Escribiendo Hojas En Un Libro
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“Escribir es como mostrar una huella digital del alma” Mario Bellatín,
 
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 La Seductora (Lalipittence)

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MensajeTema: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeSáb Ago 20, 2011 12:38 am

Es una adaptación de La Seductora de Jude Deveraux. Le cambié los names por actores de CA u otros nombres Smile

Prólogo


Un hombre salió de la oficina del Sr.Esposito, cerrando la puerta detrás de sí. Era alto, delgado y de pelo oscuro, Permaneció de pie allí, tensos los músculos de la mandíbula, como si estuviera pensando en lo que acababa de oír. Al cabo de un momento abandonó el vestíbulo para pasar al salón, lleno de costosos muebles.
En ese cuarto había otro hombre, apoyado contra la repisa de la chimenea vacía. También era alto, pero tenía el aspecto blando y acicalado de quien se ha pasado la vida bajo techo. Su pelo rubio estaba perfectamente recortado; asimismo era perfecto el corte de su ropa.
- Ah - dijo el rubio-, usted ha de ser el hombre que contrató Carlos para llevarme al lugar donde está su hija.
El moreno se limitó a asentir. Parecía algo incómodo y sus ojos se desviaban sin cesar hacia los rincones del cuarto, como si temiera que pudiera haber alguien escondido por allí.
- Soy Agustín Sierra - dijo el rubio-. ¿Le explicó Espósito mi parte en esta misión?
- No - respondió el moreno. Su voz no sólo se oía; también se la percibía por sus vibraciones.
Agustín tomó un puro de la caja que estaba sobre la repisa y lo encendió antes de explicarse.
- La hija de Carlos tiene un capricho - se interrumpió para echar una rápida mirada a su interlocutor-. Es decir, tiene la manía de meterse en dificultades. Desde hace varios años Carlos le permite que se dé el gusto, pero ella sale de un conflicto para entrar en otro. Supongo que usted ha oído hablar de Mar Rinaldi, la periodista - hizo una pausa- No claro, seguramente usted no sabe nada.
Aspiró hondamente el humo del puro, esperando, pero el moreno no respondió.
- Bueno, el caso es que el padre está harto y ha decidido obligarla a entrar en razones. Ahora la mujer se encuentra al norte de aquí, en la casa de unos conocidos - hizo una mueca de disgusto- La pobre muchacha está convencida de que Juan Cruz, el hombre en cuya casa está de visita, ha incitado a los indios a masacrar misioneros. La acusación es ridícula; Carlos tiene razón al pretender que es hora de terminar con esas tonterías.
Agustín estudió al moreno, que miraba por la ventana. Carlos había dicho que ese hombre podía guiarlos por cualquier parte del Territorio de Washington. Más aún, había agregado que hasta sabía cómo cruzar la selva, a la que se consideraba impenetrable.
- El plan - continuó Agustín- consiste en sacar a la hija de Esposito de la casa de Juan Cruz, aunque sea por la fuerza, para devolverla a su padre. Usted debe conducirnos a través de la selva de modo que yo tenga tiempo para estar a solas con la señorita Esposito. Para cuando estemos de regreso, confío haberme comprometido con ella.
El moreno se volvió para mirarlo fijamente.
- Yo no someto a las mujeres.
- ¿,Quién habla de someterla? - exclamó Agustín-. Es una solterona de veintiocho años, que ha viajado por todo el mundo escribiendo esos absurdos artículos lacrimógenos sin que ningún hombre la haya deseado nunca.
- Y usted la desea.
Agustín apretó el cigarro con los dientes.
- Lo que deseo es esto - manifestó, recorriendo la sala con la vista-. Carlos Esposito es rico y poderoso, y no tiene más herederos que esa hija asexuada, con cara de cría que cree poder salvar al mundo de todos sus males. Quiero que aclaremos bien las cosas desde un principio, usted y yo. ¿Me ayudará usted o se opondrá?
El moreno tardó un rato en responder.
- Si ella quiere, puede quedársela.
- Oh, querrá, sí. A su edad estará contenta con cualquier hombre que se le presente.



Mañana subo 2 caps (:

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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeSáb Ago 20, 2011 1:03 am

yo me la empecé a leer en el otro foro y no me aguante la intriga y me lei el libro, es MUY bueno
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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeSáb Ago 20, 2011 6:14 pm

suena interesante!
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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeSáb Ago 20, 2011 9:07 pm

Capítulo 1


Mariana "Lali" Esposito hundió la mano en la tina para verificar la temperatura del agua, y luego comenzó a desvestirse. Sería agradable tomar un baño después de haber pasado el día montada a caballo y muchas horas encorvada frente al escritorio, escribiendo. Y tenía el artículo terminado; mañana emprendería el duro viaje de regreso a casa.
Cuando estuvo desnuda se dio cuenta de que no había tomado su bata y se acercó al gran armario de dos puertas para buscarla.
Al abrir la puerta de la derecha se le detuvo el corazón por un instante. Dentro del armario había un hombre, de pie, con los ojos y la boca muy abiertos; miraba con fijeza el bonito cuerpo desnudo de Mariana. La joven, avispada por su larga práctica de periodista, cerró violentamente la puerta e hizo girar la llave. El hombre comenzó a golpear desde adentro, pero con suavidad; al parecer no deseaba que lo descubrieran.
Mariana había dado un paso hacia la cama, pues pensaba tomar el cubrecama para taparse, pero las cosas ocurrieron demasiado aprisa, sin darle tiempo de reaccionar.
El lado izquierdo del armario se abrió detrás de ella. De esa puerta salió otro hombre, que la tomó en brazos antes de que ella hubiera podido siquiera tomar aliento o verle la cara. La muchacha quedó con la cara apretada contra su pecho y él la rodeó con los brazos, apoyando una mano en los hombros desnudos y la otra apenas por sobre la curva de las nalgas.
- ¿Quién es usted?, ¿qué quiere? - preguntó ella. La horrorizó el miedo que revelaba su voz. El hombre era corpulento; intentar la huida sería inútil- Si lo que busca es dinero... - pero los brazos se ciñeron en torno de ella, sin permitirle acabar la frase.
La mano izquierda del hombre comenzó a acariciarle el pelo, que le colgaba hasta la mitad de la espalda; los dedos se enredaron suavemente en aquella morocha suavidad; a pesar del miedo, aquello la tranquilizó un poco. Logró airar la cabeza a un lado para respirar con más facilidad, pero él no le permitió mover el cuerpo.
- Déjenme salir de aquí - siseó el hombre encerrado en el armario.
El que sujetaba a Mariana no reaccionó; se limitó a acariciarle el pelo, mientras su diestra descendía poco a poco por la espalda, hacia las nalgas. Era la primera vez que Mariana sentía el contacto de un hombre en su piel desnuda; aquellas manos ásperas, encallecidas, resultaban agradables.
Ya repuesta, comenzó a debatirse, con intención de liberarse, pero él la sujetó con firmeza, sin hacerle daño, aunque sin dar muestras de soltarla.
- ¿Quién es usted? - insistió ella- Dígame qué desea y trataré de dárselo. No tengo mucho dinero, pero mi brazalete tiene algún valor. Se lo traeré si me suelta.
Como intentara moverse una vez más, él la retuvo prontamente. Mariana soltó un suspiro de frustración y volvió a relajarse.
- Si su intención es tenerme por la fuerza, le advierto que me defenderé como usted ni siquiera imagina. Le arrancaré parte de la piel para reemplazar lo que usted me quite.
Trató de girar la cabeza para mirarlo, pero él no le permitió ver su cara. "¿Estoy diciendo lo que menos conviene?- se preguntó ella, considerando que esas palabras podían excitar a... a un violador. Por fin había logrado articular mentalmente la palabra. Y a pesar de sus valientes amenazas, se echó a temblar. Los brazos del hombre la estrecharon de un modo que, en otras circunstancias, a esta le habría parecido protector.
- Nos envía su padre - dijo él. Mariana sintió su voz a través de la mejilla. Era muy grave y resonante-. Somos dos y hemos venido para llevarla a su casa.
- Bueno, estoy dispuesta a volver a casa. Pero antes debo...
- Lali - susurró él, acomodándola contra el cuerpo como si fueran amantes de antiguo-. Ahora usted tendrá que ir a su casa, le guste o no - dijo, obviamente sin prestarle atención-. Después podrá discutir cuanto quiera con su padre, pero ahora la llevaremos con él. ¿Comprende usted?
- Pero hay un artículo que debo...
- Mariana - dijo él, pronunciando el nombre de un modo que inspiró a la muchacha el deseo de verle la cara. Aun entonces él no se lo permitió- Mariana, debe usted regresar junto a su padre. Voy a dejarla en libertad. Quiero que se vista; entonces dejaré salir a Sierra del armario Los esperaré a los dos afuera, con los caballos. Traiga sólo lo que necesite para el viaje. Cruzaremos la selva y eso demanda varios días, de modo que le conviene llevar capa de lluvia, si la tiene.
- ¡Por la selva! Pero por allí no se puede viajar.
- Hay un camino y yo lo conozco. No se preocupe, encanto. Usted prepárese para partir.
- Debo llevar mi artículo a Luca Franccini - advirtió Mariana.
No parecía tener mucha prisa por separarse de él; en algún momento, durante los últimos minutos, le había echado las manos a la cintura y, si bien no lo abrazaba, tampoco lo estaba apartando de sí.
- ¿Quién es Luca Franccini?
- Un amigo mío, el editor de un diario. Fue el primero en sospechar que JC vendía armas a los indios.
Él movió la cabeza hasta sepultar el rostro en la cabellera morocha; Mariana habría jurado que sentía sus labios contra el cuero cabelludo.
- Ya hablaremos de eso, pero ahora tenemos que ponernos en marcha. Ya hemos tardado demasiado. Usted tendrá que vestirse para que podamos partir.


