decir. —La verdad es que cuando lo compré me imaginé más bien a Audrey Hepburn con un diseño de Vera Wang —comentó divertida. —¡Claro! —la mujer rebuscó en su bolso y le tendió una tarjeta—. ¡Eso es! Si cambias de opinión, me encantaría lucir alguno de tus diseños en la ceremonia de los Oscar del año que viene. Me gusta lucir cosas realmente originales y de buen gusto, y contigo tengo buenas vibraciones. ¿Estilista? ¿Ella? —Er..., por supuesto... claro. Pensaré en ello. La mujer le dedicó una radiante sonrisa antes de perderse entre la multitud. «Estupendo», pensó, «ahora debe venir la parte donde me caigo de la cama y me despierto». Sin embargo, Lali no estaba soñando. Estaba plantada, en medio de una exclusiva fiesta, y en la mano tenía la tarjeta con la dirección personal de una de las más famosas actrices de Hollywood. Le daban ganas de cantar. Se sentía como la reina del mundo. Poderosa, invencible: una mezcla entre Marilyn Monroe y Superratón. Ojalá pudieran verla los chicos de la pandilla. De repente, las conversaciones se acallaron. Intrigada, se volvió a mirar hacia la puerta. Hablando del rey de Roma. La pandilla en pleno acababa de hacer su entrada en el salón: Peter, Gaston, Nico y Sean, allí plantados como modelos de revista, aparentemente indiferentes al revuelo que habían provocado. Ya era suficientemente insólito ver a sus camarillas de póker en pleno presentándose en el Baile en Blanco y Negro, pero, una sola mirada a su atuendo le sirvió para darse cuenta, además, de que algo faltaba. Los pantalones. Los cuatro llevaban impecables camisas blancas y chaquetas de esmoquin con pajarita, pero, por debajo, se habían puesto pantalones cortos de surfista de brillantes colores, y calzaban zapatillas de baloncesto de lona. Tanto los shorts como las zapatillas lucían el tiburón con gafas de sol que formaba parte del logotipo que Lali había diseñado para la compañía de ropa deportiva de Peter. Como un solo hombre, sus cuatro amigos se quitaron las gafas de sol y las guardaron en el bolsillo de la chaqueta. Bajaron la escalera contoneándose como modelos de pasarela, indiferentes a los flashes, las exclamaciones de asombro y los aplausos que provocó su aparición. Lali se dirigió hacia ellos. Le encantaba aquella idea de sus amigos. Mejor dicho, le encantaban ellos, y punto. —¡Peter! —exclamó, dándole un fuerte abrazo. —¡Hola, ángel! —replicó su amigo con una gran sonrisa, repartiendo abrazos a diestro y siniestro—. Estaba a punto de mandar a los chicos en tu busca. —Creo que si os hubierais quedado en lo alto de la escalera, tarde o temprano habría acabado por percatarme de vuestra presencia —bromeó—. Sois increíbles, chicos —declaró, muerta de risa. —¿Qué opinas? —le preguntó Gaston poniendo cara de modelo de Vogue—. Creo que estoy súper sexy con estos pantalones, ¿no? —Me parece que los cuatro sois demasiado sexys para esta fiesta —convino Lali—. ¿Se puede saber qué estáis haciendo aquí? Sus amigos se volvieron a mirar a Peter. —Bueno... cuando te fuiste, tuvimos una pequeña. reunión, y decidimos que a lo mejor ibas a necesitar un poco de apoyo moral. —¿De verdad? —Lali los miró con ojos desorbitados. —Es que estábamos un poco... preocupados —Peter empezó a ponerse colorado, lo que provocó unas cuantas sonrisitas a su alrededor. Lali nunca hubiera imaginado que un día vería a Peter Lanzani avergonzado—. Temíamos que te sintieras incómoda, y como sabemos lo terrible que podía ser eso para ti, pues se nos ocurrió... bueno... ya lo ves... —Chicos, chicos, así que habéis venido para ayudarme, ¿no? —dijo Lali acabando la frase con él. Los cuatro asintieron tímidamente. —¿Qué tal lo estamos haciendo? —preguntó Gaston. Lali no pudo aguantar más y estalló en carcajadas. Aquella era una de las situaciones más tiernas y tontas que había vivido. —Creedme —empezó cuando por fin logró calmarse—, os estoy inmensamente agradecida. Sois maravillosos: estáis locos, pero sois estupendos. —Y tú, princesa, estás preciosa—dijo Nico besándole caballerosamente en la mano. Por el rabillo del ojo, Lali se dio cuenta de que Peter ponía cara de pocos amigos—. Entonces, ¿puedo esperar que me concedas un baile, o también hoy me vas a dar calabazas? —¿Bailar? —Lali se volvió hacia la pista de baile donde algunas parejas evolucionaban con elegancia al compás de una clásica melodía—. No sé qué decirte... no es precisamente mi estilo... —Nosotros lo arreglaremos —dijo Peter—. ¿Gaston? —Estoy listo —contestó el interpelado. Lali vio cómo su amigo se acercaba al director de la orquesta, le decía algo al oído y después estrechaba su mano con calor. Se preguntó cuánto dinero le estaría dando. La canción que estaba sonando se interrumpió abruptamente y, tras unos segundos de silencio, la sección de trompetas inició una animadísima versión de Louie, Louie. Los elegantes invitados se miraron perplejos, sin saber qué hacer. Sin embargo, los chicos de la pandilla estaban en su elemento. Lali no sabía si salir corriendo o quedarse allí riendo a carcajadas. —¡Cobarde! —la retó Peter para que se uniera a ellos. ¿Cobarde ella? Aquella noche se atrevería incluso a andar sobre el fuego. —¡Ja! —exclamó—. Sígueme si puedes —y sin más preámbulos se lanzó a la pista de baile. Para su sorpresa, el resto de invitados no les miraba con condescendencia o desdén. Muy al contrario, parecían estar disfrutando enormemente con aquel espectáculo que por fin animaba un baile famoso por lo aburrido que resultaba. Lali vio que varias parejas jóvenes se animaban a salir a la pista. No cabía duda de que la pandilla se había convertido en la sensación de la fiesta. Cuando la orquesta en pleno acometió el fin de la canción, la sala entera estalló en un cerrado aplauso. Todo el mundo parecía encantado. Asiéndola por la cintura, Peter la obligó a salir al centro de la pista a saludar. —¡No puedo creerlo! —dijo con la respiración entrecortada por el esfuerzo del baile. Al menos, se obligó a pensar que estaba tan alterada por eso. Justo entonces irrumpió en la pista con cara de muy pocos amigos Edna Sheffield, la anfitriona. —¿Se puede saber quiénes son ustedes? Peter y Lali se separaron de golpe. —Señora Sheffield... Gaston, Nico y Sean hicieron de inmediato frente común con ellos. —Somos los chicos de la playa —dijo, como si eso lo explicara todo. —¿El grupo de música? —la elegante señora estaba al borde de la apoplejía. —No, no —le corrigió Gaston, temiendo que se desmayara allí mismo—. Somos un equipo de surf de Manhattan Beach. —¿Un equipo de surf? —la señora Sheffield no salía de su asombro—. ¡No puedo creerlo! Les doy exactamente un minuto para... —¡Peter! ¡Sois geniales, chicos! ¡Qué gran idea! —exclamó Pablo con su bien timbrada voz mientras se acercaba a ellos. Lali tuvo que contener la risa al ver la cara de asombro que puso Edna Sheffield cuando el rico y glamuroso Pablo Martinez, el invitado estrella de la fiesta, estrechó con calor la mano de Peter. ¡Había estado a punto de echar de la fiesta al que parecía ser su mejor amigo! —Hola, Pablo —dijo Peter—. Se me ocurrió que podíamos animar un poco la fiesta. —Buena idea —le alabó Pablo poniéndole a Lali un brazo sobre los hombros—. Nena, has estado increíble. No sabía que bailabas tan bien. —Es otro de mis trucos —murmuró entre dientes. Sus amigos rieron complacidos, mientras la señora Sheffield los miraba a todos sin salir de su asombro. —Espero que no te haya molestado que sacara a bailar a tu chica —dijo Peter muy formalito. —No me importa con quién baile o deje de bailar mientras sea yo el encargado de llevarla a casa —replicó Pablo alegremente—. Por cierto, ya va siendo hora de que nos vayamos, ¿no te parece? Ha sido una gran fiesta, Edna, la mejor en mucho tiempo, te lo aseguro, y todo gracias a estos chicos. —Gra... gracias, Pablo —musitó la atribulada dama. —Cuida de mis amigos por mí, Edna. Yo le prometí a esta encantadora señorita que la llevaría temprano a casa —continuó mirando a Lali—. ¿Estás lista? La joven se volvió hacia sus camaradas; todos la sonreían de oreja a oreja excepto Peter, que mantenía una expresión fría y distante, casi como si se aburriera. ¿Y qué esperaba? ¿Que le rogara y suplicara que se quedara con ellos? Se volvió después hacia Pablo: el soltero más deseado de América estaba esperando para llevarla a su casa. Y precisamente aquella noche se sentía capaz de cualquier cosa. —Sí, vámonos —dijo, asiéndole por el brazo—. Mañana nos vemos, chicos. Sus amigos silbaron como posesos, convirtiendo en un auténtico espectáculo su salida, iluminado además con las luces de mil flashes y coreado con los aplausos de los invitados. A Lali le costó un gran esfuerzo no volverse a mirar a sus amigos. Media hora más tarde, cuando llegaron por fin a su casa, aún estaba bajo los efectos de aquel subidón de adrenalina. —No sé cómo agradecértelo, Pablo —empezó conmovida. —¿Agradecerme el qué? Fuiste tú la que me hiciste un favor, ¿ya no te acuerdas? Además, he de reconocer que hacía siglos que no me lo pasaba tan bien como hoy. —Tú no lo entiendes —dijo Lali meneando la cabeza. Por primera vez en su vida se había sentido... hermosa. No le había importado lo que los demás pensaran de ella. Se había sentido como una auténtica mujer de los pies a la cabeza. ¿Cómo podía entender un hombre que una mujer nunca olvida la primera vez que se siente como tal? —Lo único que sé es que estabas preciosa. Has sido la sensación del baile —Pablo la miró durante un largo instante—. Aquí estamos otra vez, y esta no es nuestra primera cita... —apuntó seductor. La euforia dio paso a una punzada de pánico. ¿Qué hacer? De repente, recordó que había sido la reina de la noche, hermosa y segura de sí misma, atrevida y capaz de cualquier cosa. ¿Por qué no probar de una vez por todas si Pablo era el Hombre Perfecto? Respiró hondo y cerró los ojos: al instante siguiente, Pablo se agachó para besarla. Esperó un momento. Y no sintió absolutamente nada. Cuando él se separó, abrió los ojos. —Así que ya está, ¿no? —preguntó muy seria. —Si preguntas eso, quiere decir que no lo he hecho muy bien —replicó Pablo sonriendo, y agachándose volvió a besarla. En aquella ocasión el beso fue más insistente, pero, aún así, siguió pareciéndole a Lali más una muestra de afecto que de pasión. No era justo: allí estaba ella, siendo besada por un hombre atractivo, encantador y, aparentemente, más que interesado por ella. ¡Y no lograba sentir lo más mínimo por él! Pablo se separó por fin y escrutó su rostro. —¿Qué tal ahora? ¿Mejor? —Creo que estoy demasiado agotada para sentir nada —se disculpó Lali torpemente—. Ha sido una noche muy larga. —Sí, han pasado muchas cosas —convino él con una adorable sonrisa—. Está bien, preciosa. Me marcho: te llamaré esta semana a ver si te apetece hacer algo. —Muy bien —contestó. Pero, ¿le apetecía realmente verlo? Aunque se había divertido a su lado, empezaban a hacérsele pesadas aquellas citas. Le despidió con la mano desde la puerta de su casa, No acababa de comprender qué le estaba pasando, y eso empeoraba el problema. Aunque no tenía mucha experiencia con los hombres en lo que a la parte física se refería, estaba casi segura de que lo que acababa de ocurrir no auguraba nada bueno en ese terreno ¡Santo cielo! ¡Si hasta la batería de un coche generaba más chispa que la que se había producido entre ellos! Estaba a punto de cerrar la puerta tras ella cuando oyó unos pasos sobre la gravilla del sendero. Tímidamente asomó la cabeza, rezando para que no fuera Pablo. Pero fue Peter el que le dedicó la mejor de sus sonrisas al otro lado de la puerta. —¡Menos mal! ¡Qué bien que no te hayas acostado! —¿Qué haces aquí? —le preguntó asombrada. —Esto... —hizo una pausa frunciendo el entrecejo—. ¿Te creerías que he venido a buscar la chaqueta que me dejé ayer? —Si eso es lo único que se te ocurre... —respondió Lali sarcástica. —Entonces he venido por eso. —Anda, pasa —le invitó, abriéndole la puerta—. Puede que me venga bien hablar contigo. Peter entró en la casa y se dejó caer en un sillón, desde donde se la quedó mirando de arriba abajo. —Bonito vestido, pero algo escaso —comentó con una sonrisa. Aquel comentario tuvo la virtud de acelerarle el pulso. —Muchas gracias. La verdad es que me gusta mucho. —Les has dejado de piedra, nena. —Y eso es algo que os tengo que agradecer a ti y a los chicos —se echó a reír al recordar la cara de asombro de Edna Sheffield—. ¿Qué habéis hecho por fin? ¿Habéis disfrutado del fin de fiesta o ha conseguido la señora Sheffield echaros a patadas? —Yo me fui enseguida; los chicos se quedaron —le explicó Peter—. Antes de eso, Edna intentó contratarnos para la Gala de Navidad —se quitó la pajarita con un suspiro de alivio y se desabrochó el botón de la camisa—. ¡Dios, cómo odio las corbatas! —Pues eso no es nada —comentó Lali incómoda. Se sentía llena de energía y el vestido le molestaba enormemente—. Esto es como si llevara la más incómoda corbata desde el cuello hasta las rodillas. Por no mencionar lo que me aprieta la ropa interior... me parece que se me ha incrustado. Creo que voy a tener que llamar a un equipo de especialistas para que me la saquen. —Me encanta esa idea. —Anda, por favor, bájame la cremallera —le suplicó poniéndose de espaldas delante de él. Por un momento le pareció que se había quedado dormido, de tanto como tardaba en hacerlo. —¿Cómo se baja este chisme? —preguntó por fin con voz entrecortada. —No lo sé. Rochi me ayudó. Esa chica podría tener un máster en ese tipo de habilidades... —Lali se interrumpió bruscamente al darse cuenta de que Peter le había bajado del todo la cremallera. El corazón empezó a latirle al triple de la velocidad normal. —¿Mejor? —preguntó Peter. Lali tragó saliva y asintió con un gesto. —¿Necesitas más ayuda? Ella miró por encima del hombro y sorprendió la mirada de él fija en el tirante de su sujetador. —No... no... —se mordió el labio, confusa y turbada—. Ya puedo arreglármelas... Se precipitó hacia su dormitorio antes de que Peter se diera cuenta de lo que le estaba pasando. El no sabía que la espalda y el cuello eran dos de las más sensibles partes de su cuerpo, dos auténticas zonas erógenas. Siempre la había sorprendido, casi molestado, el torbellino de sensaciones que despertaba cualquier roce casual en las mismas. Sin, embargo, estaba segura de que Peter no la había tocado a propósito. Pero, ¿en qué diablos estaba pensando? No iba a dejarse a arrastrar por un sentimiento estúpido e infantil. Rápidamente se quitó la ropa que llevaba y la arrojó al cesto de la ropa sucia. Se puso una amplia camiseta y unos cómodos pantalones cortos, aspiró profundamente varias veces y, algo más calmada, volvió al salón. —¿De qué quieres que hablemos? —le preguntó Peter. Se había servido un vaso de agua y parecía bastante más relajado. —Estoy hecha un lío, Peter —confesó la joven dejándose caer a su lado. —¿Y eso por qué, ángel? Ella se recostó en el respaldo, y se quedó mirando el techo. —Todo era mucho más sencillo antes de que empezáramos con este follón de la apuesta. Realmente creía que era feliz con la vida que tenía. —Lo sé —dijo Peter muy serio—. Espero que la próxima vez que se me ocurra una idea tan tonta me des un buen golpe en la cabeza. —Bueno, no todo ha sido tan horrible —dijo más tranquila. Peter estiró el brazo en el respaldo y ella apoyó la cabeza en su bíceps—. Quiero decir que por primera vez en mi vida me he sentido de verdad hermosa. Y no sabes lo que eso significa para mí, Peter. Todavía me queda mucho camino por recorrer, pero estoy deseando hacerlo. —Tenías un aspecto magnífico, Lali —la animó su amigo con total sinceridad. —Pero después Pablo me besó y eso lo ha estropeado todo —continuó Lali con un triste suspiro—. Ojalá pudiera volver a los buenos tiempos, cuando