Aca el primer capítulo ¡¡!!
Espero que les haya gustado tanto como a mi!
Enseguida subo el segundo capítulo (:


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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeSáb Ago 20, 2011 10:11 pm

CAPÍTULO 2


Lali aguardó, pero él seguía sujetándola; ahora le acariciaba suavemente los omóplatos.
- ¿Piensa usted soltarme o no?
- No tiene frío, ¿verdad?
- En absoluto. Pero me secuestra un hombre que puede ser enviado de mi padre o no (conociéndolo, me inclino a pensar que sí) y aquí estoy, desnuda como vine al mundo, manoseada por un hombre al que nunca he visto y que no me ha sido presentado, por supuesto. Bien, ¿quiere usted soltarme para que pueda ponerme algunas ropas?
- Sí - murmuró él, con aquella voz impresionante.
Pero siguió sin soltarla. Lali emitió un sonido que era mezcla de cólera y protesta.
- Si le haces daño, Juan Pedro, tendrás que rendirme cuentas - pronunció la voz del hombre encerrado en el armario, que había guardado un asombroso silencio en los últimos minutos.
El hombre llamado Juan Pedro la estrechó durante un momento más; por fin, con un suspiro que sonó a sincero, la dejó en libertad y se volvió hacia el escritorio, todo en un solo movimiento.
Lali arrebató la esquina del cubrecama, pero no le hizo falta: el hombre seguía de espaldas a ella, jugando con los objetos que había sobre el escritorio. Ella, envuelta en el cubrecama, se encaminó hacia el armario, abrió el lado izquierdo y sacó un traje de montar limpio.
- Necesito las prendas que tengo en la cómoda - dijo a la espalda del hombre.
Por lo que tenía a la vista se daba cuenta de que era alto, de hombros anchos y pelo oscuro; sus ropas eran muy nuevas. Todo era nuevo, desde las botas hasta el revólver y la pistolera que le colgaban de la cintura, pasando por el chaleco de cuero pardo y la camisa azul. No había pronunciado una palabra desde que se había dado vuelta; en ese momento se limitó a dar un paso al costado, con la vista fija en la pared, como si fuera muy interesante.
Lali retiró la ropa interior de un cajón, siempre intentando ver la cara de su visitante. Como no pudiera, se dedicó a vestirse con mucha celeridad; se ató el corsé con tanta prisa que se le enredaron los cordones y fue preciso dedicar varios minutos a desatarlos.
- Ya está - dijo al terminar, suponiendo que él se daría vuelta.
Pero el hombre no lo hizo. En cambio se encaminó hacia el armario y lo abrió. De él salió un hombre alto y rubio, que no hizo sino mirar a Mariana.
- Ayúdela a hacer su maleta - indicó Juan Pedro-. Los espero afuera.
Antes de que la muchacha se diera cuenta de lo que hacía, salió por la ventana, dejándola a solas con el rubio.
El momento fue incómodo, pero el joven se adelantó, sonriendo. Era muy apuesto; sus ojos, claros y brillantes, parecían acostumbrados a reír. Y aquella sonrisa debía de haber fundido el corazón de muchas mujeres.
- Me llamo Agustín Sierra. Lamento lo ocurrido - agregó, señalando el armario, aunque no tenía cara de lamentar nada. Por el contrario, parecía muy divertido por todo- Es cierto que nos envía su padre; nuestra misión consiste en llevarla a usted a su casa, por muchas excusa que usted dé. Él está muy preocupado.
Ella le dedicó una sonrisa floja.
- Muy al estilo de mi padre. Iré. En realidad, estaba pensando en volver. Pero necesito preparar algunas cosas - dijo.
Al pasar frente al señor Sierra para recoger los objetos de tocador que estaban en el escritorio, vio que Pedro había estado jugando justamente con su espejo de mano; por lo visto, la había estado observando mientras ella se vestía.
La invadió un rápido enfado, pero de inmediato, con una sonrisa, dejó caer el espejo en el maletín que había sacado del fondo del armario y se encaminó hacia el escritorio, en busca de los papeles con su artículo sobre Juan Cruz.
Después de pensarlo dos veces, se sentó a escribir una breve nota para JC, explicando la finalidad de su visita y el por qué debía hacer lo que haría.



Bueno, aca el segundo cap del día Smile
Mañana subo otro cap, y si veo firmitas dejo dos!!
Un beso a tod@s y espero que les haya gustado!!
Pero please firmen, por que sino no se si les gusta la novel (:

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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeLun Ago 22, 2011 1:00 am

me gusta mucho! me encanta la intriga que genera peter
espero el proximo!
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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeLun Ago 22, 2011 10:12 pm

CAPÍTULO 3


Mariana siguió a Agustín Sierra por la ventana; junto a los árboles esperaban dos caballos.
- Señorita Esposito - - comenzó el señor Sierra-, permítame decirle que es un gran placer...
- Puede usted cortejarla más tarde - dijo una voz que Mariana reconoció inmediatamente. El jinete estaba oculto entre las sombras-. Tenemos que salir de aquí. Monten, por favor.
Tanto Mariana como Agustín obedecieron sin demora.
Mariana y Agustín cabalgaron el uno junto al otro durante toda la noche y el día siguiente, entre árboles tan gruesos como un caballo, pasando por pequeñas aldeas, tanto indias como blancas, dejando atrás campamentos de leñadores y aserraderos. Siempre se mantenían lejos de la gente, con rumbo sudeste, apartándose en lo posible de las miradas. Recorrían senderos tan estrechos que a veces era necesario llevar a los caballos de la brida. Pedro siempre se mantenía muy adelante, inspeccionando la senda para evitar los sitios en donde hubiera demasiada población.
Sólo se detuvieron una vez. Pedro emitió un silbido grave y el señor Sierra levantó la mano para que Mariana se detuviera; luego se adelantó para ver qué deseaba el guía. Al volver, dijo que más adelante había un grupo de leñadores que estaban almorzando; descansarían hasta que los trabajadores se hubieran ido.
Asher descolgó sus alforjas, con movimientos rígidos, y entregó a Mariana un trozo de carne seca.
La muchacha se recostó contra el tronco de un árbol, débil por el cansancio.
- Qué extraño es ese Pedro, su amigo - comentó, observando a Agustín por entre las pestañas. A veces, el mejor modo de conseguir información era fingir que no se la buscaba-. Por el modo en que evita mostrar la cara, supongo que está desfigurado por cicatrices o algo por el estilo.
- No es amigo mío - aseguró Agustín, con aire ofendido-. En todo caso, de su padre, que lo contrató.
- ¿Sabe usted por qué vamos por la selva? - preguntó ella, intentando otra argucia- Parece un rodeo muy grande.
- Lo es - confirmó Agustín, con la mirada perdida entre los árboles.
Mariana tenía varios años de experiencia como periodista. Estaba habituada a entrevistar a las gentes y había desarrollado un sexto sentido que le permitía detectar cuándo le mentían. Tal vez ese hombre no mentía del todo, pero tampoco decía toda la verdad.
Antes de que Mariana pudiera formular otra pregunta, de entre los árboles se elevó otro silbido. Sierra, obediente como un perro, se levantó para preparar la partida.
- Dígame - preguntó Mariana, mientras montaba-, ¿alguien ve alguna vez el rostro de ese señor Pedro?
Agustín pareció sobresaltarse.
- ¿Por qué se interesa tanto en él?
Mariana lo observó subir a la montura. Parecía más habituado a la comodidad de los coches que a la silla.
- Por curiosidad profesional. ¿Sabe usted por qué lo ha contratado mi padre? ¿Qué preparación tiene para guiarnos por este bosque?
Agustín se encogió de hombros.
- Creo que ha viajado antes por aquí, pero es un tipo extraño. Al parecer, no le gusta la gente. Siempre pone su saco de dormir fuera del campamento y no quiere cabalgar con nadie. Tampoco le gusta hablar. Hágale usted una pregunta sobre su persona y verá que se niega a responder. Me gustaría saber de dónde lo ha sacado su padre.
- Conozco a mi padre. Tal vez sea preferible no saber que ha hecho- murmuró ella. Cuando llegara a su casa diría al anciano lo que pensaba de ese ridículo secuestro.
Al caer el sol oyeron nuevamente el silbido. Agustín la detuvo y se adelantó entre los árboles. Minutos después regresó con dos caballos de remonta.
- ¿No le sugirió usted que nos convendría descansar? - preguntó Mariana, al cambiar de caballo.
- Lo hice, por supuesto - Agustín parecía más cansado que la misma joven. Probablemente estaba menos acostumbrado a cabalgatas largas- Pero tendremos que seguir. Peter dice que quiere llegar al borde de la selva antes de detenernos. Pero asegura que podremos descansar un día entero cuando estemos allí.
- Peter - murmuró Mariana, acomodándose en la montura.



Enseguida os dejo otro capitulingui (:
L@s quiiero muchiito, y ojalá les guste el cap (:


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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeLun Ago 22, 2011 10:16 pm

CAPÍTULO 3


Paso las horas siguientes pensando en ese hombre misterioso que había aparecido en su cuarto para abrazarla y contemplar cómo se vestía. Ahora, invisible, los guiaba por una selva a la que los indios consideraban embrujada. ¿Porqué lo había contratado su padre? ¿Y quién era Sierra? No parecía saber mucho más que ella sobre la tierra que transitaban, pero había sido elegido para constituir ese binomio de rescate. ¿Qué se traía su padre entre manos?
Tuvo tiempo de sobra para cavilar sobre esto, pues continuaron viaje durante toda la noche. Las incógnitas mantenían su mente despejada, impidiéndole sentir el cansancio absoluto que la invadía. Llevaban dos días y dos noches sin dormir ni descansar.
Cuando Mariana comenzaba a bambolearse en la montura, después de haber estado dos veces a punto de caer, creyó ver una luz entre los árboles. Parpadeó varias veces para aclarar la vista, cada vez más segura de lo que divisaba. Era una fogata encendida para ellos.
- De lo contrario, Peter no nos permitiría acercarnos tanto - murmuró. Y agregó en voz alta-: ¡Señor Sierra!
Logró despertar al hombre, que dormitaba encorvado sobre la montura, y le indicó:
- Mire hacia adelante.
Con renovada energía acicatearon a los caballos rumbo a la fogata. Mariana sólo pensaba en detenerse a dormir. Aun antes de llegar, comenzó a aflojar las correas que sujeta Marianasu saco de dormir a la silla.
Cuando por fin se detuvieron, Mariana dejó deslizar sus mantas al suelo, cayó sobre ellas y se quedó dormida en un instante.Alguien la despertó más tarde. La joven abrió los párpados hinchados, sin idea del tiempo que llevaba durmiendo. Aún estaba oscuro, pero se veía un leve rastro de luz matutina que le permitió distinguir la silueta de un hombre. Cubierto con un sombrero de ala ancha, se movía casi sin hacer ruido; estaba desensillando a los caballos dándoles pienso y agua.
Mariana lo observó, todavía medio dormida. No despertó del todo ni siquiera cuando lo vio acercarse a ella.
El hombre se arrodilló a su lado; pareció perfectamente natural que la tomara en sus brazos. Ella, como una criatura dormida, se limitó a sonreír y a acurrucarse contra él.
- Se ha tendido usted sobre sus mantas -dijo el hombre, y su voz pareció bajar como un eco grave- Va a tomar frío.
Mariana hizo un gesto de asentimiento, mientras él estiraba la manta inferior y tendía la otra arriba. Por un momento, mientras él acomodaba las mantas al otro lado, sus labios quedaron muy cerca de la frente de la muchacha; ella sonrió, con los ojos cerrados; sería como el beso de buenas noches de su padre.
- Buenas noches, Peter - susurró.
Y volvió a quedarse dormida.
Cuando despertó otra vez, el día estaba avanzado. Al principio creyó estar soñando, pues aquello era un sitio de fantasía. Hacia adelante se erguían árboles muy altos que bloqueaban el sol; todo estaba cubierto de musgo verde grisáceo o de helechos tiernos y suaves. Parecía el fin del mundo.
A poca distancia, el señor Sierra dormía profundamente. Mariana tuvo la sensación de ser la única persona con vida en la tierra.
Se levantó poco a poco para desperezarse. La selva fantasmal parecía totalmente silenciosa. Frente a ella se abría un sendero, apenas una huella en el verdor. Como habían llegado por la derecha, escogió el sendero de la izquierda.
Estaba a pocos metros del campamento, pero en cuanto giró en un recodo se sintió sola. Era como encontrarse a cien kilómetros de cualquier otro ser humano. Continuó caminando algunos metros por el elástico suelo del bosque. De pronto creyó oír ruidos de agua delante de ella.
Varios metros más allá pudo ver un arroyo caudaloso que corría a la derecha, con grandes cantos rodados, cubiertos de musgo negro. Súbitamente no pudo pensar sino en el baño que no había podido tomar dos días atrás. Recordó con melancolía la tina llena de agua caliente que no había usado. Oh, si aquellos hombres hubieran seguido escondidos en el armario un rato más... Y así habría sido, claro, si ella no hubiera abierto el mueble. Habrían estado un rato más allí adentro, observándola mientras se bañaba. Lo pensó con una mueca y corrió hacia el agua.
Ahora sólo pensaba en estar limpia otra vez. En un segundo se desvistió y entró en el agua. Estaba helada y la dejó sin aliento, pero prefería sentirse limpia a sentirse abrigada. Se lavó de pie tras un grupo de rocas. De ese modo, si cualquiera de los hombres se acercaba desde el campamento, ella podría escapar hacia el bosque antes de que la vieran.
En el momento en que finalizaba su higiene y comenzaba a lamentar su impulsividad, pues no había llevado toallas, creyó oír el silbido de un hombre y levantó la vista. El señor Sierra se acercaba por el sendero. Mariana se apresuró a salir del agua, recogió sus ropas y corrió hacia el bosque... sólo para chocar contra el duro pecho de Peter.
Por un momento los dos quedaron demasiado aturdidos como para hablar. El abundante verdor de la selva apagaba cualquier ruido; dos personas podían caminar hasta chocar sin verse ni oír nada.
Las manos de Pedro la sujetaron. Bajó los dedos por su espalda y retrocedió un paso para mirarle el cuerpo desnudo.
- La reconocería en cualquier parte, señorita Esposito - comentó con una sonrisa.
Mariana, con un grito, se apartó de él y corrió hasta esconderse tras un árbol, donde comenzó a vestirse con manos temblorosas.
- El agua está muy fría para bañarse, señorita - dijo él, con la voz cargada de risa- Aunque he disfrutado de todos sus baños, la próxima vez debería consultarme. No me gustaría que se resfriara.
A Mariana no se le ocurrió ninguna respuesta y siguió vistiéndose.
Durante todo el día anterior, a lo largo de aquella larga cabalgata, había fantaseado con ese hombre misterioso. Comenzaba a convencerse de lo que había sugerido a Agustín: que probablemente estaba desfigurado o deformado, puesto que no se dejaba ver. Pero le habían bastado esos pocos segundos frente a frente para reconocer que era el hombre más atractivo de cuantos conocía: muy viril, de facciones generosas, labios perfectamente formados, ojos de color verde intenso, mandíbula grande y cuadrada, lunares tentativos en la mejilla izquierda y pelo negro que se despeinaba por el viento.
Cuando estuvo vestida, Mariana salió de su escondite. El hombre estaba sentado en tierra, de espaldas a ella.
La muchacha lo había imaginado tan distinto que comenzaba a asignar un aire paternal al modo en que él la había arropado, la noche anterior. Sin embargo, aquel hombre no tenía nada de paternal.
Se acercó a él. Como Peter no se moviera, ella se detuvo adelante. El no levantó la vista. Mantenía la cara oculta bajo el ancho sombrero. Mariana, con aire audaz, se sentó frente a él.
- Quiero disculparme, señorita Esposito - comentó él, con suavidad y sin levantar la cabeza- Al parecer, no hago sino abochornarla, aunque no es esa mi intención. Pero nos encontramos una y otra vez en circunstancias muy desacostumbradas. No quiero que usted se forme una impresión equivocada de mí. Su padre me contrató para rescatarla y llevarla a su casa. Y eso es todo lo que pienso hacer.



Bueno, como les prometí aca otro capítulo (:
Espero que les guste tanto como a mi.
Las quiiero muchiito, y ver si fiirman eh, que sino nose si les gusta o no la novee (:
Mañana nose si dejo 2 o 3 capítulos, depende de cuanto tiempo tenga (:


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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeMar Ago 23, 2011 1:17 am

a mi me gusta muchisimo! es tan intriganteee y de suspenso, q quiero leer mas y mas!! Very Happy!!

pero, aun no entiendo porque se llama la seductora, supongo q eso se vera mas adelante. por lo pronto, amo el personaje de peter, tan misterioso y raro jajaja

espero el proximo!
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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeMar Ago 23, 2011 9:23 am

Capítulo 5


[size=15]Mariana mantenía la vista fija en aquel sombrero de ala ancha, cavilando sobre lo ridículo de la situación. Ese hombre la había hecho quedar como tonta ya dos veces y la había tenido en sus brazos en tres oportunidades (sin mencionar que en dos de esas ocasiones ella había estado completamente desnuda). La había secuestrado, diciéndole que su opinión y sus deseos no importaban. Sin embargo, allí estaba ella, con la sensación de que le correspondía consolarlo. Alargó una mano para tocar la de él y, al hacerlo, vio en la muñeca del hombre un sitio rojo, despellejado, apenas visible bajo el puño de la camisa.
- Se ha lastimado - observó, inmediatamente preocupada.
El se levantó de un salto. Antes de que Mariana pudiera agregar una palabra más, él se alejó casi corriendo hacia el borde del arroyo, para llamar a Agustín.
Mariana quedó sentada en el musgo, preguntándose qué había dicho para ofenderlo así.
- Aquí está - oyó decir a Pedro.
Un momento después este reapareció, llevando a su compañero como si fuera ganado sin marcar. Aunque Mariana lo conocía muy poco, tuvo la seguridad de que esa voz era falsa.
- Ustedes ya se conocen, ¿verdad, señorita Esposito? El señor es Agustín Sierra, amigo de su padre. Viajará con nosotros a través de ese bosque. Agus, ¿por qué no llevas de pesca a la señorita? Necesitamos comida fresca. Y después podrán juntar leña.
Dio a Agustín un pequeño empujón en dirección a la muchacha. El rubio, sonriente, le tendió la mano para ayudarla a levantarse.
- ¿Vamos a pescar, señorita Esposito? Tengo entendido que en estas aguas hay salmones.
Mariana estaba confundida por todo aquello. No quería pasar el día con Sierra, pero al parecer no tenía opción. Todo estaba ya arreglado. Echó un vistazo a Pedro, pero este había vuelto la cara hacia otro lado.
- Oh, sí, pescar parece un delicioso pasatiempo - respondió, en tanto aceptaba la mano de Sierra.
Cuando estuvo de pie, Pedro había desaparecido ya entre los árboles.
Ella y Agustín volvieron al campamento juntos. Allí había provisiones y dos mulas que Mariana no había visto hasta entonces. El señor Sierra le entregó una caña de pescar.
- ¿Vamos, señorita?
La condujo por el camino que ella había tomado esa mañana, caminando entre rocas y más allá del sitio en donde se había bañado, pero no lejos del campamento.
- Creo que este será un buen lugar - dijo el joven.
- ¿Idea suya o del señor Peter?
Él le sonrió.
- ¿Señor? No creo que sea el apellido. En realidad, creo que Juan Pedro es su único nombre. Pero no hablemos de él. Me han dicho que usted trabajaba para un periódico. ¿Es usted realmente la mal afamada Marianella Rinaldi?
- Marianella Rinaldi es mi seudónimo - replicó ella, muy tiesa, mientras tiraba la línea como una experta. Siempre había vivido en Washington y sabía pescar desde la infancia, Agustín pareció alelado.
- No era mi intención ofenderla. El caso es que, al leer sus artículos, la imaginé mucho mayor. Hasta pensé que podía ser un hombre. ¿Es cierto que usted hizo todas las cosas que ha contado?
- Todas.
- ¿Hasta presentarse como corista? ¿En el escenario, con medias rosadas?
Marianella sonrió al recordar.
- Me expulsaron durante el segundo acto. No soy buena bailarina.
- Pero, ¿qué puede importarle la danza, si ha podido llevar a cabo reformas tan importantes?
Ella sonrió. Ese hombre comenzaba a resultarle simpático.
- Dígame, señor Sierra, ¿por qué lo eligió mi padre a usted para esta misión de rescate? Habría sido más lógico escoger a alguien que conociera este bosque.
- Eso le corresponde a Pedro. El debe cuidar de los animales, de la comida y de nuestra seguridad personal.
- Y a usted, ¿qué le corresponde? -Agus le sonrió de un modo muy simpático.- -
- Mi única función es hacer que usted tenga un viaje agradable.
- Comprendo - dijo Mariana, mirando el agua. Pero no veía nada- ¿Cómo se gana usted la vida, señor Sierra?
- Vamos a tutearnos, por favor. Me llaman Agus. Aquí no podemos comportarnos como si nos hubieran presentado en una reunión social.
Mariana trató de dominar el rubor al recordar que ese hombre había aparecido en el armario de su dormitorio.
- Hasta el año pasado - continuó él- tenía un aserradero en esta zona, más al sur, pero lo perdí todo en un incendio.
Ella le echó una mirada y notó cierta tensión en los músculos de su mandíbula. Por lo visto, aún sufría por la pérdida de su negocio.
- Pero habrás montado otro, ¿verdad? - inquirió, solidaria.
- Todo cuanto tenía estaba invertido en el aserradero. Cuando se incendió quedé sin un centavo - él bajó la voz- Ni siquiera consigo crédito - al cabo de un momento se volvió hacia ella con una pequeña sonrisa- Pero tengo grandes esperanzas de que mi suerte cambie muy pronto. ¡Mira! Creo que tienes un pez en el anzuelo. ¿Quieres que lo recoja?
- Puedo hacerlo yo misma - manifestó Mariana, mientras comenzaba a recoger y a soltar la línea.
En verdad tenía un salmón en el anzuelo. En el curso de una hora pescó seis de buen tamaño. Agus, sólo dos pequeños.
Él festejó con una risa amable el hecho de que fuera la muchacha quien proporcionara la comida. Luego caminaron en amena compañía hasta el campamento.[/font]