me hacía feliz ver los partidos con los chicos, y me conformaba con las camisetas y los vaqueros sin que me preocupara lo más mínimo si conocía o no al Señor Adecuado, porque estaba convencida de que nunca iba a conseguirlo... —Peter la escuchaba sin decir nada. Y ahora es demasiado tarde —musitó pensativa—. Es como si hubiera abierto la caja de Pandora. Ya no quiero vivir como antes, pero tampoco sé qué hacer ahora. Esta noche me he sentido hermosa, pero no quiero que nadie me diga cómo tengo que ser. Recuerdo el dolor que sentí cuando Derek intentó convertirme en alguien que no era. ¿Cómo puedo saber que Rochi y Cande están haciendo lo mejor para mí? —se limpió las lágrimas con un gesto—. Estoy muy cansada, y no entiendo absolutamente nada. Peter permanecía en silencio. —¿Te has dormido? —le preguntó Lali al fin El estaba muy quieto, pero sus ojos relucían como dos brasas. —¿Besaste a Pablo? —Sí, y la verdad es que fue una experiencia de lo más decepcionante — respondió Lali poniendo los ojos en blanco—. Digamos que fue una especie de experimento de química... Peter reflexionó un momento y luego asintió con la cabeza como si hubiera llegado a una decisión. —¿Vas a quedar con él mañana? —No —contestó, algo sorprendida por aquella pregunta—. ¿Por qué? —Se me ocurrió que podríamos quedar mañana, pero no quería estropear tus planes. Ella le dio un cariñoso puñetazo en el hombro. —Tú eres mi mejor amigo, idiota, y ya sabes cuál es el lema de la pandilla: los amigos, lo primero. —Entonces, ¿mañana no es día de cita? —Según las expertas que me asesoran, tengo que reservar del jueves al sábado para las citas —respondió Lali con una mueca. —Estupendo —comentó Peter complacido—. Entonces, señorita Lali Esposito, me concede el honor de salir conmigo mañana en una cita de viejos amigos. —No es una cita de verdad, ¿no? —dijo Lali soltando la carcajada—. Iremos a una cervecería y tienes que prometerme que me tratarás como antes. Peter se echó a reír con ganas. —Eso es justo lo que he estado echando de menos desde que empezamos con esta estupidez de la apuesta. —Sí, lo sé —a ella le pasaba exactamente lo mismo. Empezó a darse un masaje en las sienes, intentando recordar cómo era su vida antes de que decidiera sumergirse en aquella vorágine de citas. Recordó con nostalgia aquella vida tan sencilla. —¿Cuántas veces solíamos vernos cada semana? —No lo sé: cuatro quizá. —Más o menos. Íbamos al cine los martes y quedábamos para ver el partido los sábados o los domingos, a veces también los lunes. —A veces los tres días —añadió Lali—. También solías venir a hacer la colada y te quedabas a ver la tele. —Ahí es justo donde quería yo llegar —dijo Peter recostándose en el sofá—. ¿Cuántas veces nos veíamos entonces? Era imposible negar lo evidente. —Tienes razón: me parece que todo este asunto de las citas se nos ha ido de las manos. —Ángel, ahora te veo como mucho una vez por semana. A veces tengo la impresión de que te has ido a vivir a Tahití —distraídamente le pasó la mano por el pelo—. Odio admitirlo, pero te echo de menos. Ella tragó saliva, intentando disolver el nudo que se le había hecho en la garganta. —¡Bah! Lo que pasa es que tienes tal montón de ropa sucia en tu casa que te cuesta abrir la puerta. —Eso también, claro —dijo Peter riendo—. Sin embargo, puedo solucionarlo comprando una lavadora y una secadora y, en cambio, nunca podría encontrar otra amiga como tú. Lali sonrió y apoyó la cabeza en su hombro. Instintivamente él la apretó contra su cuerpo. —Imagínate que tuviera que empezar a programar las citas con mi mejor amiga. ¿Qué pasaría entonces con nuestra amistad, ángel? —No sé qué pensaría Rochi si nos viera ahora —comentó Lali removiéndose inquieta—. Sabe muy bien que cuando estoy contigo tengo tendencia a portarme fatal. —Y tiene mucha razón —convino Peter enarcando las cejas—. Pero no te dijo con quién podías o no quedar... —¡Una cita con Peter! —murmuró Lali—. ¡Menuda posibilidad! Notó cómo vibraba la risa de Peter en el interior de su pecho. Poco a poco se dio cuenta de que se sentía feliz. Quería quedarse tal y como entonces estaba la noche entera, sintiendo aquel dulce calor calentándole las venas, escuchando el ritmo de su respiración, sus brazos alrededor de su cuerpo. «Entonces, pídele que se quede a pasar la noche». Mmmmm... Un momento, ¿en qué estaba pensando? Se levantó de golpe, sorprendida y molesta consigo misma. Debía estar más cansada de lo que creía si se le había ocurrido idea tan peregrina como aquella. —Oye, me está entrando sueño, Peter —dijo rápidamente—. Anda, dime dónde quieres que quedemos. Sonriendo, Peter se levantó y se quedó de pie frente a ella. ¿Cómo era posible que pudiera sentir el calor de su cuerpo? Prudentemente dio un paso atrás, pero él la siguió. —Hay un partido de los Raider a las once, así que tienes todo el tiempo que quieras para dormir —propuso—. Después ya veremos; podríamos ver una peli de vídeo. Aquello sonaba, algo mejor. —Bueno, pero a elegiré yo, ¿eh? De lo contrario acabaríamos viendo uno de esos rollos violentos que tanto te gustan, con abundancia de puñetazos y ni dos líneas de diálogo. Vale. Hay que ver lo femenina que te has vuelto. Tú eliges la película y yo me encargo de la comida. ¿Pizza? —Ya sabes que es lo que más me gusta. Él le pasó la mano por la cabeza, revolviéndole el pelo. —Si no quieres, no tenemos por qué hacer manitas... aunque ya sé lo mucho que te cuesta mantener las manos alejadas de mí —bromeó Peter. Lali le pegó un buen puñetazo en las costillas. —Anda, pesado, lárgate de una vez —dijo, pugnando por no echarse a reír. Después de lo que había tenido que pasar los tres últimos días, aquellos momentos de distensión eran justo lo que le hacía falta. Agradecida, se puso de puntillas para darle un beso en la mejilla, como había hecho miles de veces antes de entonces. Pero él debía haber pensando lo mismo, ya que agachó la cabeza justo en ese momento, así que ninguno de los dos pudo impedir que sus labios se juntaran. Fue como si una fuerza superior a ellos les impulsara a mantenerse unidos. Por un fugaz instante los dos se miraron con los ojos muy abiertos, fulminados por idéntica sorpresa. Entonces Peter cerró los ojos y ella se dejó llevar. Aquel beso no duró más que unos pocos segundos, pero fue suficiente para estimular hasta el último nervio de su cuerpo. Nunca como entonces se había sentido Lali tan viva. Era como una auténtica corriente eléctrica. Y Peter debió sentir lo mismo, porque cuando por fin se separaron estaba tan sorprendido como si le hubiera dado un calambre. —Er... buenas noches, ángel. —Bu... buenas noches — Lali le acompañó a la puerta y cerró de golpe en cuanto él hubo salido. Tras cerciorarse por la mirilla de que en realidad se iba, se dirigió a la cocina y se sirvió un vaso de agua helada que bebió a grandes sorbos. Lo que acababa de ocurrirle era una auténtica ironía del destino. Aquel besito de nada había tenido la virtud de desatar una oleada de hormonas en sus venas. Y había sido Peter nada menos el causante de aquel desastre. Por lo menos, pensó filosóficamente, ahí tenía la respuesta a uno de los enigmas de aquella noche. Su reacción le demostraba que no era en absoluto frígida... De repente le vino a la mente una conversación que había tenido con uno de sus clientes: le había dicho que no tenía que estar condicionado por una mala experiencia anterior con un diseñador, que eso no significaba que iba a tener mala suerte con todos. Y que en realidad, no importaba lo bueno que fuera un diseño, que lo realmente importante era que se ajustara a las necesidades de la persona que lo encargaba. «Y tú tienes que buscar lo que te convenga, no conformarte con lo que la gente diga que es bueno para ti». Eso era lo que había estado buscando. Aquella intuición le traspasó la mente con la claridad de un rayo. Ahora empezaba a entenderlo todo: cuando era más joven había estado pensado si debería dedicarse o no al diseño de modas, le parecía algo demasiado «femenino», opuesto a su forma de ser. Así que dejó que fueran otras personas las que decidieran cómo debía encauzar su carrera. Nunca se había dejado llevar por su instinto hasta el día que decidió comprarse y ponerse aquel vestido rojo. Y el resultado había sido espectacular. Como una tromba se dirigió a su estudio, buscó un bloc de dibujo y sacó una caja de pinturas. Nunca le habían gustado los colores pastel, y nunca se había sentido cómoda con aquellos infantiles vestiditos de línea romántica. ¿Qué pasaría si se dejaba llevar, si solo se ponía lo que en realidad se ajustaba con su personalidad? Rápidamente llenó el cuaderno con todo tipo de esbozos, sin pensar en nada que no fueran aquellos diseños, ni en Peter, ni en Pablo, y mucho menos en los chicos de la pandilla o en sus amigas. El resultado era brillante, lleno de inspiración. Aquello iba a funcionar, estaba segura. | |
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| Tema: Re: Apuesta Arriesgada Miér Mayo 23, 2012 4:59 pm | |
| Capítulo 7 A las diez en punto de la mañana del domingo, Peter estaba aspirando el suelo de su casa. Lo cual era ya bastante extraño por sí mismo. Normalmente dedicaba las mañanas de los domingos a una sola cosa, siempre la misma: dormir hasta el mediodía. Aquel domingo, sin embargo, había abierto los ojos a las seis de la mañana y no había podido volver a cerrarlos. Amigos o no, el caso era que tenía una «cita» con Lali. No se trataba de «salir» en el sentido estricto de salir con una mujer, claro; ya se había preocupado él de dejarlo lo suficientemente claro, se decía, aspirando la alfombra del salón. Todo formaba parte de un plan cuidadosamente ideado. Ella iría a su casa, los dos disfrutarían de todas sus actividades favoritas y así Lali tomaría buena cuenta de lo maravillosa que era la vida que llevaba antes de decidirse a ganar la estúpida apuesta. Recordaría lo feliz que era antes de cambiar de imagen, de conocer a Pablo, antes de que él hubiera abierto su enorme bocaza; y dejaría la busca y captura de hombres para mejor ocasión, volvería a su antiguo estilo de vestir y las cosas volverían a su cauce. Peter desenchufó la aspiradora y fue a buscar un plumero para quitar el polvo. Ojalá pudieran recuperar lo que siempre habían tenido. Lo cierto era que la noche anterior había sentido pánico, verdadero pánico al verla con aquel vestido rojo de satén. Un pánico seguido de auténtico deseo sexual, deseo que no se había disipado tras recordarse quién era en realidad aquella mujer, un recordatorio al que había tenido que recurrir varias veces durante el resto de la noche. Al verla salir con Pablo, le dieron ganas de estrangular a alguien. Salió tras ellos con la idea, completamente falsa, de «protegerla». Si Pablo tuviera la mitad de las hormonas de un hombre normal, habría hecho todo lo posible por llevarse a Lali a la cama. Él al menos lo habría hecho, se dijo, limpiando nerviosamente el polvo de la estantería. Guardó la aspiradora y fue a buscar limpiacristales y unos trapos para limpiar los cristales. El problema era que, por muy buena idea que fuera aquel asunto de la «cita», Peter no estaba seguro de si sabría salir adelante con él. Su cuerpo empezaba a controlar su mente, y su conciencia... aunque, en realidad, su conciencia siempre llegaba dos minutos tarde como para ser de utilidad. Había deseado a Lali. Aquel beso había sido una absoluta sorpresa justo cuando él más tranquilo se encontraba. Lali, seguramente, se había quedado de piedra, pero él no se había quedado el tiempo suficiente para comprobarlo. Guardó los artículos de limpieza y se dejó caer en el sofá. Muy bien, era obvio que ambos sentían aquella extraña atracción. Conocía demasiado bien a las mujeres como para no darse cuenta del extraño brillo de su mirada, de su ligero sonrojo, de cómo se le había acelerado el pulso. Pero también sabía que aquella reacción se debía a que hacía muchos años que no la besaban. Solo se trataba de una vuelta al mundo de la sensualidad. Sin embargo, aquella idea solo le servía a él para sentir aún mayor deseo, pues no podía dejar de pensar en cuánto podía enseñarla. Pero tenía que controlarse. Por varias razones: Uno. Ella no sentía hacia él los mismos sentimientos, era obvio, en caso contrario lo habría invitado a quedarse en su casa. Dos. Ella era nueva en el mundo de la sensualidad, lo que la hacía doblemente peligrosa: porque no sabía controlarse y no conocía su propio poder. Tres. Él sí sabía cómo controlarse... y sabía que ella podía resultar letal. De modo que, ¿cuál era la respuesta? La respuesta era la siguiente: no podía tocarla siquiera, no podía hacer nada que pudiera conducir a «algo». Sabía muy bien lo que hacía, por supuesto, se dijo, sintiéndose mejor que nunca desde que aquella estúpida apuesta comenzara a arruinar su vida poco a poco. Ninguna mujer había llegado a tentarle lo bastante como para que él diera la espalda a una amistad y mucho menos a una amistad tan importante como aquella. —¿Peter? Era Lali, que llamaba desde la escalera. —Sube. Todo estaba en orden y bajo control. Por fin. Lali entró cargada de bolsas y con dos blocs de dibujo. —¡Peter, no puedes imaginar lo que ha pasado! —Tienes razón, no puedo —dijo Peter, volvía a ser el de siempre. —He sido tocada por la varita mágica —dijo ella, dejando los blocs de dibujo sobre la mesa y abriéndolos. Los dibujos eran increíbles, aunque eran todos diseños de moda cuando lo que ella solía hacer eran diseños para empresas o imaginativos logotipos. Aquellos dibujos poseían una vitalidad insospechada. —La verdad es que me parecen muy buenos —dijo Peter—. ¿Qué ha pasado? —Pues... bueno, no es necesario entrar en los porqués —dijo ella apartando la vista—, pero por fin he descubierto lo que fallaba. Lo único que había hecho hasta ahora era seguir las indicaciones de Derek, o los deseos de Cande o de Rochi. Pero en cuanto he averiguado lo que quería, ¡ha sido magnífico! No me gustan los volantes y odio los colores pastel —dijo con entusiasmo—. Se puede ser sencillo y cómodo y al mismo tiempo resultar atractivo. Peter se echó a reír ante tanta energía. —Sería muy interesante verlo. —¡Espera, puedo enseñarte algo! —rebuscó en una de las bolsas y luego en otra y en otra. Peter observó divertido cómo su inmaculado cuarto de estar se iba llenando de ropa aquí y allá—. He desempolvado la máquina de coser que tenía en el colegio y he confeccionado un par de muestras. Peter miró a su alrededor, sorprendido deja cantidad de prendas de ropa que había a su alrededor. —¿A qué hora te fuiste a la cama? —dijo, examinando lo que parecía una falda. —¿Eh? Bueno, todavía no lo he hecho. Me he dado una ducha y me he cambiado antes de salir —dijo, y sin más preámbulos se quitó la camiseta. —¡Eh! —exclamó él, pero antes de que pudiera detenerla, Lali se había desabotonado los jeans y había empezado a bajárselos antes de que tuviera tiempo de llegar hasta ella—. ¿Qué haces? —Quería enseñarte lo que he hecho. Me cuesta creer que soy yo la que va a decirlo, pero me parecen increíblemente sexys. Tienes que verlo. —No —dijo Peter, tratando, desesperadamente, de contener la sensación que se le acumulaba en la entrepierna. Verla en braguitas y sujetador deliciosamente blancos era ya bastante sexy de por sí. —Quiero decir, ¿por qué no te cambias en el baño? Lali se echó a reír. —¿Has visto la cantidad de ropa que he traído? Si tuviera que ir al baño a cambiarme, no acabaría nunca —se quitó los jeans de una patada y buscó un modelito azul—. Bueno, vamos a ver, ¿dónde está la parte de arriba de esto? Aquello lo estaba matando, se dijo Peter. El asunto de la «cita» había sido una idea francamente mala. Lali se puso la falda y la parte de arriba. —¿Qué te parece? —preguntó, girando sobre sí misma—. Tienes que pensar en los zapatos de tacón, claro. Y además la tela es de una pieza de exhibición en la que estaba trabajando, pero sirve para hacerse una idea. —Muy..., muy bonito. —¡Espera, espera! Este es mucho mejor —dijo Lali revolviendo de nuevo entre las bolsas. Peter suplicó a Dios que le diera fuerzas para soportar la situación. Lali, por su parte, volvió a quitarse la ropa que llevaba. —Muy bien, ¿por qué no llevamos toda esta ropa al baño, La? —dijo Peter, desviando la vista de su amiga y recogiendo algunas prendas. ¡Aquello era más de lo que un hombre con sangre en las venas podía soportar! —Peter, tienes en la mano el vestido que quería enseñarte... —No sé por qué te empeñas en hacerme un desfile aquí mismo —espetó él, sin mirarla. «Cálmate, puedes convencerla con buenas palabras», se dijo—. Lo que me has enseñado me parece estupendo, creo que vas por el buen camino. Pero ya me conoces, no soy muy buen juez de la moda. —Peter —dijo ella—, eres el vicepresidente de una firma de ropa deportiva. —Oh —¡Vaya! ¿Por qué tenía que mencionar lo obvio?