Bueno, aca dejo el primer cap de hoy!
Si tengo algún tiempo libre dejo otro, sino los subo de noche Smile

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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeMar Ago 23, 2011 7:27 pm

amo a agusss!
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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeMar Ago 23, 2011 11:25 pm

Capítulo 6


Había una pequeña fogata encendida, probablemente por Pedro, pero el hombre no estaba a la vista.
- Me gustaría aclarar algo con ust... contigo, Agus - - dijo Mariana, mientras limpiaba el pescado como una experta y lo ensartaba en una varita- Quería hablarles a los dos, pero parece imposible reunirlos. Si estuve en casa de Juan Cruz fue para investigar un rumor, según el cual el señor JC estaba enredado en algo muy malo y...
- ¿Malo? - inquirió Agustín, recostándose contra un árbol-. Tal vez sea demasiado decir.
- No es esa mi opinión. Y no creo que sea la de mis lectores. Juan Cruz quería algunas tierras que estaban ocupadas por ocho misioneros. Como estos se negaron a vendérsela, compró armas y contrató a ciertos blancos para que se vistieran de indios y asesinaran a los misioneros. Si eso no es malo, no sé cómo llamarlo.
Como de costumbre, bastó pensar en una injusticia de esa magnitud para que se le encendiera el ánimo.
- Pero si es sólo un rumor...
- Era sólo un rumor. Ahora tengo pruebas de que él lo hizo. Entre otras cosas, tengo la factura de una venta de armas. Le he oído hablar con uno de los supuestos indios y...
- ¿Le oíste? - interrumpió Agustín- ¿Eso significa que has escuchado detrás de las puertas?
- Por supuesto. Me vestí de verde y me escondí entre las plantas de maíz. El hecho es que debo llevar mis pruebas al periodista que me dio esta misión y, según mis cálculos, estamos al oeste de la oficina de Victorio. Tendremos que partir mañana por la mañana.
Agustín tenía el sombrero en el regazo y jugaba con la cinta.
- Mariana... no creo que tu padre te permitiera andar por el país acusando a la gente de... de lo que estás acusando a JC. Tal vez cuando lleguemos a casa de tu padre, él pueda enviar la información al periodista. Hasta entonces me parece mejor que permanezcas aquí, donde estás segura.
Mariana lo miró por un momento. Se había criado entre hombres como él y trabajaba con personas parecidas. Él estaba completamente seguro de estar en lo cierto; nada de cuanto se le dijera lo haría cambiar de opinión.
- Creo que el pescado ya está - murmuró.
Y lo vio sonreír como sonríen los hombres cuando acaban de ganar una discusión ante una mujer. Ella le devolvió la sonrisa, pero el gesto no le llegó a los ojos.
Conversó recatadamente con Agustín mientras comían; tocaron temas sin importancia, sin hacer una sola referencia a la idea de hacer llegar el artículo a Luca Franccini. Pero en cuanto hubieron terminado, la joven se levantó.
- Iré a ver si puedo encontrar al señor Pedro - dijo, distraída, en tanto echaba a andar hacia el río.
- En tu lugar no haría eso, Mariana - le advirtió Agustín- Ese hombre estaría aquí si quisiera hacernos compañía. Y estoy seguro, de que sabe alimentarse solo. Creo que deberías sentarte y ofrecerme tu encantadora compañía.
Si había algo que Mariana detestaba tanto como recibir indicaciones, ella aún no lo había descubierto. Ese era el motivo de todos sus problemas con el padre. El nunca trataba de razonar con ella; se limitaba a indicarle lo que le parecía mejor y esperaba una obediencia ciega. Por lo tanto, sonrió con dulzura.
- Creo que voy a buscar a nuestro guía.
Y bajó por el camino tan deprisa que no dio tiempo a su compañero a pronunciar una protesta. En cuestión de segundos le oyó adentrarse en el bosque buscándola. Gracias a su madre y a sus antepasados, ella era menuda; saltó por sobre un tronco caído y se ocultó entre los helechos hasta que él hubo pasado. Cuando dejó de oírlo, caminó un trecho por entre la maleza, hasta que se le hizo imposible continuar, debido a los troncos caídos y al telón de musgo que se aferraba a cualquier superficie. Entonces volvió al sendero y echó a andar hacia el agua, más o menos como había hecho Agustín. Desde la cima del pequeño barranco que se elevaba por sobre el agua divisó a su compañero allá abajo, con el entrecejo fruncido y expresión de fastidio. Sonriendo para sus adentros, la muchacha continuó la marcha.
Apenas había avanzado unos cuantos pasos cuando desapareció todo ruido. La selva provocaba la extrañísima sensación de estar completamente solo. En derredor de ella todo era verde: verde agrisado, verde azulado, verde negruzco, verde lima y otros cien tonos. Y todo era blando. Deslizó la mano por un tronco caído, cubierto de un bosque propio en miniatura, y sonrió ante su suavidad.
Hacia adelante había extrañas formaciones creadas con musgo y troncos podridos. Le era imposible oír sus propios pasos.
Al girar en un recodo ahogó una exclamación. Allí, a dos palmos de la senda, estaba Pedro, profundamente dormido. Tenía una mochila cerca de la cabeza y una manta arrugada bajo el cuerpo. Dormía con la tranquilidad de un niño y se lo veía muy joven. Una vez más Mariana quedó asombrada ante la belleza de ese hombre; sintió un enorme deseo de sentarse a mirarlo... y se lo permitió.
Llevaba pocos segundos allí cuando él se movió y abrió los ojos.
- Lali - dijo, con una sonrisa. Luego volvió a cerrar los ojos. Una fracción de segundo después se incorporó bruscamente, tomó el sombrero y se lo encasquetó hasta los ojos- Señorita Esposito, la suponía pescando con Sierra.
- Cuando hube pescado mucho más que él, me sugirió que volviéramos al campamento. Después logré escapar por este camino y me encontré con usted. ¿Durmió bien? Lo merecía, por cierto, después de haber pasado la noche en vela, cuidándonos.
El se frotó los ojos como un niño soñoliento. En esa oportunidad Mariana vio que tenía las dos muñecas despellejadas. Además, había un cardenal bajo su pómulo derecho y un corte a medio cicatrizar sobre uno de sus ojos.
- ¿Por qué no vuelve usted al campamento para comer con nosotros? Hay pescado de sobra... ¿Ha comido ya?
- Sí, gracias. Pero usted debería volver al campamento. Sierra ha de estar muy preocupado - Peter se levantó- Además tengo que trabajar. Debo revisar el camino hacia adelante, pues desde la última vez que pasé por aquí tienen que haber caído algunos troncos.
- ¿Desde cuándo no viene por aquí, señor Pedro?
- Peter, simplemente. Nada de señor - aclaró él, como si lo hubiera dicho cien veces.
Mariana se levantó para acercarse un poco. Él le volvió la espalda, se quitó el sombrero y se pasó la mano por el pelo, que parecía húmedo. La joven se preguntó si se habría bañado. Tenía el puño de la camisa desabotonado, y al caer hacia atrás, quedaron al descubierto los músculos prominentes del antebrazo, con las venas abultadas bajo la piel.
- No quiero causar problemas, pues sé que usted sólo hace lo que le ordenó mi padre, pero... - le costaba llamarlo simplemente por el nombre- Creo, Peter, que usted necesita comer bien. Insisto en que me acompañe al campamento. Si no lo hace, prometo hacerle el viaje muy incómodo.
Él abrió la boca para hablar, pero volvió a cerrarla y sonrió ampliamente. Mariana sintió que se le aflojaban las rodillas. Esa sonrisa le iluminaba toda la cara: sin duda ese hombre conseguiría de cualquier mujer lo que él deseara.
- No puedo resistirme a semejante invitación. La sigo.
- No; vayamos juntos. Dígame, ¿por qué ha estado antes en esta selva? ¿Quién abrió este camino?
- ¿Disfrutó usted de la expedición de pesca? Agus parece un hombre muy agradable. En el viaje de ida me fue de gran ayuda. Siempre estaba dispuesto a todo y es estupendo con los caballos. Además, caía simpático a todo el mundo. Creo que a usted también.
- Bueno, sí - confirmó ella, vacilante- ¿De dónde conoce usted a mi padre?
- Agus conoce a su padre desde hace años. Me extraña que usted no lo haya visto nunca. El padre de Agus progresó con grandes esfuerzos, pero ganó mucho dinero en el este. Estoy seguro de que Agus es del mismo tipo.
Mariana lo miraba, desconcertada. ¿De qué estaba hablaba ese hombre? Pero él se limitó a sonreír. En esa oportunidad, en vez de dejarse deslumbrar, ella se preguntó si Peter usaría esa sonrisa con frecuencia para no oír de las mujeres lo que no deseaba.
Por su parte, le devolvió la sonrisa. Sin embargo, si Peter la hubiera conocido mejor, habría comprendido lo que significaban esos ojos chisporroteantes: ella acababa de aceptar un desafío. Iba a descubrir quién era ese Juan Pedro sin apellido.



Bueno, aca otro capítulo (:
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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeMar Ago 23, 2011 11:33 pm

Capítulo 7


-Necesito hablar con usted - dijo Mariana, en cuanto Pedro estuvo sentado en el campamento, comiendo uno de sus pescados.
Le contó lo mismo que había revelado a Agustín sobre JC y su responsabilidad en la muerte de los misioneros. Pero Pedro no la interrumpió ni pronunció palabra.
Cuando ella hubo terminado, él se lamió los dedos y pidió:
- Cuénteme lo que omitió hasta ahora.
Mariana tuvo un breve sobresalto. Por fin dijo, sonriente:
- Está bien. En verdad, el señor JC fue muy amable conmigo y su esposa es muy tierna. Por eso siento algún remordimiento por revelar al mundo lo que ese hombre había hecho. Todo es verdad, por cierto, pero cuando el artículo salga publicado, la vida del señor JC quedará algo... alterada.
- Por no mencionar la longitud de su cuello - completó Pedro, mirándola.
- Por eso le dejé una nota, explicándole lo que pensaba hacer.
Pedro guardó silencio por un largo instante.
- Eso significa que, en cuanto salgamos de este bosque, los hombres de JC nos estarán esperando con fusiles, quizá con cañones, con cualquier cosa, con tal de impedir que ese artículo llegue a la imprenta.
Ella sonrió sin ganas.
- Sí, creo que sí - le cambió la cara- Pero era lo que yo debía hacen Debía dar a ese hombre la oportunidad de huir, tal como ahora debo entregar este artículo a la prensa. ¿,Comprende usted'?
Pedro se levantó.
- Comprendo que un hombre debe hacer lo que es su obligación, pero usted necesita ayuda, señorita Esposito, y yo no estoy en condiciones de proporcionársela. Es Sierra quien está a cargo de la expedición. Yo sólo soy el guía obedezco órdenes y nada más. Gracias por el pescado, señorita. Ahora debo ir a explorar el camino - se volvió a mirarla- Y en su lugar no se me ocurriría ir solo - agregó, recogiendo un trozo de leña para arrojarlo hacia la derecha.
Junto a la cabeza de Mariana había un sector que parecía suelo firme. Sin embargo, el leño cayó entre enredaderas y tocó tierra un largo segundo después. No hacía falta decir más: quien abandonara la senda caería en profundos agujeros, disimulados por la maleza.
Mariana quedó sola, maldiciendo a todos los hombres del mundo.
- También las mujeres deben hacer lo que es su obligación, señor Pedro - dijo a la nada, en tanto se dedicaba a recoger leña para el fuego.
Se quedó en el campamento. Cuando Agustín volvió, conversaron pero sin mencionar más a Juan Cruz. Pedro regresó poco después, sin mirarla en ningún momento. Mariana mantenía la cabeza vuelta hacia Agustín, fingiendo escucharlo con fascinación. En realidad, estaba planeando cómo escapar de ambos.
La oficina de Victorio D'Alessandro estaba en el límite de la selva, a unos seis kilómetros del sitio por donde ellos habían penetrado la noche anterior. Si ella conseguía un caballo y galopaba como un rayo por la senda hasta llegar a la ciudad, podría ir y volver antes de que oscureciera. Si la acompañaba la suerte, ni siquiera descubrirían su ausencia. Se levantó.
- Creo que voy a dar un paseo - dijo a Agustín.
- Te acompaño.
- No, gracias - le dedicó la mejor de sus sonrisas-. Tengo cosas que hacer - ensanchó los ojos- Cosas de mujeres - los misterios de la femineidad siempre detenían en seco a los hombres como Agustín Sierra.
- Oh, por supuesto - respondió él, cortés.
Mariana se alejó, dejándolos atrás, y se escondió entre la maleza hasta que los dos hombres abandonaron el campamento. Nadie ensilló nunca un caballo en tan poco tiempo como ella. El pobre animal se alzó de manos.
- Vamos, sé bueno - susurró ella- Tenemos que correr.
-¿Hacia dónde, señorita Esposito?
Mariana giró en redondo y se encontró junto a Pedro.
- Voy a llevar mi artículo a Victorio D'Alessandro - dijo, apretando los dientes- Si usted quiere detenerme, tendrá que amarrarme a un árbol... y vigilarme noche y día, sin dormir ni...
- Comprendo - había algo de diversión en sus ojos- ¿A qué distancia está ese D'Alessandro?
La muchacha contuvo el aliento.
- Galopando mucho, puedo estar de regreso antes del oscurecer.
-¿Y qué piensa hacer con los hombres de JC? ¿Y si la están esperando en el límite de la selva?
- Correré todo lo que pueda y rezaré por no recibir un disparo.
Él pasó un rato mirándola. Por fin retiró su arma de la pistolera y verificó si estaba cargada.
- Quizá yo pueda serle de ayuda. ¿Dónde está ese pueblo?
Mariana montó a caballo.
- Hacia el sudeste desde el límite de la selva. La oficina de Victorio es el tercer edificio a la derecha.
Pedro ensilló su caballo.
- Y en cuanto lo dejemos allí, JC sacará un revólver para llevárselo. ¿Tiene más papel? ¿Por qué no despacha un paquete por ferrocarril, si lo hay, y después hace una visita una visita a la señora D'Alessandro?
- Ah... sí, podría resultar - murmuró ella, mirándolo con asombro- Victorio no está casado, pero tiene una hermana, es la esposa del médico del pueblo.
- Mejor aún - aseguró Peter, montando- ¿Sabe galopar?
- Puedo seguirlo a cualquier paso - afirmó la muchacha, arrogante.
Pero pronto debió preguntarse si eso era verdad. Pedro galopaba de un modo que la asustaba tanto como a su caballo. La obligaba a utilizar todos los músculos de los brazos para dominar al animal.
Al salir de entre los árboles, Peter no aminoró la marcha: siguió a todo galope por el camino. Mariana esperaba a medias oír el silbido de las balas por sobre la cabeza, pero todo estaba tranquilo. Como no se produjo ningún ataque, Peter detuvo su caballo y se volvió hacia ella.
- Entraremos por atrás. Nos estarán esperando en el pueblo, sin duda. La dejaré a usted en la oficina de la estación, para que espere allí hasta que me vea regresar. Mientras tanto, llevaré el artículo a la esposa del médico y dejaré su caballo detrás de la oficina. Cuando me vea pasar por delante de la estación, corra en busca de su caballo y parta al galope, como si la llevara el diablo. Yo la seguiré de cerca. ¿Le parece que podrá?
- Sí - aseguró Mariana, dominando a su animal- Pero si lo atrapan a usted con el artículo...
- No se preocupe por mí. Limítese a obedecerme, porque mi mal genio es peor que las balas de JC.
- Sí, señor - dijo ella, sonriendo.
Él le guiñó un ojo y enfiló su caballo rumbo al sudeste.



Bueno, aca dejo otro caap, espero que les guste!
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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeMiér Ago 24, 2011 2:27 pm

ayyyy cmo me gusta esta historiaaaa!!
peter cada dia me cae mejor Very Happy

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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeJue Ago 25, 2011 6:27 pm

Capítulo 8


Se detuvieron en las afueras de una pequeña población, tosca y nueva; la calle principal era de tierra y estaba en mal estado. Pedro permaneció inmóvil por un momento, observándolo todo. Por fin se volvió hacia ella.
- Creo que están aquí.
- ¿Cómo lo sabe?
- Demasiados hombres que miran sin hacer nada, con las manos en sus armas. Están esperando a alguien. Deme su artículo - lo guardó bajo la pechera de la camisa y se volvió a mirarla- ¿Lista? ¿Recuerda lo que debe hacer?
- No es complicado, por cierto.
- Pero sí vital. Vamos.
La condujo por la parte trasera del pueblo, aprovechando los sitios oscuros y manteniéndose cerca de los edificios; protegiéndola, él cabalgaba por el lado exterior. En cierta oportunidad, una carreta salió de atrás de un edificio; de inmediato, Pedro la atrajo hacia su caballo, abrazándola, mientras preguntaba en voz alta:
- ¿Sigues descompuesta, querida? Siempre pasa eso con el primer bebé.
En cuanto la carreta se hubo alejado, él la apartó de sí. "Es de pensamiento rápido, sin duda", se dijo la joven.
Por fin llegaron a la estación de mercancías. Había un gran andén con su rampa en la parte trasera y un gancho suspendido sobre la puerta. Mariana esperó sin desmontar, sobresaltada ante cualquier ruido. En ausencia de Pedro ya no se sentía tan valiente.
- Aquí está - oyó decir a su compañero, que se acercaba con otro hombre- La pobrecita no puede dar un paso más.
Antes de que ella pudiera hablar, Peter la bajó de la silla y la puso de pie en el andén.
- Es el primer embarazo y aún no está habituada a las descomposturas. ¿Le molestaría si la dejo aquí mientras voy en busca del médico?
- No es molestia alguna, claro. Yo tengo ocho, pero no sé qué puede hacer el médico. Su mujer tendrá que esperar a que se le pase.
Pedro estuvo a punto de sofocar a Mariana en un abrazo protector.
- Si una consulta con el médico la deja más tranquila, el médico tendrá que venir.
- Claro, claro. A ver, mi pequeña señora, puede sentarse aquí.
- Sería mejor acomodarla junto a la ventana, para que me vea. Así se sentirá mejor.
- Sí, claro - - dijo el hombre.
Peter acompañó a Mariana hasta una silla frente a una ventana, desde donde se veía la calle principal.
- No se olvide: ponga cara de enferma y dé a ese hombre algo para que despache en su nombre.
Mariana hizo tina señal de asentimiento, con la vista fija en los bellos ojos verdes de Pedro. Él vaciló un momento; por fin le dio un beso en la frente.
- Enseguida vuelvo, querida.
Cuando él desapareció, la muchacha se reclinó en la silla, tratando de disimular la atención con que vigilaba la calle. Al otro lado de ella se veía a dos hombres armados de rifles, con pistolas a la cintura: tenían las manos apoyadas en las empuñaduras, como si estuvieran listos para sacarlas en cualquier momento. Mariana, algo temblorosa, buscó en su bolsillo una carta cerrada, con la dirección de su padre. Tenía tanto miedo, que fingirse descompuesta no le era muy difícil. Y la mitad de su miedo, cuanto menos, era por Pedro, él no tenía nada que ver con ese asunto; no había motivos para que arriesgara la vida por ella, pero lo estaba haciendo.
Pasaron los minutos y Mariana comenzó a sentirse preocupada. ¿Por qué tardaba tanto? Tal vez la hermana de Luca no estaba en casa. Tal vez...