—. Me refiero a la ropa de mujer. —¿No tenéis una línea femenina? —Bueno, me refiero a la ropa que te pones tú —dijo él, y se volvió por fin. Ojalá no lo hubiera hecho. Aquella vez vislumbró algo más que una rápida visión de su ropa interior. Lali estaba en el centro de la habitación. Sus braguitas parecían la parte de abajo de un bikini. Estaba de brazos cruzados y uno de los tirantes del sujetador le colgaba a un lado. Su pelo estaba húmedo y rizado. El deseo le golpeó con la fuerza de un huracán. —Me estás tomando el pelo, ¿no? Peter tardó un segundo en hilvanar una frase coherente. —No. Lali sonrió. —Estupendo, entonces pásame ese vestido malva que tienes en la mano izquierda. —Lali, te lo digo en serio, creo que deberías cambiarte en otra habitación. —¿Por qué? Eres mi mejor amigo y no hay nada que yo tenga que tú no hayas visto ya en otra mujer. Peter se sentó. En efecto, él era su mejor amigo y resultaba evidente que aquella situación no le causaba ningún problema. Y si a ella le daba igual desvestirse delante de sus narices, ¿por qué no le iba a dar igual a él? Había visto a muchas mujeres guapísimas con mucha menos ropa de la que llevaba Lali en aquellos momentos. Claro que con esas mujeres él no había tenido por qué cortarse ni un pelo. Se quedó allí sentado, capeando como pudo la situación, viendo a Lali probarse un modelito tras otro. Lo cierto es que no estaban mal, y tenían cierto estilo. Aquellas prendas parecían cómodas, asombrosamente sencillas y le daban un aspecto muy, muy seductor. Por fin llegó el momento de enseñar el último conjunto y volvió a ponerse los vaqueros y la camiseta. Peter estaba bañado en sudor. El corazón le latía como si hubiera corrido la maratón. —Bueno, ¿qué te ha parecido? —preguntó Lali con evidentes ganas de conocer su opinión. ¿Qué le había parecido? Había perdido diez años de su vida durante aquella tortura. —Pues,.. muy bonito. —¿Bonito? —repitió Lali con el ceño fruncido—. Eso es una opinión de compromiso. Yo buscaba una ropa sexy, devastadora. Venga, Peter, dame tu verdadera opinión. —Muy bien —dijo él, suspirando—. Ha sido increíble. Harías que un monje budista se pusiera a babear como un perro. Si Dios ha hecho algo mejor, en este mundo desde luego no lo ha puesto. ¿Satisfecha? Lo dijo como de mala gana y se daba cuenta de ello, pero aquello era como echar sal a sus heridas. Se levantó y se dirigió a la cocina apresuradamente, a buscar agua helada. Se le pasó por la cabeza echársela en la entrepierna, pero en vez de ello bebió un vaso entero de un trago. —Babear como un perro, ¿eh? —dijo ella sonriendo. —Eres demasiado, ángel —dijo él con un suspiro. —Eso es lo que quería oír —concluyó Lali, y se dejó caer en el sofá—. ¿A qué hora empieza el partido? Peter se sentó, por cautela, en el otro extremo del sofá, con el mando a distancia en la mano. —Dentro de media hora, pero podemos ver el programa previo, ¿te parece? —Vale —dijo ella, y volvió a bostezar. Peter sonrió con ternura. Ahora que Lali estaba completamente vestida y sin maquillaje se sentía mucho más caritativo hacia ella. Qué bonita estaba medio dormida. Y qué inofensiva. —¿Lista para irte a la cama, ángel? Lali asintió. —Supongo. Estaba tan emocionada con los diseños que tenía la sensación de que podía seguir sin parar, ¿entiendes? Y quería venir a enseñártelos. —Y tenías tanta prisa que tenías que hacerlo en el salón, ¿no? —dijo él, con una sonrisita que le pareció tonta incluso a él. —Bueno, me parecía una estupidez pasar de una habitación a otra. Ya sabes cómo soy cuando estoy inspirada —dijo Lali, hundiéndose todavía más en el sofá—. Además, Peter, cuando he tenido la inspiración tú has sido la primera persona en la que he pensado. Quería que los vieras antes que nadie. Peter se sintió absurdamente conmovido. —Bueno... gracias, Lali. Es un honor. —Eres mi mejor amigo, Peter —murmuró Lali—. Sin ti no habría podido llegar tan lejos. Todo esto te lo debo a ti. —No me debes nada —dijo él suavemente, viendo como ella se dormía—. Lo has hecho todo por ti misma. Lali musitó una palabras incomprensibles y se durmió. Horas más tarde, Peter se despertó en una habitación oscurecida. La pantalla de la televisión brillaba vacía y azul. La se había despertado brevemente en el descanso del partido y en la primera mitad de la película, en la segunda mitad los dos se habían quedado dormidos. La cinta de vídeo había llegado al final y se había rebobinado. Miró los números rojos del vídeo. Eran las siete. ¡Había dormido dos horas! Se estiró para desperezarse y su mano tocó un cuerpo blando y cálido. Iluminada por la luz azulada de la pantalla, Lali estaba tumbada en el sofá a su lado. El apartó la mano. Sonrió. Lo había conseguido, había pasado con ella el día entero, haciendo todo lo que le gustaba y a pesar de su tortuoso comienzo se las había arreglado para no tocarla ni un pelo. La había besado una vez, la había visto medio desnuda, pero eso formaba ya parte del pasado. Desde aquel día serían amigos. Era perfecto. Ahora lo único, que hacía falta era salir a comer una pizza y sellar el pacto. A partir de aquel día todo iría viento en popa. —Levanta, pequeña —le susurró al oído—. Hay una deliciosa pizza margarita esperándote. —Hum —masculló Lali, encogiéndose de hombros. —Venga, venga. Si sigues durmiendo esta noche no tendrás sueño —dijo Peter, frotándole los hombros—. En cuanto comas algo te sentirás mejor. —Oh —se quejó ella. —¿Te he hecho daño? Lali dejó escapar un suspiro. —No —seguía medio dormida. —Estás loca, no sé cómo has podido estar cosiendo toda la noche —dijo Peter, e incrementó la presión de los dedos—. Relájate y déjame a mí. Llámame Gunther, tu masajista sueco... Lali se acomodó para recibir mejor el masaje de Peter. —Así, así. Peter recorrió el cuerpo de Lali con la mirada. Tenía las largas piernas estiradas y la espalda arqueada como si fuera una gata. Y él comenzaba a sentir deseos de besarla. «Lo estabas haciendo muy bien», se dijo, «no lo estropees ahora». —Bueno, ya está bien —dijo, y le dio la vuelta para que lo mirase—. Levántate, ya, Lali. Ella parpadeó. Tenía los ojos entreabiertos y muy pesados. Luego sonrió. —Peter... Antes de que él pudiera reaccionar, le echó los brazos al cuello. Antes de que pudiera pensar, tiró de él hacia sí. Cuando él se dio cuenta de lo que estaba pasando, ya no quiso ni reaccionar ni pensar siquiera. Comenzó suavemente, como en un lento susurro, rozando sus labios contra los suyos. Susurró su nombre, lo cual provocó en su estómago una especie de intenso fuego. Trató de recobrar el control, pero ella lo sostuvo con más firmeza y se apretó contra él. El deseo de controlarse, no obstante, desapareció muy pronto. Se echó sobre ella, recostándola sobre los cojines. Ella se estremeció y él se dio perfecta cuenta de ello. Sintió sus pezones erizados a través de la tela de su camiseta. La besó apasionadamente, disfrutando del sabor de sus labios, de su lengua. Le acarició el cuello y ella tembló y gruñó en su boca. El beso se hizo más intenso aún cuando él le acarició un seno y ella se lo facilitó, separándose un poco, agradeciendo y buscando aquella deliciosa caricia. Pasó un dedo por un pezón y ella se arqueó, acoplándose a él con una pasión tan intensa que le hizo retorcerse de placer. De pronto, sin saber cómo había llegado a aquella postura, Peter se vio entre las piernas de Lali, con las caderas dulcemente aprisionadas entre ellas. Y se dio cuenta de que Lali se acomodaba para sentir su erección. Era una sensación intensa, tóxica. Estaba fuera de control. Su corazón latía con tanta fuerza que podía oír sus latidos con la fuerza de un tambor de guerra. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! Un momento... ¡No se trataba de su corazón. —¡Peter...! ¿Estás ahí? Levantó la cabeza con esfuerzo. Los dos se quedaron muy quietos, mirando hacia el pasillo de donde provenía el sonido de los golpes. —Venga, tío, sabemos que estás en casa —parecía Gaston—. ¡No nos obligues a derribar la puerta! Peter se puso en pie de un salto. Los dos respiraban con dificultad. —No te muevas —dijo y bajó a toda prisa. Abrió la puerta. —¿Qué? Gaston, Nico y Sean estaban junto a su puerta. —Tranquilo, tío. Solo queríamos que supieras que hay olas de más de dos metros, perfectas para hacer surf. ¿Vienes? —¿Casi echáis la puerta abajo para decirme que hay olas de dos metros? —Pues, claro —dijo Nico, levantando la vista con un gesto de impaciencia—. ¿Qué demonios te pasa? Gaston estudió la expresión de Peter durante un momento, luego sonrió. —Me da la impresión de que hemos venido en mal momento... —Más o menos —dijo Peter. —Lo siento, tío, de verdad —intervino Nico, retrocediendo—. En serio. Haz lo que tengas que hacer. Gaston se echó a reír, pero Sean se fijó en los coches que había aparcados en la calle y luego lo miró con gesto preocupado. —¿Seguro que estás bien? —Lo estaré en cuanto te lleves a estos payasos de aquí. Sean dio media vuelta y los tres amigos se alejaron hacia la playa. Peter cerró la puerta, echó el cerrojo y volvió arriba. Lali había metido toda su ropa en las bolsas y estaba recogiendo los dos blocs de dibujo. —Creo que es mejor dejar esa pizza para otra ocasión —dijo, sin levantar la vista. —Lali, con respecto a lo que ha pasado... —Ha sido culpa mía —dijo ella—. De verdad, supongo que estaba cansada, o soñando o lo que sea. —Ha sido un pequeño accidente, ángel —dijo él, tomando su barbilla para mirarla a los ojos—. No hay que echar la culpa a nadie. Lali seguía sin mirarlo directamente a los ojos. —Tengo que ir a casa y terminar de perfilar estos esbozos, creo que puedo sacar de ellos algunos vestidos. Y de verdad que tengo que... hacer recados, por mi casa. Un momento, ¿él se estaba consumiendo vivo y lo único en que ella podía pensar era en hacer unos recados? —Lali, ¿estás bien? —No quería que... —dijo, mirándolo por fin a los ojos—. Ocurriera lo que acaba de ocurrir. Créeme, de verdad. Sé que ha sido una tontería, pero llevamos siendo amigos mucho tiempo y seguro que lo comprendes. No significa nada en absoluto. —La verdad es que me falta práctica —prosiguió ella sonrojándose—. Y ahora, con el asunto de la apuesta y el cambio de actitud... supongo que surgen muchas cosas que ni siquiera sospechaba. Peter asintió. —Ahora me voy y será como si esto nunca hubiera ocurrido, ¿de acuerdo? —Claro. Era exactamente lo que él quería que sucediera con los dos besos que se habían dado, ¿o no? Lali esbozó una sonrisa de disculpa y se puso de puntillas como si quisiera darle—un beso, pero luego cambió de opinión y se dirigió a la puerta. Peter estaba desconcertado. —Hasta luego —dijo, abriéndole la puerta. —Hasta luego, ya te llamaré. La vio subirse al coche y marcharse. Luego se dirigió a la cocina, sacó una cerveza del frigorífico y volvió al salón. Allí se dejó caer en el sofá y abrió la lata de cerveza. Por supuesto, lo que había ocurrido debía hacerle sentirse más feliz. Implicarse en una relación con Lali solo, podría traerles muchas complicaciones a los dos. Para empezar, pondría fin a su amistad, lo cual por supuesto sería desastroso. Sí, Lali tenía razón, razonó. Eran tan solo amigos, de modo que lo mejor era dejarse de besos y fingir que no había pasado nada. Solo así podría él conseguir lo que tanto deseaba, ¿no? Es decir, que todo volviera por sus cauces, que todo permaneciera como siempre y él no tendría que preocuparse por perderla. Resultaba extraño, pero de un modo algo peculiar su «cita» había acabado tal como él había planeado. Suspiró y apuró la cerveza. Maldita sea, ¿por qué entonces no se sentía mejor que antes? ]center]Segundo capitulo del dia...no os podeis quejar!! Me alegro de que os guste!! Os quiero a todas!! Un beso enorme[/center] | |
| | | SandiaSa Invitado
| Tema: Re: Apuesta Arriesgada Miér Mayo 23, 2012 6:44 pm | |
| Dios...como sufro. Se de alguien que se esta enamorando (8 Me encanta y lo sabes... ¡Quiero máaaaas! Te quiero infinito. |
| | | Ione_nav Miembro junior
Mensajes : 153 Fecha de inscripción : 18/08/2011 Edad : 36 Localización : Estella, Navarra, Spain
| Tema: Re: Apuesta Arriesgada Jue Mayo 24, 2012 6:01 pm | |
| Capítulo 8 «Estúpida, estúpida, estúpida, estúpida». Lali estaba mirando fijamente el teléfono de su cuarto, preguntándose cómo podría explicarle a Cande que no podía acudir a la fiesta de inauguración de su nueva casa. «Hola, Cande, no puedo ir porque sé que Peter estará allí y llevo evitándole durante una semana. ¿Por qué? Porque el otro día perdí la cabeza. Estaba medio dormida y le ataqué como una amazona en celo.» Intentó decirlo en voz alta, por probar, y se dio con la almohada en la cabeza. «¡Estúpida!» Aquella noche, en el sofá de Peter, había perdido la cabeza por completo. Por supuesto, no había ido a su casa con la intención de seducirlo. Cómo seducir a Peter, que tenía a muchas mujeres, como aquella rubia del restaurante, dispuestas a bailar desnudas ante él para conseguir su atención. En cualquier caso, él se habría reído ante un intento por su parte en tal dirección. Una imagen del beso le cruzó por la mente, una imagen parecida a las muchas que llevaban atormentándola durante toda la semana. En medio de una reunión de trabajo, o en el supermercado, o cuando trataba de concentrarse en sus dibujos. O por la noche, antes de dormirse. En realidad, ese era el peor momento. Suspiró profundamente. Había salido corriendo de su casa, disculpándose, pidiéndole que olvidara lo ocurrido, cosa que él, a aquellas alturas, probablemente ya habría hecho. Ella, sin embargo, no podía dejar de olvidar lo ocurrido. Sabía bien que no era aquello lo que él quería. No, no deseaba mantener una relación con ella, el beso había sido algo placentero, agradable, pero estaba segura de que Peter no quería mantener una relación con ella. Ella, por su parte, deseaba algo más.. Ella estaba enamorada de él. Era algo que debería haber admitido mucho antes. Estaba enamorada de su mejor amigo. Cuando no tenía confianza en sí misma, con la amistad le bastaba. De hecho, en muchas ocasiones se había dado cuenta de que su amistad era mucho más de lo que ella merecía, pero ahora, cuando cada vez tenía más confianza en sí misma y mayor conciencia de sus deseos, tenía la sensación de que el matrimonio, la familia, los hijos, eran posibilidades al alcance de su mano. Es decir, eran posibilidades con cualquier hombre en general, solo que ella quería a uno muy en concreto, quería a Peter. Ahí estaba el problema. Suspiró. El no quería ser el señor Adecuado de nadie. ¿Por qué iba a querer si podía salir con cualquier mujer que quisiera? Su vida, como él mismo admitía, era «perfecta» y no