Perdón por no dejar los 3 caps de ayer, hoy dejo seis Smile
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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeJue Ago 25, 2011 6:31 pm

Capítulo 9


Sus pensamientos se interrumpieron al oír disparos en el otro extremo del pueblo, en la dirección que Pedro se había marchado. Mariana se levantó.
- No tiene por qué preocuparse, señora - dijo el encargado, desde su amplio escritorio-. En esta ciudad siempre hay disparos. Usted quédese sentada y descanse.
Pero Mariana no podía descansar. Se inclinó hacia la ventana para ver mejor.
Y quedó sin respiración al ver lo que temía: Peter galopaba como el viento, inclinado sobre la silla, calle abajo. Lo perseguían dos jinetes, disparando sus pistolas. Ella lo vio aproximarse con los ojos dilatados; de pronto se volvió hacia el encargado.
- ¿Me presta esto? - preguntó, tomando un rifle del armario de la pared
Antes de que el hombre pudiera comprender lo que estaba pasando, Mariana salió a la calle, apoyó una rodilla en el suelo del porche para afirmar el brazo izquierdo en la otra y tomó puntería. El primero de los que seguían a Pedro cayó con un disparo en el hombro. En el momento en que ella apuntaba hacia el segundo, Peter desvió a su caballo y marchó en línea recta hacia ella, trepando por la rampa del frente.
Mariana se levantó y dio un paso atrás. Cuando Peter se inclinó hacía ella, alargándole el brazo, se aferró a él, puso el pie en el estribo, sobre la bota de su compañero y se impulsó hacia la grupa del caballo. Peter no aminoró la marcha: pasó como el rayo por la oficina de carga, dejando atrás a los boquiabiertos peones, y salió por la parte trasera, descendiendo por la rampa.
Los hombres que los seguían tardaron un poco más en rodear la oficina. Mariana oyó el relincho de un caballo: uno de los perseguidores había calculado mal la distancia y acababa de caer desde el andén de carga.
Mariana se aferró a Pedro con todas sus fuerzas, con la cabellera desatada al viento y el cuerpo pegado al de él. Les estaban disparando, pero ellos llevaban demasiada velocidad y se estaban poniendo fuera del alcance de las armas; además, los perseguidores disparaban sin detenerse, lo cual empeoraba su puntería... al menos, eso cabía esperar.
Al llegar al límite de la selva, Peter mantuvo su sobrecogedora velocidad por algunos cientos de metros más. De pronto detuvo al caballo, giró en redondo para sujetar a Mariana y la bajó a tierra. Luego desmontó detrás de ella.
- Ahora desaparecemos - dijo, tomando las bridas y la mano de la muchacha.
Le indicó por serias que descendiera a una maraña de enredaderas. Ella obedeció tan deprisa que cubrió la mitad del descenso resbalando. "Persuadir" al caballo fue más difícil, Peter lo consiguió mediante una serie de amenazas en voz baja que dilataron los ojos de Mariana.
Apenas había tenido tiempo de retener al animal en el fondo del barranco, y de cubrir la parte superior con enredaderas, cuando tres hombres aparecieron por la senda. Peter sujetó el hocico del caballo para que no relinchara; Mariana se apretó a él, mirando también por entre las ramas.
- Los perdimos - dijo uno de los hombres.
- Sí, y también a cuatro de los nuestros, en la juerga. A JC no le va a gustar.
- Salgamos de aquí, que esto me da escalofríos. De cualquier modo, si se han metido en este bosque no saldrán con vida. Aquí no hay sino fantasmas.
El primer hombre resopló:
- Pues jc te paga para que mates fantasmas. Vamos, volvamos a la oficina de despacho de mercancías. Tal vez la muchacha despachó algo desde allí.
Mariana retuvo el aliento. Sólo volvió a respirar cuando dejó de oír el ruido de los jinetes. Entonces, con un suspiro, se recostó contra el barranco para mirar a Peter.
- Te reconocieron. ¿Cómo es posible?
- Ella nos vio salir de casa de JC y me reconoció.
- ¿Ella? ¿Quién?
- La criada de JC, según creo. Seguramente contó a su patrón que yo me había ido contigo. Por eso él mandó también buscarme después de leer tu carta. Pero el artículo ya está en manos de la esposa del doctor.
Mariana sonrió con toda la cara. Ahora que estaban a salvo comenzaba a sentirse eufórica.
- Me gustaría saber si los empleados de la oficina han podido cerrar la boca. Cuando te vi venir hacia el interior con caballo y todo...
A Peter le chisporrotearon los ojos.
- Y a mí me hubiera gustado darte una paliza cuando empezaste a disparar. Deberías haberte quedado adentro. De ese modo, cuando yo estuviera fuera de la ciudad, con todos detrás de mí, habrías podido regresar sana y salva. A propósito, ¿quién te enseñó a disparar así?
- Mi padre. Oh, ese pobre encargado. Me creía tan descompuesta que ya no podía mantenerme en la silla y un momento después...
- ... saltabas a la grupa de mi caballo. ¡Estuviste estupenda, Lali!
Peter se echó a reír. La tomó por los hombros y le dio un duro beso de alegría en plena boca.



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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeJue Ago 25, 2011 6:34 pm

Capítulo 10


Mariana levantó la vista, sobresaltada y parpadeando. Una chispa de fuego puro acababa de correr por su cuerpo.
- Oh - susurró, acercándose a él.
Peter le soltó los hombros como si quemaran. Después le volvió la espalda.
- Tengo que sacar a este caballo de aquí. Y será mejor que volvamos al campamento antes de que Agustín nos eche de menos - murmuró.
Mariana se sentía algo desconcertada; no lograba adivinar en qué se había equivocado. Un momento antes, Peter había parecido estar muy complacido con ella, feliz al punto de besarla. No con pasión, sino con amistad, como entre dos personas que han compartido muchas cosas. Pero a la menor muestra de interés por parte de ella, él se había retirado.
Echó una mirada a su cuerpo, preguntándose si le resultaría poco atractiva. Siempre le habían dicho que era bonita, pero sus curvas eran sutiles y no exageradas, como lo imponía la moda.
- La criada del señor JC, la que te reconoció, ¿se llamaba Daniela?
- Sí - confirmó él, por lo bajo, siempre de espaldas a ella-. Suba usted primero. Yo la seguiré.
Mariana, suspirando, comenzó a trepar la empinada cuesta, apartando las enredaderas. Daniela tenía su misma estatura, pero pesaba catorce o quince kilos más, todos ellos distribuidos por igual, por encima y por debajo de una cintura de cincuenta centímetros. Si ese era el tipo de mujer que le gustaba, era comprensible que se alejara de ella.
Mariana suspiró durante todo el trayecto, mientras abrochaba botones que se habían soltado en el alboroto.
Agustín la saludó:
- ¿Estás bien? Tardaste mucho en volver.
- Estoy bien - aseguró ella, mientras se servía una taza de café- ¿Y tú?
- También, y feliz de que hayas descansado un poco. Creo que mañana tendremos que cabalgar mucho otra vez.
- Sí - respondió Mariana, mirándolo por sobre su taza-. Me alegro de descansar. ¿Hay algo para comer? Las siestas largas me dan un hambre devoradora
Mariana no volvió a ver a Pedro hasta la mañana siguiente. Dos veces trató de buscarle los ojos, de sonreírle, pero él la esquivaba. Parecía fingir que lo del día anterior no había ocurrido.
Sin embargo, cuanto más la ignoraba él, más lo observaba ella.
Por la tarde se detuvieron para montar campamento, y Pedro la reunió inmediatamente con Agustín. La muchacha se sentó a observarlo mientras él se encargaba de los caballos; al verlo pasar a su lado tuvo la seguridad de que cojeaba un poco. Quizá se había herido el día anterior. Mantenía ese maldito sombrero tan bajo sobre la cara que no se le veían las facciones, pero ella notó que hacía una mueca de dolor al levantar un brazo para tomar las riendas. Agustín parecía fastidiado, pero ella mantuvo su vigilancia sobre cada movimiento de Pedro. Cuanto más veía, mas convencida quedaba de que ese hombre tenía dolores constantes.
Por fin dio un gran bostezo.
- Estoy bastante cansada. Si a nadie le molesta, bajaré por la senda para dormir un rato.
Pedro se volvió. Por un instante sus ojos se encontraron con los de Mariana, pero los apartó casi de inmediato.
- No se aleje mucho - murmuró, al pasar a su lado para adentrarse en el bosque.
- ¿No preferirías pasear conmigo, Mariana? - preguntó Agustín. Me gustaría mucho que me hablaras de tu trabajo periodístico.
- Estoy muy cansada, en verdad. Otro día, quizás - aseguró ella. Tomó su rollo de mantas y su bolso y echó a andar por el camino, siguiendo a Pedro, actuando como si apenas pudiera moverse.
En cuanto estuvo donde Agustín no pudiera verla, abrió el bolso para sacar su botiquín de emergencias y echó a correr por el camino, con la esperanza de alcanzar a Pedro antes de que desapareciera.



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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeJue Ago 25, 2011 6:36 pm

Capítulo 11


Tuvo la sensación de caminar un largo trecho sin ver señales de él, pero de pronto oyó un relincho. Aunque sabía que no debía hacerlo, abandonó la senda para caminar hasta un sitio desde donde pudiera mirar hacia abajo.
Esa zona a los lados del camino le asustaba; tenía miedo de caer en los hoyos que Peter le había mostrado. Además, ¿quién sabía qué cosas se ocultaban bajo las capas de vegetación?
Llegó a la base de un árbol enorme y separó el musgo colgante para mirar hacia abajo. Pedro estaba de pie, en un claro rocoso, un par de metros más abajo. Se había quitado la camisa y estaba cepillando a los caballos. Mariana, al verle la espalda, ahogó una exclamación. No se había equivocado, por desgracia, al notar que sus movimientos eran los de una persona dolorida. Aun desde esa distancia se le veían tajos entrecruzados en la espalda, a medio cicatrizar. Sin duda alguna, eran heridas hechas por un látigo. Los movimientos del día anterior, aquella cabalgata con ella apretada a su espalda, debían de haberle causado dolores indecibles.
Mariana esperó a que él se pusiera otra vez frente a ella. Luego retrocedió entre los árboles y actuó como si acabara de llegar, haciendo mucho ruido y llamándolo por su nombre.
Cuando volvió a tenerlo a la vista, él ya se había puesto la camisa y estaba calzándose las botas.
- Aquí - anunció.
- ¿Por dónde puedo bajar?
- No baje. Vuelva al campamento.
Ella le sonrió y dio un paso vacilante, como si intentara bajar directamente por el costado del barranco.
- ¡No! - gritó Pedro.
Pero ya era demasiado tarde. La intención de Mariana había sido sólo fingir que bajaba por allí, pero donde puso el pie no había suelo firme. Cayó pendiente abajo, deslizándose sobre la espalda.
Pedro cruzó el claro a la carrera y saltó sobre ella para impedir que siguiera resbalando.
Mariana, instintivamente, lo rodeó con los brazos, aferrándose a él. Cuando Peter levantó la cabeza para mirarla, la muchacha sintió aquel cuerpo en cada fibra de su ser. Por un momento pensó que él iba a besarla... y lo esperó de buen grado.
Peter estaba a un centímetro de sus labios cuando se apartó de un brinco, dejándola tendida en la cuesta. Por un momento le volvió la espalda. La joven tuvo la nítida impresión de que él trataba de dominar sus emociones. Cuando volvió a mirarla tenía los ojos en llamas; por lo demás parecía tranquilo.
- Le dije que volviera al campamento. ¿No estaba usted tan cansada que sólo deseaba descansar?
- Mentí - dijo ella, con una sonrisa.
- ¿Miente usted con frecuencia, señorita Esposito?
- No tanto como los otros miembros de este grupo - adujo ella, parpadeando con aire inocente-. Dígame usted la verdad y yo haré otro tanto. Me parece justo.
Él estuvo a punto de decir algo, pero cambió de idea, pues se apartó de ella y volvió a ocuparse del caballo.
- Por allí hay una senda. Puede usarla para volver al campamento.
Ella se levantó; después de acomodarse las faldas, recogió el botiquín que había traído consigo.
- En realidad, estaba buscándolo. Quiero mirar su espalda.
- ¡¿Mi qué?! - exclamó él, girando en redondo, con la cara llena de furia-. Vea, señorita Esposito, no sé qué está buscando usted, pero para mí está bien - avanzó hacia ella, apuntándole con el cepillo. Mariana comenzó a retroceder- Quizá piense que soy como esa gente sobre lo que usted escribe, pero se va a llevar una sorpresa. Su padre me contrató para que los guíe, a usted y a Sierra, a través de esta selva, y para que la lleve a su casa. No estaba en el trato que usted me siguiera a todas partes ni que me brincara encima a cada rato sin ropa alguna. En otras circunstancias disfrutaría de su amabilidad, pero este viaje es un trabajo a hacer y pienso hacerlo, por mucho que usted me tiente. Usted es Satanás en bella carne y hueso. Y ahora salga de aquí. Déjeme en paz. No quiero verla hasta que deba despertarla por la mañana... y hasta puedo encargar la tarea a otro.
Cerró abruptamente la boca, le volvió la espalda y se dedicó de nuevo al caballo.
- Está bien - dijo Mariana- Volveré al campamento para decir al señor Sierra que usted tiene la espalda completamente cubierta de llagas, que las heridas pueden infectarse y que también le pasa algo en los pies. No dudo de que el motín acabará en un instante; entonces, usted dejará de ser el guía y volverá a ese sitio que se niega a revelar. Buenos días, señor JuanPedro.
Y echó a andar hacia el sendero que él había señalado.
No avanzó un metro antes de oír un juramento ahogado a su espalda, acompañado de un ruido semejante al de un cepillo arrojado con fuerza.
- Está bien - dijo él, en voz alta. Mariana se volvió -¿Qué quiere de mí?
- Quítese la camisa y las botas. Tiéndase boca abajo sobre ese musgo.
- Cabe alegrarme de que no desee nada más - murmuró él, ceñudo. Pero obedeció.
Al arrodillarse a su lado, Mariana vio que las heridas estaban en peor estado de lo que había podido apreciar desde lejos. Casi todas estaban cicatrizando bien, pero algunas se habían abierto el día anterior. Sin duda eran muy dolorosas. La muchacha aspiró profundamente y abrió su maletín para retirar un poco de ungüento.
- Esto le calmará el dolor en alguna medida - dijo con suavidad, mientras comenzaba a aplicarlo sobre la piel.