tenía el menor deseo de cambiarla. No, nunca se enamoraría de ella. «¿Y ya está?», le dijo, indignada, la voz de su conciencia. «¿Y ahora qué?» En cualquier tiempo pasado, se habría conformado con su situación, la habría sufrido en silencio, pero ahora no. Se sentía atractiva y confiaba en sí misma. ¿Por qué iba a quedarse suspirando por su suerte, esperando a que él entrara en razón? ¡Tenía otras opciones! Un nuevo ánimo la impulsaba. Buscó el bolso y sacó un trozo de papel con un número de teléfono. —Hola, ¿Pablo? —sonrió, mirando un vestido que acababa de confeccionar—. Soy Lali. Me pregunta si te apetecía acompañarme a una fiesta esta noche. Que Peter hiciera lo que le diera la gana, se dijo, mientras Pablo aceptaba la invitación. Ella tenía que vivir, no podía hipotecar su vida a un sueño que no podía hacerse realidad. Peter llevaba media hora sentado en el sofá del salón de la casa de Cande. Trataba de reunir la energía suficiente para mantener un nivel mínimo de sociabilidad. Desde el episodio sucedido con Lali no tenía humor para relacionarse con nadie y en realidad solo había acudido a la fiesta por ver si hablaba con ella. Habían hablado por teléfono un par de veces, pero era obvio que algo la molestaba, porque se mostraba distante y evasiva. Lo más probable era que se sintiera incómoda con lo que había sucedido en su casa el domingo anterior, quizás sintiera cierta vergüenza. Incluso había admitido hasta qué punto le faltaba práctica, como si fuera un crimen. Bueno, muy bien, pero él se encargaría de recuperar la normalidad. En realidad, ¿qué había de malo en que dos amigos se besaran? El había sentido una gran confusión con respecto a aquel asunto, era cierto, pero probablemente aquello no era nada compara4o con lo que la pobre mujer estaría pasando. «Sí, claro; por eso te has portado igual que un ermitaño desde que todo esto empezó». «Cállate, conciencia», se dijo. «Ahora mismo no me haces falta». Sí, él conseguiría que ella volviera a sonreír y su relación de amistad recobraría su pulso normal. Le iba mucho mejor y las ropas que diseñaba parecían haber abierto un camino enteramente nuevo para ella, de hecho, pensaba proponerle la compra de algunos de sus diseños para su línea femenina. Si pudiera hablar con ella aunque no fuera más que cinco minutos, si pudiera... —¡Lali! —dijo Cande, corriendo hacia la puerta de entrada y dándole a su amiga un gran abrazo—. Qué pena, cariño, que no nos hayamos visto desde la boda, pero la mudanza, ya sabes... además, sabía que estabas en las capaces manos de Rochi. —Hola, Cande —interrumpió Lali—. Quiero presentarte a mi amigo, Pablo Martinez. Pablo, esta es Cande Lanzani... digo, Cande Sierra, que acaba de casarse. —Enhorabuena. —La voz de Pablo emergió desde la espalda de Lali. Peter abrió los ojos de par en par—. Lali me ha hablado mucho de ti. ¿Qué tal en Hawái? ¿Pablo Martinez estaba allí? ¿Con Lali? ¿Qué demonios estaba pasando? —Precioso, precioso —dijo Cande, colgándose del brazo de Pablo—. Pero lamento haber estado fuera tanto tiempo, me he perdido la diversión. Para mi gusto, Lali y yo apenas hemos podido hablar de ti —dijo mirando de reojo a Lali con una enorme sonrisa. —Bueno, pues yo voy a estar por aquí algún tiempo, así que nos va a ser fácil remediar la situación —dijo Pablo con una sonrisa. Cande se echó a reír, acompañando a la pareja a la cocina. —¿Quieres algo de beber...? «Genial», pensó Peter. Al parecer, uno de los dos se las había arreglado para olvidar lo sucedido el último domingo como si no tuviera ninguna importancia... y no se trataba de él. Se levantó y se dirigió a la puerta de la cocina, pero sin entrar. —¿Así que esta es tu nueva casa? —oyó que decía Pablo. —Esta es su dulce hogar, sí —intervino Rochi—. Agustín, ¿por qué no le enseñas la casa a Pablo? Lali ya la conoce y además tenemos muchas cosas de qué hablar. Tengo que ponerme al día. Peter se refugió detrás de la percha de los abrigos para que Pablo y Agustín no lo vieran, y siguió escuchando. Sabía que no debía hacerlo, pero como mejor amigo de Lali tenía derecho a saber de su vida. Al menos esa era la justificación que pensaba esgrimir en caso de que lo sorprendieran. —¡Oh, Dios mío! ¡Es guapísimo! —dijo Cande. —¿No te lo había dicho? —intervino Rochi. —Sí, pero no te das cuenta de hasta qué punto si no lo ves en persona. Qué rubio, qué sonrisa, Dios mío, casi me derrito. Peter levantó los ojos al cielo. Si Pablo había recibido la aprobación de Cande, más le valía irse preparando para soportar una gran presión. —Me encantan sus ojos —dijo Rochi—. ¿Qué es lo que más te gusta de él, Lali? ¿O no puedes decírnoslo? —Lo que más me gusta de Pablo es que es muy tierno y no me presiona nunca. A diferencia de vosotras dos. «Ésa es mi chica», pensó Peter. «Duro con ellas». —Oh, vamos, cariño —dijo Rochi—. Me parece que no te pusimos una pistola en el pecho para que aceptaras la apuesta de Peter. Te metiste en el lío tú solita. Pero ahora eso da igual, Pablo es el hombre más guapo y más simpático con el que has salido, ¿qué tiene de malo en que insistamos en que no lo pierdas? Lali no dijo nada y Peter sintió la tensión del silencio. —Si no os importa, no quiero hablar del tema. Peter se mordió el labio en un gesto de frustración. —¿Lali, qué ocurre? —preguntó Cande con preocupación—. ¡Estás blanca! Peter dio un paso adelante. ¿Lali enferma? No estaría... —No es nada, es solo que no he dormido bien —dijo Lali y Peter suspiró, si le ocurriera algo serio, lo habría dicho, sin duda—. Y además no he desayunado, últimamente como muy poco. —Muy bien, lo primero que haremos es darte de comer —dijo Cande, adoptando un tono maternal—. ¿Sabes lo que parece? Que estás enamorada. ¿Enamorada? ¿Lali enamorada de aquel niño bonito? —¿Habéis visto a Peter? —preguntó Lali, y Cande se echó a reír. —Muy bien, si quieres cambiar de tema, cambiaremos de tema —dijo Rochi—. Peter debe estar viendo algún partido en la tele, pero te diré una cosa, no, no puedes ir a buscarlo. —Francamente, Lali, ¿qué va a pensar Pablo si te ve ver la tele con el idiota de mi hermano? —añadió Cande. Peter suspiró. Ya tenía bastante problemas con Lali como para que Cande y Rochi echaran más leña al fuego. —Yo no pensaba ver la tele y no creo que Pablo pensara nada malo de mí, pero llevo sin hablar con Peter una semana. Se hizo un prolongado silencio. —Muy bien, ¿qué es lo que pasa, Lali? —intervino Rochi, con evidente preocupación. —¿Qué quieres decir? —Si no vas a ver el partido y no hablas con Peter desde hace una semana es que pasa algo muy gordo —dijo Rochi—. Así que dinos qué es. Peter se inclinó hacia delante. —No comes, no duermes y estás... un momento —dijo Cande, lentamente—. ¿No estarás embarazada? Peter se agarró a los abrigos con tanta fuerza que estuvo a punto de echar abajo el perchero. —¿Qué? ¡No! —¿Seguro? —Seguro, a no ser que baste con un apretón de manos y un beso de despedida. Peter respiró de nuevo. No tenía por qué alegrarse de que Lali no se hubiera acostado con Pablo, pero se alegraba, infinitamente. Fue como si le quitaran un gran peso de encima. Y entró en la cocina. —Ah, Lali, estás aquí. Las tres mujeres se callaron. Su hermana y Rochi tenían rostros culpables y sonreían disimuladamente. Lali se lo quedó mirando fijamente. —¿Estabais hablando de algo que yo debería saber, señoras? —Era solo una conversación entre amigas —dijo Lali—. Nada que te interese. —Bueno, pues podríamos hablar de otra cosa, ¿no? —Tengo una idea —dijo Cande, con ánimo desafiante—. ¿Qué te parece si hablamos del hecho de que Lali está a punto de ganar la apuesta? —Pablo es el partido del siglo —dijo Rochi. Peter no dejaba de mirar a Lali a los ojos. —¿Por qué no me hablas de Pablo, Lali? —dijo, bajando la voz—. La verdad es que no sé si estáis muy unidos o no. —No hay mucho que contar —dijo Lali, elevando un poco la barbilla, clara muestra de orgullo, según Peter sabía muy bien—. Quiero decir, Pablo es un gran partido. Le gusta estar conmigo y a mí estar con él. Si él quiere algo más, bueno pues ya veremos, pero de momento solo estoy tratando de pasar mi tiempo con alguien con quien sí puedo imaginar un futuro —dijo, enarcando una ceja y sin dejar de mirar a Peter, a quien aquella situación le resultaba familiar—. ¿Representa eso algún problema para ti, Peter? Peter apretó los dientes. —Claro que no —replicó—. ¿Por qué iba a serlo? —Creo que voy a ir por Pablo —dijo Lali, sonriendo—. Quería enseñarle el cuadro que te regalé, Cande. Si me perdonáis... Desapareció sin más palabras. —Bueno —dijo Rochi—, ya te lo había dicho. —Está preciosa —dijo Cande—, y no es tanto su nueva ropa, aunque parece claro que el verde le sienta muy bien, como la actitud. —Sí, pero la ropa me encanta —adujo Rochi—. Nuestra pequeña se ha convertido por fin en una mujer. —¿Qué te parece, Peter? —dijo Cande, sonriendo. —Creo que tenéis que dejar de presionarla —dijo Peter ásperamente y las dos mujeres se quedaron boquiabiertas. —No la estamos presionando —protestó Rochi—.. Solo estamos... —Sí la estáis presionando. Nunca os ha gustado su manera de ser y ahora está cambiando por complaceros —dijo Peter, frunciendo el ceño. Su temor era otro, que Lali cambiara y lo abandonase—. Me alegro de que haya ganado confianza en sí misma, ¿quién no se alegraría por eso? Pero no necesita que los dos insistáis en que se comience una relación para la que no está preparada. Cande parecía confusa, pero Rochi contraatacó. —Es más fuerte de lo que tú crees. —Es más frágil de lo que tú crees —replicó Peter—. Confía en mí, lo sé muy bien, yo mismo le he hecho bastante daño. Así que lo único que digo es que tengáis cuidado, ¿lo haréis? Cande asintió. —Muy bien, por nada del mundo le haría daño a Lali. —Claro que no —dijo Rochi, suspirando—. Bueno, vale, Peter, pero te digo una cosa, no creo que esta vez se sienta presionada, es que está muy implicada en su relación con Pablo. —Puede ser —dijo Peter y salió al pasillo. Quería comprobar hasta qué punto estaba implicada con Pablo. Era su mejor amiga y como tal responsabilidad suya, y no permitiría que nadie le hiciera daño... ni Rochi, ni Cande, ni Pablo ni siquiera ella misma. —Ha sido genial, Lali —dijo Pablo, sonriendo—. Gracias por invitarme. —No pasa nada —dijo Lali, tomando un trago de su refresco. Se alegraba de que Pablo lo estuviera pasando tan bien. Ella por su parte lo estaría pasando mucho mejor si supiera dónde andaba Peter, que la había evitado desde su corta conversación en la cocina; aunque solo le había dicho la verdad, así pues, ¿por qué ocultarla? —Tienes unos amigos estupendos —dijo Pablo—. Son como una familia. Tanto que me han hecho echar de menos a la mía —dijo, y suspiró—. Puede que sean un poco pesados, pero te quieren, ¿sabes? Lali abrió mucho los ojos. —¿Puedes decir eso después de haber pasado con ellos solo un par de horas? Pablo se echó a reír. —Hablaba de mi familia, Lali. No dejan de presionarme para que me case. —Sé muy bien a qué te refieres. —Un día de estos voy a relacionarme con alguien solo para que me dejen en paz. —Eso me suena. —Lali —dijo Pablo, poniéndose muy serio—, ¿has pensado...? —Hola. Lali se giró. Peter se colocó a su lado. —¿Peter? —Hola, Pablo, ¿te importa que te robe a Lali un momento? Tengo que hablar con ella. Lali abrió los ojos de par en par. Pablo asintió. —Claro, adelante. Lali frunció el ceño. —Seguro que puede esperar —dijo. —No, tengo que hablar contigo ahora mismo —dijo, y tomándola del brazo la empujó hacia el pasillo. —Volveré ahora mismo —le dijo a Pablo, y se volvió hacia Peter—. ¿Qué haces? —Salvarte —dijo Peter—. Este sitio está lleno hasta los topes y tengo que hablarte en privado. Dónde... por aquí, ven —dijo, y abrió una puerta que conducía al sótano. Lali se sentía algo frustrada. —Será mejor que sea algo importante, Peter —dijo, mirando a su alrededor la oscuridad que los rodeaba. El aire era húmedo y fresco, con ligero olor a detergente. —¿Te has dado cuenta de lo que ese tipo estaba a punto de decirte? —dijo Peter, tirando de la cuerda de la bombilla que colgaba del techo para encenderla—. Tienes suerte de que pasara por allí. —¿Perdón? —replicó ella con estupor. —Me has oído. Ese tipo estaba a punto de atacar —dijo Peter, sonriendo con satisfacción—. Se las sabe todas. Tú no habrías sabido rechazar un montón de mentiras sobre el matrimonio y esas cosas. —¿Y por qué iban a ser mentiras? —dijo ella—. Muy bien, de acuerdo, puede que quisiera «atacar», ¿y qué? ¡Ya era hora de que alguien lo hiciera! —¿Hablas en serio? —replicó Peter, apretando los dientes—. Esta sí que es buena, yo me rompo los cuernos por protegerte y lo único que se te ocurre decir es que te da igual. —¿Protegerme? —dijo ella, con un gesto de impaciencia—. ¡Por favor! Cuántas veces voy a tener que decirte que puedo cuidar de mí misma. Soy una mujer adulta, hecha y derecha, perfectamente capaz de tratar con un hombre que tiene en la mente algo más que un beso por descuido. —¿De verdad? —replicó Peter con sarcasmo—. Tiene gracia. Ahora mismo creo recordar a cierta mujer «hecha y derecha» totalmente nerviosa después de besar a un tío en el sofá de su casa. Creo recordar a una mujer «hecha y derecha» que me dijo que le faltaba práctica en los aspectos físicos de una relación —dijo, con los ojos inyectados en sangre—. ¿O son imaginaciones mías? —Es que, como me falta práctica, estoy pensando en que Pablo me ayude a recuperar el tiempo perdido. —Y un cuerno —gruñó Peter—. Lali, no importa lo que pienses, no sabes dónde te estás metiendo. Estás mal de la cabeza, ¡ni siquiera conoces a este tipo! —¡Claro que lo conozco! —¿Después de dos semanas? —preguntó Peter, dando un paso adelante, inflamado—. Entonces dime, ¿cuál es su deporte favorito? ¿Y su película favorita? ¿Y su helado preferido? Lali se acercó a él, estaban a unos centímetros. —No es un fanático del deporte, como tú, pero a veces ve algún partido de béisbol. Su película favorita es Espartaco y su helado preferido el mismo que el tuyo: de chocolate. Peter frunció el ceño. —¿Y en la cama? ¿Qué tal en la cama? Lali se quedó de piedra. —¡Cómo te atreves! —Claro, en esa cuestión no nos puedes comparar —dijo Peter con una fría sonrisa—. Aunque puede que te dé una idea de lo que prefiero, para que Pablo sepa lo que me gusta. Antes de que pudiera moverse, Peter la tomó por la cabeza y se echó sobre ella besándola violentamente. Con esfuerzo sobrehumano, Lali se separó de él. —¡Cómo te atreves! —dijo, con la respiración entrecortada. Peter la miró con ánimo incendiario. También a él le costaba respirar, pero, poco a poco, lograba controlarse y no dejarse llevar. La voz de Lali vibró con la energía que le corría por las venas. —En tu vida, escúchame bien, en tu vida vuelvas a hacer eso. Me da igual que te pueda tu impulso de macho. No eres Tarzán y yo no soy Jane —dijo, apretando los dientes—. Cuando quiera besar a alguien, no lo haré de rabia, ni por frustración, ni por lo que sea. Cuando bese a alguien será porque lo deseo, pura y simplemente. ¿Me oyes? —Te oigo, sí. —Mejor —respondió Lali, y sin más le echó los brazos al cuello, hundiendo los dedos en sus cabellos y lo besó apasionadamente. Si pensaba que podía controlar las sensaciones que le provocaba aquel beso, se equivocaba. Pensó, vagamente, que quería demostrar algo, pero en aquel momento solo podía aferrarse al hecho de que necesitaba sentir sus labios, sus brazos, su cuerpo entero. Peter se quedó de piedra, sin poder reaccionar durante unos segundos, luego respondió con un abrazo, tomándola por la cintura, estrechándose contra ella. Trazó con la lengua el perfil de los labios de Lali y luego la deslizó dentro de su boca, para saborearla. Lali sintió una oleada de calor y fue como si un rayo de pasión y