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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeJue Ago 25, 2011 6:39 pm

Capítulo 12


Él tenía la espalda ancha y musculosa, pero había poco más que piel sobre los músculos. Parecía haber sido obligado a trabajar duro sin una buena alimentación.
Cuando comenzó a relajarse debido al masaje, Mariana le preguntó:
- ¿Cuánto tiempo pasó en prisión?
- Dos años - respondió él, de inmediato. Luego susurró-: ¡Maldita sea!
- Soy periodista Pedro, y mi trabajo consiste en observar. No conozco ningún otro lugar donde un hombre sea sometido a trabajos pesados, latigazos y mala alimentación... al menos en Estados Unidos.
- Y si existiera ese lugar, usted se haría enviar allí para poder escribir un artículo, ¿verdad? ¿Piensa convertirme en su próximo artículo? "Crucé la selva con un prisionero fugado", o algo así.
- ¿Escapó usted de verdad? No sé por qué, pero pensaba que mi padre lo había hecho liberar.
Como él no respondiera, Mariana comprendió que había dado más o menos en el clavo.
- Vea, señor Pedro, conozco muy bien a mi padre. Si él quisiera que alguien me llevara a través de esta selva impenetrable, no vacilaría ante nada: encontraría el modo de conseguirlo. Sin duda descubrió que usted había estado en la selva y no le importó que estuviera en la cárcel ni camino de la horca. Tiene dinero y poder suficientes para cortar cualquier cadena o la soga del condenado.
- ¿Y sería capaz de confiar su hija a un asesino? - preguntó él, girando la cabeza para mirarla.
Ella meditó por un momento.
- No, no lo creo. Mi madre y yo somos las únicas personas a quienes ha amado de verdad. Temí que no se recobrara tras la muerte de mi madre, pero parece haber decidido que aún contaba conmigo.
- Pero usted está diciendo que él la puso en manos de un criminal, de alguien salvado del verdugo.
Ella detuvo la mano con que le estaba untando las heridas.
- Usted ha de ser inocente, señor Pedro. Tiene toda la razón: mi padre nunca me habría confiado a un criminal. Por supuesto, eso es. Usted es inocente o culpable de algo no violento. Incumplimiento de promesa, probablemente.
Sonriendo, reanudó su tarea. A esa altura ya no estaba tanto aplicándole ungüento en las heridas como masajeando sus músculos.
- ¿Estoy cerca de la verdad? - preguntó. Al no recibir respuesta se echó a reír- Ya ve usted, señor Pedro: todos nos delatamos. por mucho que tratemos de disimular. El señor Sierra no parece tener idea de que usted sufre cada vez que se mueve, pero cuando se observa a la gente se comienza a ver cosas.
Seguía frotándole la espalda, engrasándose las manos antes de deslizarla por la curva de los brazos, masajeando hasta sentir que él se relajaba por completo. Su respiración se había vuelto profunda y suave, como si estuviera dormido. En Mariana despertaban todos los instintos maternales. Le habría gustado llevar a ese hombre a su casa, darle de comer y ocuparse de que descansara. Se preguntó si habría sido presentado a la señora Calvo, el ama de llaves de su padre. En ese caso, Mariana estaba dispuesta a apostar que la mujer le habría tomado simpatía.
Sonriendo, le tomó una mano para masajearla, cuidando de no tocar la muñeca despellejada.
- Ahí no estoy herido - murmuró él, soñoliento, pero sin tratar de moverse.
- Pensaba en la señora Sunberry.
- Pastel de moras - dijo Peter-. Espolvoreado con canela.
Mariana se echó a reír.
- Veo que ya la conoces. Se me ocurrió que le gustarías.
- ¿Como quien adopta un perro extraviado?
- Quizá seas un extraviado, pero no un perro, Peter. ¿Dónde naciste?
El se movió como para levantarse, pero ella volvió a tenderlo de un empellón.
- Está bien, no haré más preguntas, pero no te enojes de nuevo, por favor. El día está demasiado bello para arruinarlo con una riña - le deslizó las manos por el pelo y comenzó a masajearle el cuero cabelludo.
- ¿Te gusta ser periodista? - preguntó él.
- Sí. Es decir, me gustaba, pero creo que me estoy cansando. Tengo ya veintiocho años y comencé a los dieciocho. Es mucho tiempo. Creo que quiero... no sé qué quiero, pero es otra cosa.
- ¿Un hogar con niños?
Mariana volvió a reír.
- Has estado hablando con mi padre. ¿Te contó cómo me hizo volver a Washington? ¿La mentira que me dijo? Por ese entonces yo estaba trabajando en Nueva York. Él me envió un telegrama diciendo que estaba a las puertas de la muerte. Lloré durante todo el viaje, pensando que él se moría. Cuando llegué a casa, sucia, exhausta y aterrorizada lo encontré domando un caballo, feliz como nunca.
- Tienes suerte de tener un padre.
- ¿Tú no lo tienes?
- No, que yo sepa.
- ¿Y tu madre?
- Murió.
- Ah -exclamó Mariana- ¿Cuanto tiempo llevas solo?
- Desde siempre. ¿Quieres mirarme los pies, así terminamos pronto? Necesito explorar la ruta hacia adelante, para ver qué ha pasado en estos años.



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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeJue Ago 25, 2011 6:42 pm

Capítulo 13


Contra su voluntad, Mariana retiró las manos de su piel y le permitió incorporarse. Por un momento se miraron a los ojos. Mariana no hubiera querido poner fin a ese instante, pero él apartó la vista.
- Estaba más seguro en la cárcel -murmuró- ¡Bueno, echa una mirada a mis pies! Eso te entretendrá por un rato.
Con un suspiro, ella apartó la vista de su cara para mirarle los pies... y ahogó una exclamación. Estaban ampollados, pero algunas de las ampollas se habían despellejado hasta convertirse en llagas sangrientas. Lo que no estaba magullado estaba a punto de estarlo.
- Botas nuevas sin calcetines - observó ella, tomándole un pie entre las manos-. ¿Te las has calzado sin ablandarlas?
- Era necesario - respondió él, con solemnidad-. La noche anterior me había arruinado los zapatitos de baile.
Ella se echó a reír.
- Te vendaré estas llagas y después veremos si el señor Sierra tiene un par de calcetines que pueda facilitarte.
- ¡No! - exclamó él, de inmediato- No quiero limosnas
Mariana lo miró, atónita
- Está bien - dijo al cabo- Nada de limosnas. Pero en la primera ciudad por la que pasemos compraremos calcetines. Mi padre te pagó por rescatarme, ¿verdad?
- Sí - confirmó él, observando las manos que comenzaban a vendarlo.
Ella deslizó los dedos por los tobillos, tan despellejados como las muñecas.
- ¿Grillos? -preguntó ella, a lo que el actuó como si no la hubiera escuchado
- ¿Por qué atacaste a JC?
- No lo sé. Alguien tenía que hacerlo. Victorio D'Alessandro ya debe de haber publicado el artículo. La gente odia a los indios aún más que antes desde que se dijo que habían asesina o a los misioneros. Y esta vez no fueron ellos, sino Juan Cruz. No me pareció justo que los indios cargaran con la culpa.
- Sin embargo, eso significa que un blanco, conocido de tu familia, puede perderlo todo.
- Los misioneros lo han perdido todo - observó ella, con suavidad.
- Nunca he visto una mujer que se comportara tan bien en un tiroteo como tú lo hiciste ayer. ¿Tienes práctica en eso?
- Un poco - respondió ella.
- Yo pensaba que las mujeres como tú querían estar en casa y criar hijos.
- ¿Las mujeres como yo? ¿A qué te refieres? Además nunca me he enamorado. ¿Y tú?
Le tenía el tobillo entre las manos y no tenía idea del modo en que estaba apretando los dedos.
- Unas cuantas veces. ¡Ay! ¡Qué uñas afiladas!
- Disculpa - murmuró ella, con la cabeza baja.
- ¿Te importa que yo me haya enamorado o no?
- No, por supuesto - replicó Mariana, tiesa, aflojando las manos-. Tengo la costumbre de hacer preguntas a todo el mundo.
- Vea, señorita Esposito, créame: no soy su tipo. Soy un vagabundo, y donde hay alboroto yo parezco ser siempre la causa. Usted debería aprender de Daniela; me denunció porque no podía soportarme.
Chris le sonrió.
- Probablemente no le has prestado mucha atención.
Peter se apoyó en los codos para mirar a un pájaro que pasaba volando.
- Un hombre no puede pasar dos años en la cárcel sin dedicar toda su atención a una preciosura como Daniela.
Ella tiró con fuerza del vendaje que estaba aplicando.
- Siempre que te guste ese tipo de mujeres. Dudo de que la hayas visto sin corsé.
Peter la miró con ojos llenos de risa.
- Gordas, ¿no?
- Sesenta y ocho centímetros de cintura, por lo menos. Y quizá tengan mucho busto, pero a los veintidós años todas están flojas y... - Mariana se interrumpió, horrorizada por lo que estaba diciendo- Ponte las botas - concluyó, rígida- Dentro de uno o dos días podrás conseguir alguna gorda que te cambie los vendajes, ya que te gustan rollizas y yo te parezco demasiado flaca, sin duda.
Iba a levantarse, pero él la retuvo por un brazo, sonriéndole. Chris mantuvo la cabeza baja. Ese hombre la estaba enfadando horriblemente.
Él le puso un dedo bajo la barbilla.