ardor la recorriera de arriba abajo. No pensaba porque no podía pensar. Solo podía desear... y actuar. Peter la empujó contra la lavadora, sentándola en ella. Lali se aferró a sus hombros y separó las piernas para recibirlo entre ellas. Peter le acarició la espalda, poco a poco, dulcemente. Ella sentía las yemas de sus dedos, como si trazaran una senda de fuego que aumentaba su pasión. —Lali —susurró él, con la respiración entrecortada, besándola detrás de las orejas, deslizando la lengua por el cuello. Ella arqueó la espalda para sentir su presión en los senos. —Peter —susurró ella, guiándolo hacia sus labios. El nuevo beso fue largo, dulce, cálido, pero no menos apasionado. Metían y sacaban la lengua en sus bocas, en un recordatorio de lo que ambos estaban deseando. —¿Peter, Lali, estáis ahí? Lali dio un respingo al tiempo que Peter se separó de ella, llegando hasta el otro extremo de la pequeña bodega. Cande se asomó, con curiosidad. —¿Estáis bien? ¿Pasa algo? —Subimos dentro de un momento —dijo Peter. Su voz era ronca, casi ahogada, y le daba la espalda a la escalera. —¿Podéis subir una caja de cervezas? —dijo Cande, y cerró la puerta. Lali lo miró con un brillo en los ojos. —Peter, tenemos que dejarnos de interrupciones. —Lali, esto es una locura —dijo él, volviendo a su lado y besándola de nuevo sin dejar de hablar—. Si vuelve Cande, ¿qué le vamos a decir? —¿Qué tal esto: «Cande, ¿te importaría volver después de que hagamos el amor en tu lavadora»? —dijo ella, y se echó a reír, aunque dejó de hacerlo al darse cuenta de que era eso precisamente lo que acabarían haciendo si no se detenían a tiempo. Sin embargo, a la alarma le siguió una nueva idea: ¿y qué? ¿qué importaba nada?; y lo besó de nuevo. Peter, no obstante, se separó de ella y retrocedió. —Lali, no puedo hacer esto. Su rechazo fue para Lali como un trago de ácido. —Claro que no —dijo ella, y cerró los ojos para recibir un nuevo beso de él. —Es una estupidez —dijo Peter, besándola en el cuello—, porque sé que somos solo amigos, y... —volvió a besarla— ...los dos sabemos que esto no conduce a ninguna parte, ¿no? —Claro —dijo ella, devolviéndole el beso—. Lo que tú digas. —Si lo intentamos los dos, estoy seguro de que olvidaremos todo esto —dijo y la besó de nuevo, larga y dulcemente. —Claro —respondió ella cuando pudo, sin saber muy bien por qué le daba la razón. Luego, Peter se separó de ella, dirigiéndose al otro extremo de la sala. —Muy bien, de acuerdo. Yo puedo controlar la situación —dijo tomando aire. Luego cerró los ojos y al cabo de unos segundos dijo—: Vete de mi lado, Lali. Sé que entre tú y Pablo hay algo y sé que no he debido dejar que esto llegase tan lejos, pero no he podido evitarlo. Te lo juro si me das unos días... una semana, me olvidaré de todo lo que ha pasado. ¿De acuerdo? —Peter, ¿de qué estás hablando? —Eres mi mejor amiga —dijo él, depositando un beso en sus labios—. Por favor, por el bien de los dos, mantente lejos de mí. Y con estas palabras, desapareció. Abanicándose la cara con una mano, Lali se apoyó en la pared. Lo que había ocurrido era... ¡increíble! «Él te desea». No es que no le gustase físicamente, no es que la viera solamente como una amiga. Peter pensaba que ella no estaba interesada en él, que de él solo quería la amistad. Pero aquella sensación, la dejó perpleja. Si ella estaba enamorada de Peter y si también sabía que él la deseaba, solo dependía de ella averiguar si una relación entre ellos podía salir adelante. No obstante, la situación era complicada. Resultaba sencillo penar por su amor, pero ahora que podía tenerlo a su alcance, resultaba mucho más difícil saber si era lo que realmente quería. Porque no se trataba de analizar sus sentimientos, o su amistad, sino de algo más importante, era una cuestión de amor... y de dejar de lado sus miedos y decidirse a buscar lo que realmente quería. Si recordaba bien, había en La guía un capítulo dedicado a la seducción. Pues bien, había llegado la hora de poner a prueba aquel libro. | |
| | | Mais020291 Miembro junior
Mensajes : 178 Fecha de inscripción : 18/08/2011 Edad : 33 Localización : Lima, Peru
| Tema: Re: Apuesta Arriesgada Vie Mayo 25, 2012 1:25 am | |
| Ayyyyyy Peterr idiotaaaa!!!!!!!!!! Ojala Lali lea bien el libro jaja aunque no va a ser necesario, Peter se muere por ella Mas! | |
| | | Ione_nav Miembro junior
Mensajes : 153 Fecha de inscripción : 18/08/2011 Edad : 36 Localización : Estella, Navarra, Spain
| Tema: Re: Apuesta Arriesgada Lun Mayo 28, 2012 4:11 pm | |
| Capítulo 9 Al cabo de unos días Peter se dio cuenta de que su reacción en la fiesta de inauguración de la casa de Cande, había sido exagerada. Estaba sentado en su despacho y era ya de noche. Sí, al cabo de una semana de la fiesta el tiempo transcurrido le decía que, en efecto, había exagerado lo ocurrido. —Jefe... —Adelante. Se trataba de Jake, su joven ayudante. —Se trata de esto —dijo, entregándole varias hojas de papel. Peter frunció el ceño. —¿Qué pasa con ello? —Esta carta no tiene ningún sentido, jefe. Quiero decir, en el primer párrafo comienza a hablar de los riesgos de una fusión y en el segundo dice que hay que olvidarse de todas las cautelas y firmar mañana mismo. ¿Qué quiere decir exactamente? Peter se quedó mirando las cartas como si fueran serpientes vivas. —¿He escrito yo eso? —Lo más extraño es que me parece que ni siquiera tenemos intenciones de fusionarnos con esa compañía, creía que solo queríamos aumentar la cooperación — Jake se aclaró la garganta—. Suelo mandar todas sus cartas, jefe, pero ésta en concreto... —Esto... Gracias, Jake —dijo Peter, dejando las cartas a un lado—. No sé dónde tengo la cabeza. A propósito, ¿qué hora es? —dijo, consultando el reloj con ojos cansados—. ¿Las ocho? ¿Qué haces aquí todavía? Jake se encogió de hombros. —Si usted trabaja, yo también. —Te lo agradezco, pero, ¿estás loco o qué? —dijo Peter, riendo. Sentía un dolor en la espalda, señal de que llevaba sentado demasiado tiempo—. Que tu jefe se esté convirtiendo en un adicto al trabajo no significa que tú tengas que seguir su ejemplo. —Creía que estaba trabajando en algo importante —dijo Jake—. Lleva muchos días viniendo a las siete de la mañana y quedándose hasta las nueve. —Pues... He pasado un trimestre muy relajado y estaba poniéndome al día, pero no creo que la situación dure mucho tiempo —dijo Peter, mirando a su ayudante con aprecio—. Y espero que respetes tu horario laboral a no ser que quedemos en otra cosa, ¿de acuerdo? —Muy bien, como quiera, jefe —dijo Jake, y desapareció. Peter suspiró, apagando su ordenador. Más le valía admitirlo. Había hecho todo lo posible por olvidar el fantasma de Lali. Había salido a correr por la playa, hecho pesas hasta la extenuación, leído hasta cansar la vista. Cualquiera cosa para no pensar en ella. Pero eso no le había protegido contra su subconsciente. Se dormía cada noche saboreando sus labios, se despertaba recordando el roce de sus cabellos, soñaba con la escena del sótano todas las noches... Y lo que era peor, cuando lograba vencer en su lucha por reprimir el deseo que sentía por ella, se veía abrumado por una sensación todavía más desconcertante. La echaba de menos. Había tratado de no llamarla, pero sus dedos marcaron su número en muchas ocasiones sin él quererlo. Había faltado a la partida de póker, por no encontrársela, y sus movimientos se reducían a ir de su casa al despacho y del despacho a su casa. Sus únicas salidas se circunscribían a las carreras por la playa, y esto porque sabía que allí no la encontraría. No dejaba de pensar en ella, era cierto, y a pesar de ello, sabía que la relación entre ellos había cambiado, quizás definitivamente. El único responsable de aquel cambio, por otro lado, era él, que había propuesto aquella estúpida y maldita apuesta. Ahora que todo había empezado a cambiar, no sabía en qué podía acabar aquello, lo único que sabía era que la echaba de menos y que no quería vivir sin ella. Quizás si se sentaran a discutir el asunto... Quizás ella tendría la solución para que las cosas volvieran a su cauce. Porque él no sabía qué hacer. Primero había tratado de estar cerca de ella, y la situación había acabado en la escena del sótano. Luego se apartó de ella, y se daba cuenta de que aquello no podía seguir así. Tenían que hablarlo. Era lo más maduro, lo que debían hacer, lo más razonable. Suspiró profundamente y descolgó el teléfono. —¿Dígame? —¿Lali? —dijo, aclarándose la garganta—. Soy Peter. Hubo una pausa al otro lado de la línea. —Creía que ya no me hablabas —dijo ella, al cabo de unos instantes. —No funciona, Lali. Necesito verte. Otra pausa. La voz de Lali fue estaba vez más profunda, como si hablara con cierta dificultad. —Vale, ¿cuándo y dónde? Peter consultó de nuevo su reloj. —Sigo en la oficina, pero tengo que ir a casa a cambiarme, puedo pasarme a buscarte luego. —Tengo una idea mejor —murmuró ella—. ¿Por qué no quedamos en tu casa? ¿Dentro de media hora? Peter suspiró. Media hora. Sí, le daba tiempo suficiente para recobrar los nervios. —De acuerdo, a las ocho y media. —Me alegro de que hayas llamado, Peter —dijo ella, y él pudo oír el tono de satisfacción—. Te echaba de menos. Peter oyó cómo colgaba y volvió a colocar el teléfono en su sitio. —Yo también te he echado de menos —dijo en voz alta. Si aquello salía bien, además, nunca más tendría que volver a echarla de menos. Lali se quedó mirando el teléfono durante un minuto largo. «Ha llegado el momento. Es ahora cuando debes decirle a Peter lo que sientes por él». Estaba de pie, temblando. Necesitaba un milagro. Suspiró profundamente y se sentó a la máquina de coser. Había creado ya bastantes modelos para poner una boutique propia, se dijo, con orgullo. Sentía una gran satisfacción al haber disfrutado de algo que antes le parecía tan frívolo y que ahora encontraba desafiante y expresivo. Recogió su última creación. Era sencilla y elegante. Se trataba de un vestido corto, de seda, azul marino, atado por delante con una cinta. Realzaba todo lo que tenía que realzar y era devastadoramente sexy. Hacía falta muchos redaños para ponérselo, pero para hacer lo que se proponía también. Suspiró profundamente, tratando, desesperadamente de mantener la calma. La operación seducción había comenzado. Aunque más apropiado sería llamarla misión imposible. Peter se había puesto una ropa cómoda y esperaba a Lali. No la dejaría hablar y no se acercaría a ella. Presentaría el problema como si se tratara de una reunión de negocios, y esperaría su respuesta. Pero lo fundamental era no tocarla, si lo lograba, saldría de aquella cita con vida. Aunque si ella se ponía uno de aquellos modelitos que últimamente diseñaba.~. Quizás pudiera ponerle encima un albornoz nada más entrar y así se ahorraría aquellas visiones deliciosas y que tanto lo torturaban. Miró el armario, ¿y si se levantaba e iba por la toalla? Sonó el timbre y se sobresaltó. —Tranquilo, tranquilo, no pasa nada —se dijo, y haciendo acopio de todas sus fuerzas se dirigió a la puerta. Lali llevaba el pelo recogido y el maquillaje resaltaba sus ojos, de un brillo arrebatador. Sus labios... Peter apartó la vista de su rostro, era lo mejor. Gracias a Dios, llevaba un abrigo... sobre un vestido peligrosamente corto... apartó la vista de sus piernas. —Entra —dijo, nerviosamente—. ¿Quieres algo? —Hum, un vaso de agua —dijo ella. Resultaba extraño, pero también ella parecía nerviosa. Probablemente como reacción a su propio nerviosismo y quizás recordando la última vez que se habían visto. —¿Me das tu abrigo? Lali lo miró como si le hubiera dicho que tenían que matar a alguien. —Hum, no importa. No, prefiero que no te lo quites —dijo él, balbuciendo—. Tengo que decirte unas cuantas cosas y prefiero que no me interrumpas. Lali escuchó con atención, mordiéndose el labio inferior. Peter se dijo que pequeños gestos como aquel no podían distraerlo. —Lali, hemos... —comenzó, y se detuvo—. Lo que quiero decir es que... —«Venga, Peter, decídete ya—». Nos hemos besado, Lali. Mucho. Lali se lo quedó mirando, luego se echó a reír. —Eso ya lo sé. Estaba allí, ¿recuerdas? Su risa ayudó a relajar la tensión del momento. —Parece que me olvido con quién estoy hablando. Lali, de verdad que tengo que hablar contigo... —¿Qué es lo que quieres decirme exactamente? A Peter se le quedó en blanco la mente por un instante. —Yo... bueno, supongo que olvidé que eras tú cuando te besaba. Lali hizo una mueca. —Eso no me ha quedado bien —dijo Peter—. Deja que lo intente otra vez. Quiero decir, sé que eras tú, pero tiendo a olvidar lo que tú... conllevas. —Y besarme, ¿qué conlleva? Peter sonrió. —Lo que quiero decir es... desde que has cambiado de aspecto, me cuesta tratarte como a una amiga y ahí está el problema. Tu aspecto, durante todos estos días, me ha hecho olvidar quién eres. He olvidado que eres Lali, pero como eres Lali pues... en fin, ya sabes lo que quiero decir. —Pues no estoy segura. ¿Cuánto iba a durar aquella agonía?, se preguntó Peter. —Quiero decir que no debería hacerte nada parecido a lo que te he hecho. Tú eres especial, Lali... —explicó—. Eres especial tal como eres. Lali suspiró y sin decir una palabra se levantó y se dirigió al dormitorio de Peter. Él parpadeó, perplejo. Todo marchaba peor de lo que esperaba. La siguió. —¿Estás bien? Lali había tirado el abrigo en el suelo y revolvía entre los cajones de la cómoda. ¿Qué demonios llevaba puesto?, se preguntó Peter. Dejó de respirar. Oh, Dios. Llevaba un vestidito azul de seda. Era más corto por los muslos que en la entrepierna, donde ya era muy corto y estaba cerrado por delante con una cinta que pedía a gritos «desátame». Lali dio media vuelta y lo miró. Sus ojos eran grandes y brillaban como perlas oscuras. —¿Tienes alguna sudadera? —preguntó. Peter sé aclaró la garganta. —¿El qué? —Una sudadera —repitió ella, sonrojándose. Un sonrojo que cubría la mayor parte de su cuerpo... y bien podía decirlo él, que veía, en efecto, la mayor parte de él —. ¿No tienes una sudadera, un chándal? A Peter se le secó la boca. Trató de mirar a todas partes, a la vez, mientras el pulso se le aceleraba. Lali volvió a rebuscar en los cajones. —Mira, la verdad es que me siento muy estúpida al respecto. Tendría que haberlo sabido... Oh, no he sido más que una idiota. Sí, claro, yo he cambiado mucho, pero nosotros siempre hemos sido amigos. Supongo que comenzaba a creerme mi propia publicidad, la «transformación» y todas esas cosas, pero no, sigo siendo la misma de siempre. Ya se sabe, los problemas comienzan cuando empiezas a creer lo que dicen de ti... Peter apenas la escuchaba. Se daba cuenta de que decía algo que no la dejaba bien parada, pero no podía entender lo que decía. Una parte de él quería consolarla, pero otra parte había comenzado a cambiar. —Solo me apetece ponerme una ropa cómoda y tumbarme a ver la televisión hasta que me olvide de todo este... ¡eh! Peter se había acercado a ella y la había tomado por la cadera. Con impaciencia, le quitó la cinta del pelo, que cayó suelto a ambos lados de la cabeza y antes de que ella pudiera quejarse, la besó en la boca. Sabía a fruta tropical. Dulce, deliciosa, exótica. Y él se dio un festín. —Lo he intentado, maldita sea —dijo él entre dientes—. Lo he intentado. —Esta vez sí sabes quién soy —dijo Lali, con la respiración entrecortada. —Eres la mujer a quien me he dicho que no podía desear, pero a la que necesito como el aire que respiro. Eres mi droga —dijo Peter, con una mirada brillante y feroz —. Eres la mujer a la que esta noche voy a hacer perder el control, ¿satisfecha? Lali comenzó a asentir. —Bueno, todavía no —dijo—, pero creo que lo estaré. Aquello era justo lo que necesitaba, se dijo. Devolvió el beso con una intensidad de a que no sabía que era