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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeJue Ago 25, 2011 8:26 pm

ayyy xq la dejas ahiiii quiero mas!!!!
amo a lali jajaja esta re contra celosaaaa!
y, peterrr me da pena, pobrecito el con sus heridas Sad
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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeJue Ago 25, 2011 10:53 pm

Capítulo 14


- ¿No crees que dentro de uno o dos años tú también estarás floja con la edad que tienes? - Había una carcajada en su voz. - ¿No crees que me gustan las niñitas flacas que me siguen por todas partes para hacerme preguntas?
- No sé - susurró Mariana.
Se sentía exactamente como una niñita. Nunca había querido gustar a nadie como quería gustar a Peter.
- Mis favoritas son las morochas menudas y delgadas - susurró él.
La muchacha levantó la vista, con los ojos centelleantes de lágrimas. Cuando él bajó la cabeza hacia su cara, ella comprendió que iba a besarla; cerró los ojos y entreabrió los labios, llena de expectativa.
- ¿Qué diablos estoy haciendo? - exclamó él. Dio a Mariana tal empujón que ella cayó sentada- ¡Váyase de aquí ahora mismo! ¿Me ha oído? Y no vuelva a acercarse a mí. En algo ha acertado: ninguna mujer me gusta menos que las enfermeras virginales empeñadas en seguirme a todos lados. Ahora vuelva al campamento y no se me acerque nunca más.
Mariana, algo asustada por ese arrebato, corrió por el sendero hasta el camino que llevaba al campamento.



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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeJue Ago 25, 2011 10:56 pm

Capítulo 15


Cuando Mariana llegó al campamento, sofocada por la carrera, encontró a Agustín sentado junto a una alegre fogata, sonriéndole. Comenzó a decir algo sobre la selva, pero ella apenas lo oía. Se preguntaba por qué habrían encarcelado a Pedro.
- ¡Mariana! ¿Me oyes? - preguntó él.
- Sí, por supuesto- respondió la muchacha, clavándole la vista, pero sin prestarle atención.
Más tarde, cuando estuvo bien abrigada bajo sus mantas, pasó largo tiempo despierta. Apenas podía ver las estrellas entre el follaje, pero observaba las hojas y la negrura. Por las noches, el bosque se convertía en un lugar que provocaba temor.
Llevaba más de una hora despierta cuando oyó un suave ruido a su derecha. Comprendió que era Pedro, que había ido a verificar si estaban bien. Nunca había conocido otro hombre que tomara tan en serio sus responsabilidades. Con los ojos bien abiertos, lo vio caminar por el campamento, comprobando si Agustín estaba abrigado, los caballos bien atados, la comida protegida y el fuego apagado. Al llegar al sitio en donde estaba Mariana, dio un leve respingo de sorpresa al verla con los ojos abiertos.
- Debería estar dormida - le dijo-. Mañana tendrá que levantarse temprano.
- ¿Cómo está el camino hacia adelante?
Agustín se movió entre sus mantas. Peter se juntó a Mariana y bajó la voz. Ella se incorporó sobre un codo.
- Está bien. Sólo tenía un poco de maleza, pero la despejé.
- ¿Has comido algo?
La blancura de sus dientes marcó su sonrisa.
- Algún día será usted una madre estupenda para algún hombre. Sí, ya comí. Ahora duérmase; nos veremos por la mañana.
Ella se tendió en las mantas, pero Peter no se marchó.
- Lamento lo de esta tarde, señorita Esposito. Hice mal en perder los estribos. Pero creo que debemos mantener nuestras relaciones en un plano estrictamente laboral. Como ya le he dicho, hace tiempo que no estoy entre mujeres, y algunas cosas me resultan difíciles.
- ¿Yo te pongo las cosas difíciles? - susurró ella, sin que cupieran dudas sobre lo que quería decir. Esperaba convertirle la vida en un infierno.
El se meció sobre los talones, sonriente.
- Nada que no pueda dominar. Ahora sea buena y duérmase.
- ¿Ni un beso de buenas noches?- insistió ella, algo furiosa de que él se burlara así.
- Mío, ninguno.
Y ella sonrió también, pues había horror en aquella voz grave. En cuanto él se alejó, Mariana se puso boca abajo y se durmió.
A la mañana siguiente, lo primero que vio al despertar fue la silueta de Pedro inclinado sobre la fogata. Tenía el pelo mojado y estaba friendo pescado fresco.
- ¿Has ido a pescar? - le preguntó, sonriéndole.
Él murmuró algo incomprensible. Luego se levantó para acercarse a los caballos.
Se mantuvo lejos de ella toda la mañana, en tanto los tres cabalgaban en silencio por la senda.



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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeJue Ago 25, 2011 10:58 pm

Capítulo 16


A mediodía, cuando se detuvieron para comer, Pedro se apresuró a sugerir a Agustín que llevara a Mariana para recoger leña.
El rubio la tomó del codo y la empujó a medias hacia el sendero que acababan de recorrer.
- Dicen que tu padre también se dedica a los barcos - comentó por segunda vez, antes de que Mariana lo oyera. - En efecto - confirmó ella, distraída-. Empresas enlatadoras, barcos, ganado, un par de aserraderos, cualquier cosa que caiga en sus manos.
- Sin embargo, tú lo abandonaste todo para ir a Nueva York y hacerte periodista. Pero ahora has vuelto. - No por propia voluntad. Pienso volver a Nueva York tan pronto haya visitado a mi padre.
- Ah, comprendo. No sé por qué, pero imaginaba que tenías otros planes.
- ¿Por ejemplo? - inquirió ella, mirándolo-. ¿Te dijo mi padre que yo tenía otros planes?
- Sólo que ya estabas dispuesta a sentar cabeza, que aún eras joven y que él tenía la esperanza de...
- ¿Joven para qué? - interrumpió ella.
- Bueno, que aún estabas en edad de formar una familia, supongo.
Mariana se mordió el labio inferior para no replicar con brusquedad.
- No, no creo estar aún del otro lado, pese a mi avanzada edad. Supongo que todavía estoy en edad de tener hijos.
-Lo siento. No quería ofenderte.
Mariana le echó una mirada rápida, invadida por una oleada de culpabilidad. Estaba caminando por el bosque con un joven apuesto, empeñado en mostrarse cortés, y lo maltrataba por culpa de un enamoramiento caprichoso con un hombre al que apenas conocía. Sonrió.
- Estoy segura de eso, señor Sierra. ¿Cómo has conocido a mi padre?
Agustín le devolvió la sonrisa.
- El y mi padre fueron amigos e hicieron algunos negocios juntos. Te vi una vez, cuando eras pequeña. Estabas con tu madre, y ella me pareció la mujer más bonita de cuantas conocía.
- Lo mismo pensaba yo.
Él comenzó a recoger leña del suelo y a formar un montón a los pies de Mariana.
- ¿Y por qué te eligió mi padre para esta misión de rescate?- preguntó ella, recogiendo algunos trozos de madera para agregar al montón.
- Creo que no había otro. Escasean los hombres de mi edad que no tengan ocupación; además, después de trabajar por mi cuenta durante tantos años, no me adapto a ser un simple empleado.
- Te comprendo. Mi padre continúa diciéndome qué debo hacer y cómo; hasta envía a hombres en mi busca cuando no le obedezco.
- Sí, pero tú eres m... - Agustín echó un vistazo a los ojos centellantes de Mariana y se interrumpió-. Estuve a punto de meter la pata, ¿verdad?
Ella inclinó la cabeza a un lado. - ¿Te importaría disgustarme?
Agustín le dedicó una gran sonrisa. En realidad, era muy guapo, aunque no tanto como Peter, por supuesto. - Estoy solo en el bosque con una bella mujer y me preguntas si me importaría disgustarla conmigo. Vamos, señorita Esposito: esta ocasión es un sueño hecho realidad; preferiría morir antes que arruinarla.
Ella festejó con una risa ese bonito discurso. Agustín arrancó una flor purpúrea nacida entre el musgo y se la entregó con una reverencia. Mariana se la puso detrás de la oreja y le sonrió.
- Bueno - dijo él, lentamente-, creo que es hora de regresar- recogió un enorme montón de leña-. Coloca el resto aquí arriba.
- No, yo llevaré mi parte.
- Señorita Esposito, mientras yo esté presente, no habrá mujer que cargue leña. Haga usted lo que le digo y ponga el resto en esta pila.
- Te pareces a mi padre - dijo ella, con un suspiro. - Muchísimas gracias. Admiro y respeto mucho a tu padre. Para mí es un verdadero cumplido que me compares con él en cualquier sentido. Y ahora guíame, por favor, porque no veo nada.
Mariana rió, complacida por esas alabanzas dedicadas a su padre. Agustín no se quejaba de él, como casi todo el mundo. Pero como el joven no comprendía sus indicaciones, tuvo que tomarle dos dedos de la mano izquierda para guiarlo hasta el campamento.



Bueno, ya les dejé bastantes caps hoy...
Si veo comentario, mañana subo los tres siguientes!
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Última edición por verO, el Vie Ago 26, 2011 2:32 pm, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitimeVie Ago 26, 2011 12:41 am

Me encanta:) espero
los proximos caps Besos!!
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MensajeTema: Re: La Seductora (Lalipittence)    La Seductora (Lalipittence)  Icon_minitime

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