capaz. Enredó los dedos en su pelo oscuro. Cayeron sobre la cama y se rió, disfrutando del momento. Peter también se rió. —Muy bien —dijo—, creo que he esperado durante demasiado tiempo este momento como para precipitarme ahora. —Ten cuidado —dijo ella con una mirada seductora—. No eres la única persona capaz de hacer perder el control a alguien —concluyó, besándolo en la barbilla. Peter enarcó las cejas con gesto divertido ante aquel desafío y le acarició el cabello y el rostro con la misma atención de un hombre ciego que quisiera aprehender cada uno de sus rasgos y retenerlos en su memoria. —Eres deliciosa —dijo, con voz grave—. No lo dudes nunca. Por sus ojos ella se sentía hermosa. Le temblaban las manos al desabrocharle la camisa, la emoción de ver su cuerpo descubriéndose ante ella era indescriptible, se pasó un minuto contemplando su ancho y hermoso pecho. Luego deslizó por él los dedos, moviéndose con dulzura, sintiendo cómo los músculos se tensaban bajo sus manos impacientes. Peter esbozó la maliciosa y seductora sonrisa que encendía en ella hogueras de pasión. —Ahora me toca a mí —murmuró él y tiró de los extremos de la cinta que cerraba el vestido. Luego le bajó los tirantes—. Este vestido me gusta mucho, creo que tienes que ponértelo más veces, sobre todo para recibirme. —Bueno, ya sabes lo que pasa... mañana es día de colada y no tenía otra cosa que ponerme. Peter se rió, trazando el escote abierto del vestido con la lengua. Y tiró de él para quitárselo. Lali estaba asombrada. Peter tomó sus senos en las manos, y observó los pezones erguidos antes de besarlos. Ella respiraba con dificultad, sorprendida y excitada al mismo tiempo. Se movía como una bailarina, llena de vigor y de gracia, arqueándose para recibir sus deliciosos besos. Peter la miró y lo que vio en sus ojos solo sirvió para que quisiera tomarla aún más despacio, para acometer con mayor precisión el plan de su exquisita y placentera tortura. Emplearía toda la noche y parte de la mañana si le hacía falta. —Es mi turno —dijo, metiendo los dedos en la cintura de su pantalón. Peter le dirigió una mirada sorprendida, para alguien tan tímido, tomaba la iniciativa con un ímpetu que, por su mirada, parecía triplicar el suyo. Como siguiera así, acabaría muriendo de placer. Pero qué muerte tan feliz. Lali le quitó los pantalones. Llevaba calzoncillos tipo bóxer y su erección era evidente. —¿No son los calzoncillos que te compré por tu cumpleaños? —preguntó. Peter asintió y resopló al sentir que lo tocaba—. Mmm, no tenían el mismo tacto cuando los compré. Luego le besó en las piernas, en el estómago y en el pecho, igual que había hecho él. Cuando fue a descender hacia el vientre, Peter le levantó la cabeza. —Sigue así, ángel, y no voy a poder resistirlo. Y quiero que esta noche sea muy especial para ti. —Peter, por fin estoy contigo, así que la noche es perfecta. Él sonrió, con la sonrisa de un hombre al que le concedieran por fin el presente que siempre había deseado. Lali lo besó en la boca en un beso más dulce de los que jamás había experimentado. Mas la dulzura se convirtió en ansia y el ansia en fuego. Lali nunca había sentido una gran confianza en su cuerpo, era siempre la primera en meterse bajo las sábanas, pero aquella noche todo era distinto. Aquella noche se sentía igual que aquellas mujeres que solo conocía por sus lecturas: tentadoras, mujeres fatales, meretrices. Mujeres capaces de volver loco a cualquier hombre. Peter se agachó para besarla en el cuello y ella se quejó, echándole los brazos al cuello. —Peter... por favor, necesito... —Ángel, yo también te necesito. Se quitó los calzoncillos. Era magnífico, su piel brillaba, era como un Donatello de bronce... excepto por su erección, que era... Algo debía reflejarse en su mirada, porque a pesar de la pasión que ardía en su interior, Peter sonrió. —¿Te arrepientes, ángel? —Nada de eso. Peter la besó en el cuello, acariciándole la espalda con deliciosas manos. Al sentir la presión de su sexo entre sus piernas, la recorrió una oleada de placer y buscó acomodarlo en su vientre ya húmedo. Peter se detuvo, con la respiración entrecortada. —Lali. Ella levantó la mirada. Los ojos de Peter eran como anillos plateados alrededor de círculos de fuego negro y opaco. —Será mejor que me desees como yo te deseo a ti, porque a partir, de ahora no hay vuelta atrás posible. Lali, sumergida en la pasión, tardó un minuto en comprender lo que Peter le decía. Sentía un deseo más allá de todo lo razonable y lo único que podía hacer era rodearlo con sus piernas y besarlo, y besarlo, y besarlo apasionadamente. —Peter... —Oh, Dios, ángel. La penetró y los dos se mecieron al mismo ritmo, dulcemente. Lali se estremeció, recorrida por un escalofrío de emoción y de fuego. Arqueó las caderas para facilitarle la entrada y lo rodeó con las piernas. Peter se movía contra ella y ella podía sentir el dulce sudor que se deslizaba entre sus cuerpos. La estaba llevando al límite y ya podía sentir el elusivo pulso que surgía de las profundidades de su interior. Empujó contra él y fue catapultada a las llanuras del olvido, a la culminación de los sentidos. —¡Peter! —gritó, aferrándose a él. —Lali —murmuró él como respuesta y siguió empujando, una y otra vez, hasta derrumbarse. Se quedó inmóvil sobre ella un buen rato, aferrados el uno al otro como si tuvieran miedo a escapar, y al cabo de unos minutos, Peter se separó de ella y se apoyó en un codo. —He ganado —dijo. —¿El qué has ganado? —Yo te he hecho perder el control antes —dijo Peter, tumbándose de espaldas y arrastrándola a ella sobre sí—. ¿Cuál es mi premio? ¿Un millón? ¿Un viaje a las Bermudas? Lali sonrió. Aún estaba sumergida en la sensación de lo que acababa de ocurrir y, sorprendentemente, cuando Peter la acarició entre los hombros, sintió una oleada de placer. Se retorció y la expresión de sus ojos se iluminó. —Creía que era una broma —dijo. «Es ridículo», pensó, «acabas de hacerlo y ya tienes ganas de repetir». Peter respiraba agitadamente. —¿Que sugieres? Lali se inclinó sobre él y lo besó lujuriosamente. —Que me des la revancha —dijo, al cabo de unos segundos. —Solo si tú me la vuelves a dar a mí en caso de que pierda —dijo él, con la respiración entrecortada. —Hecho. Al fin llego EL CAPITULO!!! Espero que os guste! Gracias por comentar!! Os quiero!!! | |
| | | Mais020291 Miembro junior
Mensajes : 178 Fecha de inscripción : 18/08/2011 Edad : 33 Localización : Lima, Peru
| Tema: Re: Apuesta Arriesgada Lun Mayo 28, 2012 5:53 pm | |
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| | | Ione_nav Miembro junior
Mensajes : 153 Fecha de inscripción : 18/08/2011 Edad : 36 Localización : Estella, Navarra, Spain
| Tema: Re: Apuesta Arriesgada Lun Mayo 28, 2012 7:07 pm | |
| Capítulo 10 Peter se despertó poco a poco. Sintiendo cómo entraba el sol a través de la ventana. Hacía calor y estaba cubierto de sudor, pero, por extraño que pudiera parecer, no se sentía mal. Más bien al contrario, sentía un abrumador bienestar. Se sentía feliz. ¿Cuánto tiempo hacía que no se despertaba con aquella sensación? Rodó a un lado y se topó con un bulto en forma de mujer. Se quedó helado. Era su casa, su cama, su mejor amiga. Oh, no. Había hecho el amor con Lali, varias veces en realidad. Se había prometido no tocarla y... pero aquello no era una buena noticia. Hacer el amor con su mejor amiga podía dar pie a una relación condenada al fracaso. Sabía muy bien lo que estaba en juego y a pesar de ello se había portado como la mayoría de los hombres: había antepuesto el cuerpo a la cordura. De haber sabido que aquello iba a ocurrir, se habría encerrado en casa, desconectando el teléfono y se habría sentado en el salón con las luces apagadas para no dar señales de vida. Cerró los ojos y lo invadieron las imágenes de la noche previa. Saltó de la cama, y se dirigió a la ducha. El agua calmó su cuerpo, pero, por el contrario, despejó su mente. Lali no era una cita de sábado por la noche, se dijo, era, posiblemente, la mujer más importante de su vida y no podía utilizarla de aquella manera. «Pero quizás no la estuvieras utilizando». Ah, la voz de la conciencia, siempre tan servicial. Como siempre sus consejos de nada servían, porque él no quería una relación con cualquiera y mucho menos con la única mujer cuya amistad quería mantener por el resto de su vida. Si mantenía una relación con ella acabaría por perderla, la situación era tan simple como eso. «Muy bien, estropéalo todo, adelante, haz lo que quieras, te dejo que tú solito lo eches todo a perder». Ya era hora de que la conciencia lo dejase solo, se dijo. Salió de la ducha y comenzó a secarse. Se miró fugazmente en el espejo. Su mirada estaba llena de furia. Lo cierto era que estaba peor de lo que pensaba. No dejaba de discutir consigo mismo. Se vistió y se acercó al dormitorio. Lali seguía durmiendo. Al verla, no vio lo que veía siempre en todas sus relaciones. Al verla supo que con ella no se vería sumergido en una escalada de reproches, de celos, de pequeños dramas. Sabía que jamás se harían daño el uno al otro. Mientras siguieran siendo amigos. Pero, él la conocía y sabía que quería casarse, enamorarse perdidamente. Y lo merecía, pero no con él. No con él porque no quería perderla. No con él porque sabía que tarde o temprano él acabaría por darse cuenta de que había algo en ella que no podía soportar y ella acabaría por cansarse de sus juegos, de su humor y él querría entonces volver a su antigua vida, a la que ahora llevaba. Y no quería hacerle algo así a Lali, al menos no intencionadamente. No quería que ella se hiciera ilusiones porque no quería decepcionarla y porque no quería perderla. Por nada del mundo quería perder a la amiga que tanto necesitaba. Y la necesitaba desesperadamente, Dios, hasta qué punto la necesitaba. «Control de daños. Para esto antes de que sea peor». Buscó un trozo de papel y un lápiz y apuntó: Lali, nos vemos a las siete en Hennesy ‘s. Peter. Suspirando, la dejó en la mesilla y luego, porque no podía evitarlo, la besó en la frente antes de marcharse. «Después de esta noche ya no podré tocarla nunca más», se dijo. «Pero tienes que parar esto antes de sea demasiado tarde». —¿Qué te ocurre? —le espetó. Natacha nada más entrar. Lali se detuvo, con una sonrisa de sorpresa. —¿A qué te refieres? —Estás cantando y tú nunca cantas. Gaston se acercó. —Y te he visto bailar en el pasillo. Sí, dinos qué es lo que pasa. —Nada, que estoy contenta —dijo Lali, abrazando la carpeta de los dibujos—. ¿Está prohibido o qué? —Estás más que contenta —dijo Natacha con cierta severidad, estudiándola como si fuera un microbio en un microscopio—. Estás resplandeciente. Gaston escrutó su rostro, luego se detuvo, abriendo mucho los ojos. —Oh, no. —Oh, no, qué. —Has ganado, ¿no? —dijo Gaston riéndose—. ¡Espera a que Peter se entere! Lali reprimió una sonrisa. Natacha chascó los dedos. —Eso es. Ya me parecía a mí que había reconocido esa mirada, solo que nunca la había visto en Lali. —Miau —dijo Gaston, mirando a Natacha, sonriendo—. Púlete esas uñas, tigresa. Bueno, Lali, ¿quién es el afortunado? —¿Cómo? Me parece que no es asunto vuestro —replicó Lali, dirigiéndose a la oficina. Gaston y Natacha la pisaron los talones. —Oh, vamos, Lali. ¿Cómo esperas que me olvide de un cotilleo de tal calibre? ¡La pandilla tiene derecho a saberlo! —Sí, Lali —insistió Natacha—. No puedes guardarte el secreto. —¿Derecho a saberlo? La libertad de cotilleo no figura en la constitución, me parece —dijo Lali, tratando de mostrarse severa, aunque en realidad estaba tan contenta que poco podían afectarle los comentarios—. Mi vida sexual es cosa mía y solo otra persona conoce los detalles y eso solo porque la cosa no sería nada divertida si no los conociera —bromeó. Gaston se deshizo en carcajadas. Natacha resopló, escandalizada. —Al menos, podrías decirme qué tal fue —insistió Gaston. —¿Qué tal fue? —dijo Lali. Por mucho que lo intentó, se le aceleró el pulso y se le iluminó la sonrisa que esbozaba desde que se levantó—. Increíble, maravilloso, estratosférico —dijo, satisfecha, y se dirigió a su puesto de trabajo. Peter se sentaba en una de las altas mesas redondas de Hennesy's. Era el punto álgido de la hora más feliz del día y había muchos hombres y mujeres riendo, flirteando y haciendo cola en la barra para pedir algo de comer y un margarita. Él, por su parte, mecía su pinta de cerveza. Consultó el reloj. Lali llegaría en cualquier momento. El resto de los chicos de la pandilla llamaban a Hennesy's «El bar de los corazones rotos» porque era un sitio muy elegido para las rupturas. Era el lugar perfecto para ello: público y bullicioso en él era difícil ocasionar una escena. Lo había elegido por hábito y también por cobardía. No estaba seguro de cómo se tomaría Lali la noticia de que la noche anterior había sido un error en toda regla, una decisión equivocada a la que les habían abocado sus cuerpos. En realidad, ni siquiera él sabía cómo tomárselo. Antes se pondría una pistola en la sien que hacerle daño a Lali, pero romper en aquel momento era el único modo de prevenir males mayores. «Por supuesto, estás asumiendo que anoche fue tan importante para ella como para ti». Sí, claro, por supuesto, le dijo a la voz de su conciencia, a la que ya empezaba a echar de menos. Dio un largo trago de cerveza. Claro que había significado para ella tanto como para él. Nadie habría salido inmune de aquella noche. Bastaba con recordar la noche pasada para que se le acelerase el pulso. Había estado con más mujeres de las que podía recordar, pero ninguna de sus experiencias había sido tan intensa. Sin embargo, ella merecía algo más que una simple experiencia. Se frotó la cara. ¿Por qué demonios se había acostado con ella? Ella era su pequeña La, su mejor amiga, su colega, alguien con quien jugaba al póker o al rugby, alguien con quien podías contar para arreglar el coche. Era la amiga perfecta, no la clase de mujer de la que uno se enamora, ¿o sí? Levantó la vista, y se le hizo un nudo en la garganta. Estaba en la puerta, buscándolo con la mirada. Parecía recién salida de una revista, o mejor aún, de la pasarela de Milán. Llevaba un vestido negro con aquellos pequeños tirantes que a él lo volvían loco. Llevaba zapatos de tacón alto y avanzó hacia él contoneándose, seguida de las miradas de todos los hombres del lugar. —Hola, Lali —dijo, con voz grave. —Hola —respondió ella con una voz igualmente grave, y se acercó a besarlo. Peter quiso aceptar el beso, pero se contuvo y le puso la mejilla. —¿Y eso? ¿Están los chicos aquí o qué? Peter se limpió el rastro del pintalabios. —No, o por lo menos yo no los he visto. Lali sonrió. —Llevo todo el día pensando en ti. A propósito, gracias por dejarme dormir esta mañana, si llegas a despertarme, no sé cómo habría aguantado todo el día trabajando. Oír que su cobardía era interpretada como un gesto de consideración provocó en él un escalofrío de dolor. —Lali, tenemos que hablar —dijo, tras un profundo suspiro. Ella se quedó inmóvil. Peter recordó un documental de naturaleza en el que una gacela se quedaba inmóvil al oler un león. —¿Por? —dijo ella, bebiendo un sorbo de su cerveza. Peter asintió, con un profundo y doloroso suspiro. —Sobre anoche. Ella asintió lentamente. —¿Qué ocurre con anoche? —Anoche fue... increíble —no quería decirlo, pero era la verdad y ella merecía oírla. Los ojos de Lali se iluminaron. —Dime. —Pero no creo que fuera muy buena idea —dijo él y vio que los ojos de Lali se dilataban. Prosiguió, como si la prisa disminuyera el efecto del golpe—. Eres mi mejor amiga, ángel. No quiero hacerte daño, pero nos conocemos hace demasiado tiempo como para mentirte ahora. Lo que tú quieres es que alguien se enamore de ti. Quieres casarte y te lo mereces. Mereces algo más que una relación pasajera conmigo. Lali parpadeó. Sintió el mismo dolor que si le hubiera dado un puñetazo. —¿Ángel? —dijo Peter después de una larga pausa—. Vamos, háblame. Podemos hablar, ¿no? Ella seguía mirándolo, moviendo la cabeza. Sin poder decir una palabra, comenzó a temblar y agachó la cabeza, apoyándola en los brazos. Estaba llorando. Oh, Dios, era un canalla, un auténtico canalla. Estiró la mano y le acarició el sedoso cabello. —Oh, Lali, lo siento mucho. Ella alzó la cabeza, limpiándose las lágrimas con el dorso de la mano. Y fue entonces cuando él se quedó de piedra. Se estaba riendo. —Oh, Peter, por el amor de Dios. Eres un idiota —dijo ella entre risas. —No te entiendo. —Pues deberías —dijo ella entre sonrisas—. Podrías ser un poco más perspicaz. En aquel momento fue él el que sintió lo mismo que si ella le hubiera dado un puñetazo. —¿De qué estás hablando, Lali? —¿Es qué últimamente no te has fijado en mí? —dijo ella, se levantó, dio una vuelta sobre sí misma y captó la atención de todos los hombres del bar—. Por primera vez en mi vida me siento guapa, deseable. Ha sido un proceso largo, pero ahora que ha llegado a su fin, cariño, no hay manera de pararlo. Una negativa por tu parte no lo va a echar a perder. Peter le acarició la mejilla, sin poder evitarlo. —Claro que no, jamás lo he pensado. Lali se apartó de él. —Lo que estoy intentando decirte es que ahora soy mayorcita, que ya no soy la pequeña Lali a la que tenías que proteger. Sí crees que puedes mantener una relación conmigo, muy bien, pero no sigas con eso de la «protección» porque no pienso tolerarlo. —Pero si yo no... Peter se interrumpió, en cierto modo sí estaba intentando protegerla. Estaba intentando protegerlos a los dos, ¿qué había de malo en ello? —Pero estamos de acuerdo en una cosa. Me alegro de que lo hayas dicho antes de seguir adelante. Ninguno de los dos queremos hacer un drama de esto. —Bueno, me alegro de que no te sientas herida —dijo Peter, confuso. —Bueno, entonces, ¿hemos terminado con este asunto? —dijo ella, y agarró el bolso—. Tengo que irme. —¿Por qué? ¿Has quedado? —No te ofendas, Peter, pero aparte de ti, tengo mi propia vida, ¿sabes? Y aunque te parezca raro, te diré que al parecer sí tengo la oportunidad de casarme y tener un marido y unos hijos maravillosos. Y en cierto modo, todo es gracias a ti — dijo y se inclinó para darle un beso en la mejilla—. Ya me pagarás esos mil dólares. Bueno, adiós, ya nos veremos. —¿Cuándo? Ella se encogió de hombros. —No lo sé. Mi vida social es muy errática —dijo, y dio media vuelta. —¿Lali? —¿Qué? —Sabes que te quiero, ¿verdad? ¿Veía el dolor en su rostro o solo lo imaginaba? El rostro de Lali no era ya más que una máscara indescifrable. —Claro que lo sé, Peter. Pero no estás enamorado de mí y los dos lo sabemos. Quién sabe, quizás nos haga falta un poco de espacio. Sí, creo que será mejor que no me llames durante un tiempo. Peter observó cómo se alejaba, observada por la mayoría de los hombres presentes, contoneándose, probablemente sonriendo. Él, por su parte, solo podía pensar dos cosas. Era tan hermosa que le dolía el corazón solo de verla. Jamás volvería a verla. | |
| | | SandiaSa Invitado
| Tema: Re: Apuesta Arriesgada Mar Mayo 29, 2012 5:12 pm | |
| Peter es un poquito gilipollas,todas lo sabemos.. ¡Quiero más y máaaas! ME ENCANTA. Te quiero |
| | | Ione_nav Miembro junior
Mensajes : 153 Fecha de inscripción : 18/08/2011 Edad : 36 Localización : Estella, Navarra, Spain
| Tema: Re: Apuesta Arriesgada Mar Mayo 29, 2012 5:33 pm | |
| Capítulo 11 —Lali, cariño, ¿podemos hablar un momento? Lali levantó la cabeza para mirar a Rochi, a la que casi no podía oír debido al estruendo que había en local al que habían ido a bailar. —¿Pasa algo? Rochi se volvió al rincón donde estaban Cande, Agustín y su marido, Stan; le dijo algo a Cande al oído, que asintió y enseguida se unió a ellas. Lali se estremeció cuando las dos mujeres la llevaron a la calle. La brisa nocturna era fresca, así que se arrebujó en el vestido. —Lali, estamos muy preocupadas por ti —dijo Rochi yendo directamente al grano, como tenía por costumbre. —¿Preocupadas por mí? —repitió Lali. Por la expresión de sus rostros adivinó que aquella conversación iba a levantarle dolor de cabeza—. ¿Por qué? Estoy perfectamente. —No, no lo estás —la contradijo Cande con dulzura. —Os agradezco mucho que os hayáis molestado tanto para salir conmigo esta última semana, pero la verdad es que no era necesario... a decir verdad, jamás he tenido una vida social tan intensa como estas últimas semanas —dijo, jugueteando con el dobladillo del corto vestido rojo cereza que se había puesto aquella noche—. Estos últimos días me han parado hombres por la calle para pedirme mi número de teléfono: en el supermercado, en los semáforos... Ha sido una auténtica locura. Es lo más increíble que me ha pasado en la vida —y realmente lo era. En cualquier otro momento de su vida, se habría quedado asombrada al ver la atención que despertaba a su alrededor, incluso estaría un poco asustada. Sin embargo, después de lo ocurrido con Peter, todo aquello no le importaba lo más mínimo. En realidad, muy pocas cosas la afectaban desde entonces. Como mucho, toda aquella situación la divertía un poco. —Sí, tu vida social se ha disparado —admitió Rochi—, pero no es eso lo que ha hecho que te salgan ojeras. Además, parece incluso que has perdido algo de peso. —Puede —convino Lali de mala gana. No se atrevió a confesar que le costaba bastante conciliar el sueño, y que aún así solo dormía unas pocas horas cada noche—. Supongo que estoy un poco cansada con tanto trajín. Os prometo que este fin de semana me quedaré en casa tranquilita. —Lali —intervino Cande con mucho tacto—, a nadie le alegra más que a nosotras que estés teniendo tanto éxito. Sobre todo, nos complace que por fin empieces a confiar en ti misma —añadió cruzándose de brazos—. Sin embargo, nos preocupa que no seas feliz. Y no lo eres, no lo niegues. —Para empezar —replicó Lali secamente—, cuando no prestaba ninguna atención a mi aspecto, me dijisteis que me dejaríais en paz si conseguía ser feliz. Ahora que tengo la agenda repleta de compromisos, me decís exactamente lo mismo. ¡No resulta nada fácil complaceros, chicas! Rochi y Cande podían haber pasado por hermanas gemelas, tan idéntica era su expresión en aquellos momentos. Se la quedaron mirando, haciendo caso omiso de aquel ácido comentario, esperando que continuara hablando. Evidentemente, estaban decididas a esperar lo que hiciera falta con tal de averiguar qué le pasaba realmente. Lali suspiró incómoda. Las quería mucho por la forma en que le demostraban su cariño y preocupación por ella, pero no podía confiarles lo que le angustiaba. Aquel tormento era cosa suya. —Voy a contaros una historia —dijo por fin, con voz tranquila y firme—. Trata de una chica que no tenía mucha confianza en sí misma y que lo disimulaba portándose como un chicazo. También sale un chico amable y gentil, dotado con un gran sentido del humor: sería alguien con quien ella pudiera pasar el resto de su vida encantada —al llegar a este punto se le quebró un poco la voz, así que fijó la vista en la pared del club, evitando que su mirada se cruzara con las de Rochi y Cande—. Ese hombre consigue que se dé cuenta por fin no solo de que es hermosa, sino alguien realmente especial, maravillosa de verdad. También la ayuda a despertar sentimientos y deseos que nunca hubiera imaginado que escondía en su interior. Entonces, esa mujer, que se ha enamorado por completo, decide una noche acostarse con él, suponiendo que eso iba a ser el principio de una vida llena de felicidad... sin embargo, precisamente en ese punto, el hombre decide que es mejor que sigan siendo solo amigos. Rochi ahogó una exclamación de sorpresa, mientras Cande la animó a seguir con un gesto. —La mujer, tal como yo lo veo, tiene entonces dos opciones: puede hacer lo que ha hecho hasta entonces, es decir, ocultarse detrás de unas ropas informes y refugiarse en su trabajo para que ningún hombre sospeche siquiera cómo es en realidad. De esa forma evitaría que volvieran a hacerle daño —Lali dedicó una triste sonrisa a sus amigas—. Por otra parte, puede recordar algo que el hombre le ha enseñado: él consiguió demostrarle lo maravillosa que era en realidad, pero no fue él quien la hizo tan especial. Lo es por sí misma. Y si no es capaz de apreciarlo, ese es su problema, no el de la chica. —¡Cariño! —sus dos amigas se fundieron con ella en un tierno abrazo. —Puede que no sea feliz, es cierto —susurró Lali—, pero por primera vez en mi vida puedo decir con total sinceridad que estoy bien. —¡Oh, Lali! ¡Estoy tan orgullosa de ti! —exclamó la impetuosa Rochi—. Si hubiera estado en tu lugar, le habría destrozado el coche. Lali se echó a reír. —Te confesaré que lo he pensado. —Ahora mismo voy a decirle a Peter que se ha acabado esta estúpida apuesta —declaró Cande decidida—. No tienes por qué seguir sometida a semejante presión cuando es evidente, además, que tienes cosas mucho más importantes en las que pensar. —Ni siquiera me acuerdo de la apuesta, y me parece que Peter tampoco — Lali dio gracias mentalmente por conseguir que su voz sonara firme. Se le hacía difícil hasta pronunciar su nombre. —Estoy tan furiosa que me dan ganas de gritar —dijo Rochi con los ojos llameantes—. ¿Quién se cree que es ese tipo? ¡Menudo Don Perfecto! ¿Con que el soltero más deseado de América, eh? Pues si le tuviera delante, os aseguro que su próxima foto parecería sacada de un informe de la policía. Lali la miró sorprendida. —¿De qué estás hablando? —Está enfadada con Pablo, Lali —le explicó Cande—. Debimos estar ciegas para no darnos cuenta de lo que estaba pasando. Dios del cielo. Sus amigas estaban a punto de cometer un terrible error. —No me refería a Pablo, chicas. —¿No? —ahora fueron sus amigas las que la miraron atónitas—. Entonces, ¿de quién hablabas? —preguntó Rochi perpleja. —No voy a decirlo —declaró Lali con firmeza—. Es mi problema y seré yo la que lo solucione como mejor pueda. Rochi abrió la boca para protestar, pero Cande la detuvo con un gesto. —Creo que nuestra niñita ha crecido por fin —murmuró con una sonrisa. Lali les dio un fuerte abrazo. —Eso, y que no quiero que le destrocéis el coche... —¡Guauuuu! ¡Allá vamos, chicas! —exclamó Gaston pasándole una cerveza a Nico. Su amigo echó un vistazo a la multitud que los rodeaba. —¡Tía buena a la vista! ¡Fíjate que pedazo de mujer, Peter! Peter levantó la vista y puso cara de circunstancias. —¿Pero qué diantres le pasa a este tipo? —gruñó Nico dando un codazo a Sean, que se quedó mirando a Peter. —Oh, oh... me temo que nuestro amigo tiene problemas sentimentales... Gaston observó con detenimiento el rostro de Peter y se echó a reír con ganas. —Estoy de acuerdo: solo una mujer puede haber sido la causante de que este pobre diablo parezca estar hecho polvo. —Ahora que lo dices, quizá deberíamos animarlo un poco —sugirió Nico—. Lo mejor sería que se pusiera en acción cuanto antes: ahí fuera hay un montón de chicas que seguro que están deseando consolarlo. Peter ignoró deliberadamente estos comentarios. Estaba demasiado absorto en sus negros pensamientos. —Toc toc, ¿hay alguien en casa? —dijo Sean dándole unos golpecitos en la cabeza—. Venga, vamos a entrarle a esa pelirroja de enfrente. Peter levantó la vista sin el menor interés. Una voluptuosa, joven con una espléndida cabellera pelirroja se acercaba a su mesa con una incitante sonrisa bailándole en los labios. La pandilla en pleno se la quedó mirando expectante. —Hola, chicos —los saludó, dirigiéndose claramente a Peter—. Me llamo Paula. Peter se limitó a asentir con la cabeza. Sin dejar de sonreír, la joven se las arregló para rozarle el hombro con su pecho. —No parece que te estés divirtiendo mucho. ¿Qué tal si nos vamos a un sitio más discreto, a ver qué se me ocurre para levantarte el ánimo? —propuso descaradamente. —No, gracias —respondió amablemente. —¿Estás seguro —insistió—. Te puedo asegurar que soy muy, muy buena dando ánimos... —No quiero ser grosero, pero no me interesa, ¿vale? —le dijo, y sin esperar su respuesta, volvió a concentrarse en la cerveza, como si eso fuera lo que más le importaba en el mundo. —¿Te has vuelto loco, tío? —exclamaron sus amigos—. Esa tía estaba tremenda —lo acusaron casi, sin hacer caso de sus gestos para que le dejaran en paz. —Creo que está así por Lali —declaró Gaston de repente. Peter levantó la cabeza como si le hubiera picado una serpiente. —No digas sandeces. —¡Ja! —insistió Gaston—. Lo que pasa es que te fastidia que esté teniendo tanta suerte y que esté a punto de ganarte la apuesta. Pero, yo que tú, no me preocuparía mucho: aunque es verdad que está saliendo como una posesa, no creo que consiga que alguien la pida en matrimonio en la semana que le queda. —¿Qué quieres decir con eso de que está teniendo tanta suerte? —preguntó Peter con torva expresión. —Pues que la lista de sus pretendientes es tan larga como la guía de teléfonos. Además, sospecho que hay alguien que de verdad le importa. Me di cuenta hace cosa de una semana... —¿Te refieres a nuestra La? —preguntó Nico intrigado. —Yo lo único que digo es que nuestra La, como tú dices, parece mucho más feliz que el tipo que tengo enfrente —declaró Gaston pomposamente—. Creo que deberías pasar definitivamente esa página, tío —le aconsejó—. La vi radiante, la verdad. —¿Y te parece que sigue siendo tan... feliz? ¿Has encontrado más pistas? — preguntó Peter sarcásticamente. ¿Acaso habría encontrado a alguien tan rápido. Nico se volvió hacia Gaston intrigado, pero Sean no apartó la vista de Peter que, sin embargo, estaba tan pendiente de las palabras de Gaston que no se dio cuenta. —Ahora que lo dices, la verdad es que no —confesó su amigo al fin—. No Peter duda que se lo está currando, pero lo cierto es que sale con un tipo distinto cada noche, y que cada día queda para comer con otro. —Entonces, quién crees que es ese tío que según tú la importa tanto. ¿Te ha comentado ella algo? —Pues no —admitió Gaston a su pesar—, pero es obvio, ¿no? Supongo que debe ser Pablo: es el único que salía con ella cuando me di cuenta del cambio. —Sea quien sea, lo cierto es que es un tío con suerte —intervino Nico—. La verdad es que hasta a mí me han dado ganas de llamarla para... Peter se levantó de un salto y le agarró de la garganta. —¡Oye, para! —no sin esfuerzo Gaston y Sean consiguieron que soltara a su presa —. ¿Se puede saber qué diablos te pasa, tío? —No se te ocurra volver a hablar así de Lali —le advirtió Peter temblando de rabia—, por lo menos no cuando yo esté presente. Y esto va por todos vosotros también. Si me entero de que vais hablando de ella por ahí, os partiré la cabeza. —Oye, Peter, que yo sepa, no le estaba faltando al respeto —protestó Nico—. Me parece que te estás volviendo paranoico... —No; yo creo que no —intervino Gaston enigmáticamente. Peter se volvió dispuesto a enfrentarse con él también. —¿Y a ti quién te ha dado vela en este entierro, si puede saberse? —preguntó mosqueado. —Debería haberme dado cuenta antes: tienes todos los síntomas, estás furioso, te comportas de forma irracional, pareces deprimido —enumeró Gaston con una sonrisita—. ¿Por qué no nos has dicho antes que te habías enamorado, tío? Eso nos habría evitado muchos quebraderos de cabeza. —No estoy enamorado —gruñó Peter. Por lo menos podía dar gracias por eso. ¡Como si no tuviera ya suficientes problemas!—. Enamorarse es el peor error que puede cometer un hombre. Siempre acaba en desastre. No pienso caer en esa trampa —declaró airadamente antes de abandonar la mesa con precipitación, jaleado por el coro que hicieron los chicos al unísono: —¡Yupi! ¡Está enamorado! Pablo acompañó a Lali hasta la puerta de su casa. Le gustó que lo hiciera, pero se sentía un poco incómoda después de lo ocurrido entre ella y Peter. Sin embargo, Pablo se había mostrado muy comprensivo, tomándose muchas molestias para mantenerla entretenida: la había llevado al cine, a cenar e incluso al zoo. Sin embargo, Lali detectaba cierta tensión soterrada que se intensificaba cada vez que estaban juntos. —Buenas noches, Pablo —se despidió, dándole un ligero abrazo. No habían vuelto a besarse desde aquel frustrante intento después del Baile en Blanco y Negro. Sin embargo, en aquella ocasión Pablo la estrechó con fuerza entre sus brazos—. ¿Qué pasa? —preguntó ella al fin. —Me resulta muy penoso contarte esto —declaró Pablo—. ¿Te he hablado alguna vez de mi familia? —No —respondió la joven sorprendida—. Ahora que lo dices, aunque siempre me has escuchado con paciencia, me has contado muy pocas cosas de tu familia. —Son maravillosos, no me malinterpretes —empezó Pablo, pero un velo de tristeza empañaba su mirada—. Mi padre es un importante editor, seguro que has oído hablar de él. Tanto él como mi madre son maravillosos, pero la verdad es que últimamente no hace más que presionarme. Entre sus charlas y el acoso de la prensa, me siento incapaz de dar el menor paso para comprometerme. Casi he renunciado a encontrar a alguien que me quiera por mí mismo. Estoy a punto de perder la esperanza. Es como si no pudiera estar solo y hacer sencillamente lo que me apeteciera, no sé si me entiendes... —Perfectamente —le tranquilizó Lali con una sonrisa—. Rochi y Cande han hecho exactamente lo mismo conmigo. Supongo que estás harto de ellos, pero como los quieres de verdad, no: te atreves a mandarlos a la porra. —Eso es exactamente lo que me pasa. —Creo que al final he conseguido mantener a raya a esas dos celestinas, pero a veces sigo pensando que lo mejor sería cambiarme el nombre, afeitarme la cabeza y marcharme con el primer circo ambulante que pasara por la ciudad —bromeó. Pablo sonrió con tristeza. —Ojalá fuera tan fácil como dices —murmuró—. Se me ha ocurrido una solución, pero me temo que es una locura. —Pablo, somos amigos, ¿verdad? —dijo Lali con sinceridad—. Puedes contármelo todo. —Vas a pensar que estoy como una cabra, pero quisiera pedirte algo... necesito que me hagas un favor. Parecía tan triste y desolado, que Lali no midió el alcance de sus palabras. —Lo que quieras, Pablo, para eso somos amigos. —¿Te importaría casarte conmigo durante una temporada? Capítulo 12 —¿Dónde está Lali? —Nico miró a su alrededor expectante—. Creí que hoy vendría. Nunca se pierde la superfinal de la pandilla. —Lo... lo cierto es que últimamente no nos hablamos —reconoció Peter de mala gana, intentando superar su amargura—. Pero está muy bien, os lo aseguro, no os preocupéis. —¿Quién está preocupado? —preguntó Nico confundido—. ¡Ah, ya lo tengo! — continuó con una sonrisa—. Has vuelto a fastidiarla, ¿verdad? Venga, escúpelo, ¿qué le has hecho esta vez? —No he hecho nada —contestó. «Sólo la he perdido». —Puede que sea eso precisamente lo malo —intervino Sean. Peter le lanzó una mirada asesina. —Calla de una vez y vamos a empezar el maldito partido, ¿vale? Poco a poco los muchachos se fueron entusiasmando con el juego. Sin embargo, media hora más tarde los gritos de entusiasmo dieron paso a los aullidos de dolor. —¡Maldita sea, Peter! —musitó Nico frotándose las costillas—. ¡Que no estamos jugando en la liga profesional! Tómatelo con calma, ¿vale? Sean le agarró por el cuello y le arrastró hasta el cobertizo donde guardaban las tablas de surf. —¡Tiempo muerto! —gritó a sus compañeros. Cuando estuvieron lejos de oídos indiscretos, se enfrentó muy serio con su amigo—. ¿Me quieres contar qué te pasa, Peter? Casi matas a Nico y, sin embargo, no has sido capaz de hacer un buen pase en todo el partido. ¿Se puede saber dónde tienes la cabeza? Peter se desasió bruscamente. —¡No lo sé! —Es por esa chica, ¿verdad? —insistió Sean sacudiéndolo—. ¿En qué lío se ha metido ahora? —En ninguno... soy yo el que se ha metido en un gran lío... o puede que no —se contradijo Peter exasperado—. Lo que ocurre es que me acosté con ella. —Ya entiendo —se limitó a decir Sean muy tranquilo. —Te he dicho que me he acostado con ella. —¿Y? Te alabo el gusto: Lali es guapísima —dijo Sean sonriendo con picardía—. Te confesaré que hasta yo he tenido algunas fantasías al respecto... Sin embargo, todos sabemos que es tu alma gemela. Es una chica estupenda, y todos nos entendemos con ella de maravilla, pero lo cierto es que siempre ha estado colada por ti, y tú por ella, aunque no lo supierais. Lo que no entiendo es dónde está el problema. Peter se había quedado sin saber qué decir. —Porque supongo que le habrás dicho que la quieres, ¿no? Peter no dijo ni mu. —Porque la quieres, ¿verdad? —dijo Sean muy despacio, como si estuviera hablando con un niño poco despierto—. Si me dices que no soy capaz de darte una paliza, te lo advierto: no consiento que nadie le tome el pelo a nuestra chica de ese modo, y menos un idiota como tú, incapaz de entender hasta lo que está pasando delante de sus narices. —No sé en qué estaba pensando —estalló Peter—. Lo único que se me ocurre es que después de hacer esa estúpida apuesta todo cambió de repente entre nosotros. Lali seguía siendo la misma, claro, pero con aquellas ropas y todo lo demás... pasábamos tanto tiempo juntos como antes, pero algo había cambiado. Te juro que hice todo lo posible para mantenerme en los límites de una buena amistad, pero no pude conseguirlo... sencillamente ocurrió... —No te tortures, no tiene sentido —le cortó Sean en seco—. ¿Qué hiciste después? —Lo detuve antes de que la cosa pasara a mayores —dijo Peter cerrando los ojos. Los detalles de lo ocurrido aún estaban en las pesadillas que le asaltaban cada noche desde aquel nefasto día—. Pensé que si lo cortaba de raíz podría recuperar nuestra antigua amistad, pero fue demasiado tarde. Ahora no quiere verme, ni hablarme siquiera. No sé qué hacer: ha ocurrido justo lo que más temía, y no sé que voy a hacer sin ella. —Peter, eres como un hermano para mí, así que voy a hablarte con total sinceridad —dijo Sean colocándole una mano en el hombro y mirándolo directamente a los ojos—. Eres un memo. —¿Cómo? —Ya me has oído. Te has enamorado y ni siquiera eres capaz de reconocerlo. Peter miró las olas durante un largo instante. No quería ver a Lali con ningún otro hombre, no podría soportarlo. Necesitaba su calor, su sonrisa y, sobre todo, su amor. —Tienes razón estoy enamorado de Lali —declaró al fin—, y haré lo que sea para demostrárselo. —Espero que esta vez tengas más cuidado —le advirtió su amigo—. Son cosas como estas las que hacen que las mujeres piensen que somos unos bobos de remate. Justo entonces vieron a Gaston correr como un poseso hacia ellos con un periódico en la mano. —¡Mirad esto! —exclamó, dejándose caer en la arena. Los muchachos lo rodearon y Peter tomó el periódico de sus manos. —¿Qué demonios...? —Peter se quedó mirando una foto en la que aparecían Pablo y Lali. Las letras del titular le golpearon como una bofetada en pleno rostro: ¿Se casará la dama de rojo con Pablo Martinez? —¿A que es increíble? —dijo Gaston—. Nuestra chica favorita casándose con el soltero de oro de América. Peter destrozó aquel miserable tabloide haciendo caso omiso de las protestas de Gaston. —Tienes que jugarte el todo por el todo, Peter —le dijo Sean solemnemente—. Aún no la has perdido. Peter salió corriendo en busca de su coche, rezando para que Sean tuviera razón. Lali estaba comiendo en la terraza de un café con Rochi y Cande. No tenía muchas ganas de contarles lo que le estaba pasando, pero sabía que no le quedaba otro remedio. De hecho, empezarían a sospechar en cuanto se dieran cuenta de que había disminuido notablemente el ritmo de sus citas, y sin duda querrían saber la razón. . Justo lo que menos le apetecía a ella contarles. —...entonces le dije que me importaba un comino la boda que estaba preparando, que me había prometido llevarme doscientas orquídeas para el banquete, y que no pensaba conformarme con menos —les estaba contando Rochi, tan apasionada como de costumbre—. ¡Menuda cara! Como si yo fuera a quedar mal con mis clientes solo porque un pretencioso jeque árabe necesitaba unos míseros centros florales... —levantó la vista y le guiñó el ojo a Lali con toda intención—. Claro que si el que se casara fuera Pablo Martinez, estaría dispuesta a hacer un pequeño sacrificio... Antes de que Lali pudiera reaccionar, Cande le lanzó una inquisitiva mirada. —Hablando de ese tema, ¿no tienes algo que decirnos al respecto? —Bueno, pues... sí —empezó a decir Lali. De repente, entendió todas las implicaciones de aquella pregunta—. Esperad un segundo, ¿de qué me estáis hablando? —¡Pero, Lali! Si ha salido en todas las revistas del corazón —protestó Rochi —. Han publicado una foto tuya con ese vestido rojo, y corre el rumor de que te vas a casar con él. —Queríamos esperar a que fueras tú la que nos lo dijeras —dijo Cande con una radiante sonrisa—, pero como te lo pensabas tanto, no hemos podido soportar más la incertidumbre. Anda, cuéntanos qué ocurre. ¿Cómo te lo pidió? —¿Y cuándo es la boda? —preguntó Rochi—. ¡Estoy tan nerviosa! ¡Qué maravilla! Has conseguido que te lo pida en menos de un mes. —Parad un momento —las interrumpió Lali—. Es verdad que Pablo me lo pidió, pero tengo que explicaros un par de cosas... —Lali... La joven se puso repentinamente lívida. —Hola, Peter —dijo muy tensa, apretando el vaso de limonada hasta que los nudillos se le pusieron blancos. —¡Ohhh, Peter! ¿Te has enterado? —intervino Rochi resplandeciendo de felicidad—. ¡Pablo se lo ha pedido! ¡Le ha pedido que se case con él! —Así que los periódicos decían la verdad. Pensé que lo mejor sería averiguar lo que había de cierto en esa historia —dijo Peter muy lentamente y con voz ronca—. Siento molestarte, Lali, pero necesito hablar contigo ahora mismo. Tenía una expresión tan sombría que a ella se le encogió el corazón. No se había afeitado y tenía el pelo revuelto. Si no fuera por las profundas ojeras que sombreaban su rostro, parecería el vivo retrato de Indiana Jones. Era la viva estampa de un hombre luchando con sus demonios. —No puedes creerlo, ¿verdad? —No quería creerlo, pero me parece que no tendré más remedio que irme haciendo a la idea —sus ojos relucían como dos puñales de plata—. Solo quería oírtelo decir. —Pues sí, Pablo me ha pedido que me case con él —dijo Lali con toda la calma de la que fue capaz. —Ya. Con un gesto deliberadamente lento, Peter sacó la chequera de su cartera de cuero. —Creo que me has ganado, ángel. Así que ahora mismo te firmaré un cheque. Rochi y Cande a punto estuvieron de morir de entusiasmo. Sin embargo, a Lali se le rompió el corazón en mil pedazos. Sin saber muy bien cómo, se las arregló para mantener una fachada imperturbable, con la mirada fija en aquel cheque. —Es tuyo —insistió Peter—. Toma. Como una marioneta, Lali se puso en pie y se aceró a donde él la esperaba. Vio la cifra, mil dólares, y la frase que Peter había escrito al dorso. —¿«Felicidades a la ganadora»? —leyó extrañada. Peter asintió. A la joven le dieron ganas de tirarle el dinero a la cara y marcharse, no volver a verlo nunca más en la vida. Cuando extendió la mano para asir el cheque, Peter la agarró por la muñeca, atrayéndola junto a sí. A Lali le bastó una mirada a su rostro torturado para revivir el infierno que había atravesado los días que habían estado separados. —Te apuesto doble contra sencillo —susurró Peter— que consigo hacerte más feliz en los próximos cincuenta años que lo que ese tipo pudiera hacerte en mil vidas que viviera. Te lo juro. Una oleada de pura alegría le invadió hasta el último rincón de su cuerpo. Sin embargo, no sin esfuerzo consiguió desasirse de su abrazo. —Peter... —Dime... —¿Lo has dicho porque me quieres de verdad o porque te fastidia perder la apuesta? —le preguntó. Peter la miró sorprendido durante una fracción de segundo y acto seguido estalló en carcajadas. —Reconozco que me lo merezco —se apartó un poco para verla mejor—. No sabía que esto es lo que se siente cuando se está enamorado. Siempre pensé que el amor era como en las películas, lleno de dramatismo y un punto de histeria. Creo que lo que me pasaba es que estaba muerto de miedo: temía perder a la mujer que me importaba más que mi propia vida. ¿Y qué es lo que hice entonces? Directamente me las arreglé para arruinar mi vida entera. —¿Acaso no sabías que es por cosas como esas por lo que las mujeres pensamos que los hombres son idiotas de remate? —se burló Lali. —¡Dios, parece que lo llevo escrito en la frente! —rió Peter—. Incluso cuando creía que estaba enamorado —continuó más serio—, no conseguía entregarme del todo a las mujeres con las que salía de la forma en que me abría contigo —le acarició la mejilla con una dulce sonrisa—. Nadie se ajusta a mi forma de ser y de sentir como tú, Lali. Te quiero, estoy enamorado de ti. Por favor, di que te casarás conmigo. —Le dije a Pablo que te quería demasiado como para casarme con cualquier otro hombre. Nunca habrá ningún otro con el que acepte hacerlo —dijo Lali con vehemencia. Alzó la cabeza y se fundió con él en un apasionado beso, dejándose llevar por la pura felicidad de sentirse entre sus brazos, deseando que aquel momento no acabara nunca. —Ejem... disculpad... Peter y Lali se separaron y se volvieron a mirar hacia las mesas de la terraza. Todas las mujeres presentes tenían los ojos llenos de lágrimas, y alguna lloraba sin el menor pudor. Cande estaba boquiabierta de puro asombro, mientras que Rochi estaba literalmente pasmada. —¿Alguien puede explicarme qué es lo que ha pasado? —preguntó atónita. Peter alzó la cabeza para mirar a Lali y le sonrió. —Hemos hecho otra apuesta, y esta vez los dos hemos salido ganando. Fin Hola!! Como soy taaaan buena que solo me faltan las alas...les he subido los dos ultimos capitulos de la novela! Si chicas...se acabo...es triste, lo se, pero nada es para siempre no??
Quiero decir que esta novela esta dedicada a una personita que se hizo indispensable en mi vida este ultimo tiempo (que no se me enojen las demas...sabeis que os amo mucho!).
Sand, hermanita, que puedo decirte que no sepas...que eres una de las personas mas importantes en mi vida, que me aguanta cada dia...que te quiero con todo lo que soy, que eres mi consentida, mi nenita chiquita y que ojala algun dia estemos juntas para darte todos esos abrazos y besos que voy guardando en mi memoria. Que te quiero infinito como dices tu y que no creo que te hagas una idea de lo que significas para mi en estos momentos!
Bueno...que empiezo y no termino. Espero que os haya gustado la novela, que os haya hecho reir al menos un ratito. A mi me encanto adaptarla! Muchos besos a todas las que se tomaron el tiempo de leerla y otro mucho mas grande a esas AMIGAS y HERMANAS de mi corazon que me escribieron esos comentarios que me alegran los dias!!! | |
| | | SandiaSa Invitado
| Tema: Re: Apuesta Arriesgada Mar Mayo 29, 2012 6:59 pm | |
| ¿Como te puedo querer tanto? Gracias por todo lo que me das,en serio.No hay palabras sufiecientes para describir todo lo que eres para mi. Te quiero,hemana. |
| | | Mais020291 Miembro junior
Mensajes : 178 Fecha de inscripción : 18/08/2011 Edad : 33 Localización : Lima, Peru
| Tema: Re: Apuesta Arriesgada Miér Mayo 30, 2012 1:40 am | |
| Se termino! Al menos tuvo final feliz jajaja Espero otro escrito tuyo!! Me avisas por twitter! | |
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| Tema: Re: Apuesta Arriesgada | |
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| | | | Apuesta Arriesgada | |
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